Gobierno de Salta
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Por Pablo Borla
No son brillantes. Son vivos. O se hacen los vivos. En el barrio, los más piolas. Los que hacían trabajar a los demás. Los que se burlaban de los más chicos, de los más débiles. Expertos en retruques y piropos groseros. De esos, estamos llenos y, de vez en cuando, en un arranque de autocastigo, les damos el poder.

Seguramente usted los conoce. O sea uno de ellos, de los miembros del Sindicato de los Piolas, marca registrada nacional sin personería jurídica pero con gran cantidad de afiliados.


Se los ve en los medios de comunicación y las redes sociales. Estrellas mediáticas, abusan de la palabra casi hasta violentarla, sobresaliendo a fuerza de chicanas, acusaciones sin pruebas y blindajes mediáticos que destacan sus improperios a ocho columnas y difunden sus disculpas a una, en página par, allá donde no la ve ni el editor.


No son un fenómeno nuevo en la industria nacional de calamidades. Han sabido ser impulsores de grietas alentadas por intereses oscuros en su intención y clarísimos en su origen.


Sus tramoyas han dejado morir en el exilio al General San Martín y han hecho exclamar a Belgrano “Ay, Patria mía” en su último suspiro.


La pandemia, con sus cambios de paradigmas y su saldo doloroso de muerte e incapacidad, de recesión y distanciamiento, no ha sido para los piolas más que una oportunidad de hacer leña del árbol caído.


De la mano de una justicia selectivamente lenta, personajes como la exministra Patricia Bullrich denuncia sobornos en las tratativas para la compra de vacunas del laboratorio Pfizer.


No fue una jugada muy brillante, más allá de su evidente intención de acusar al Gobierno de corrupción y de ser culpable de que no haya más vacunas disponibles, ya que las exigentes regulaciones del gobierno de los Estados Unidos, respecto de la obligatoriedad de las empresas de su bandera, de denunciar cualquier intento de cohecho produjeron una inmediata y contundente desmentida de la audaz afirmación.


Ya antes Bullrich, protegida por los grandes medios de comunicación que se benefician de sus difamaciones, se había mostrado despectiva con relación a uno de los anhelos más arraigados en el corazón de los argentinos, ofreciendo, si fuera necesario, la Islas Malvinas a cambio de las vacunas, insultando de paso a los argentinos que ofrecieron su vida por ellas y por supuesto, a sus familias.


Vivos, piolas, canallas sin límites, realizando actos, afirmando barbaridades y saliendo indemnes e impunes de situaciones que los medios que los avalan, si se tratase de personas con pensamientos contrarios a sus intereses, hubieran potenciado hasta el hartazgo, tal como lo hacen con noticias falsas, sin ningún tipo de pudor ni respeto por la tradición y misión de la noble tarea de informar.


La ambigüedad es un arma de miembros del Sindicato de Piolas como ella y tantos otros. Porque si es por realizar definiciones fallidas e inexactas de los hechos, jurídicamente bien puede decirse que el océano es un pozo. Grande, pero pozo al fin.


Difamaciones como la de Bullrich tienen un rosario de ejemplos de ambos lados de la grieta pero se han hecho más notorios desde el rol opositor.


Todavía están frescas las imputaciones de la escritora Beatriz Sarlo acerca del supuesto ofrecimiento ilícito de la esposa del gobernador Kiciloff para ser vacunada.


Y, por supuesto, el célebre debate televisivo de Macri contra Scioli, prometiendo que no iba a devaluar y diciendo que la inflación era un tema sencillo de solucionar.


El Sindicato de Piolas al que pertenece sólo le importa ganar. Después, se verá.


Debemos tratar de mantenernos aparte del Sindicato, por más tentador que sea a nuestros fines, porque se puede construir sólidamente desde la ética y los límites que ella nos impone.


Jorge Luis Borges citaba al dramaturgo Bernard Shaw diciendo que “En vista de las circunstancias, he renunciado a las bondades del Cielo. Quizás el Infierno sea un sitio más digno”. Y de ciertos cielos, la persona de bien debe abstenerse.
Shaw también afirmaba que “El problema más grande de la comunicación es la ilusión de que se ha llevado a cabo”.


El Sindicato de Piolas lo tiene clarísimo.