10 18 hessPor Franco Hessling Herrera

Entre la posibilidad de tomar deuda infinita, al mejor estilo Caputo, o la economía volando por los aires y un helicóptero sobrevolando la Rosada. Así puede leerse el devenir del programa de gobierno de un economista de poca laya.

Parte de la credibilidad que todavía cosecha el gobierno libertario radica en que algunos indicadores macroeconómicos efectivamente muestran una retracción, moderación o cierta domesticación a partir de las medidas de ajuste y congelamiento económico que se vienen desenvolviendo desde principios de diciembre del año pasado. La inflación a la baja y el equilibro fiscal son los blasones que todavía mantienen bastante protegida la gobernabilidad del proyecto de La Libertad Avanza (LLA).

Por otra parte, no se cumplieron otros puntos resonantes de lo que el programa libertario prometía en materia macroeconómica a los cuatro vientos: el levantamiento del cepo a la libre compra de dólares, el tipo de cambio emparejado evitando flotabilidad exagerada y la dolarización de la economía. El asunto no está únicamente en que sean promesas incumplidas, sino y sobretodo en las consecuencias reales que esos incumplimientos podrían generar.

Los impuestos no se bajaron, salvo a las grandes fortunas, y el ajuste rascó dinero de todos los resortes institucionales posibles, menos de los blanqueamientos. En ambos casos, una política progresiva en materia de igualdad habría ido en dirección opuesta y se habría valido de esas dos grandes bases imponibles, y factibles de multa para el caso de los evasores, que podrían haber traído miles de millones de dólares a las arcas del fisco. Entonces, no hay que creerse ingenuamente que al gobierno libertario realmente le quita el sueño el equilibrio fiscal.

Lo que al gobierno libertario le quita el sueño es precipitar, como cada gobierno de ideas oligarcas que tuvo el país desde la segunda mitad del siglo XX, la ganancia de los sectores concentrados de la economía argentina, ajustando la cuenta fiscal para que la capacidad de endeudamiento argentino no decaiga y se potencie. A más capacidad de deuda, con Luis Caputo manejando el ministerio de Economía, se sabe que no habrá titubeos: financiar la “fiesta” libertaria, que incluye designaciones de parientes en el propio gobierno constituyendo una auténtica casta, correrá por cuenta de más deuda. Idéntico plan al que ejecutó Carlos Saúl Menem en los 90 y que concluyeron en el Argentinazo de 2001.

Economistas a los que nadie puede confundir con el polaco marxista Wlodzimierz Brus, como Domingo Felipe Cavallo, Diego Kravetz, Ricardo López Murphy y Carlos Alfredo Rodríguez, han venido advirtiendo que, de hecho, los pocos números macroeconómicos a los que el gobierno se aferra son una fantochada: el equilibrio fiscal es impostado por una morigeración del impacto de las tarifas y la inflación a la baja obedece a que la demanda ha perdido tanto poder adquisitivo que si los precios no se congelan, no hay ventas.

Si a ello se añade que el tipo de cambio paralelo, si bien se ha estacionado, sigue estando lejos del dólar oficial y con el anticipo de una amplia gama de consultoras de que se distanciará todavía más antes de fin de año. El impacto del ajuste real de las tarifas y una eventual salida del cepo nos llevarían, probablemente, al escenario que el gobierno le atribuía como inexorable a un gobierno de Massa: la hiperinflación volando a porcentajes dignos de la África subsahariana.

De hecho, sin que el cepo se levante y cuando los humores de los mercados fluctúen apenas un ápice de este romance prolongado que es el comienzo del gobierno de Milei, podría darse el caso de que la economía estalle de modo raudo, entre gallos y medianoche. Entonces, el gobierno se enfrenta a una bomba de tiempo en la que hay dos grandes resultados posibles y uno sólo que lo favorece. El asunto está en qué ocurre antes, si la posibilidad de ampliar deuda y así edulcorar la concentración económico con inyecciones dinerarias a la sociedad o si la paciencia de los que construyen el “riesgo país” se acaba y la inflación, el poder adquisitivo y la cuenta económica vuelan por los aires. Y con ello, eventualmente, podría volar en helicóptero el propio gobierno.