Por Pablo Borla
La canallada es un sustantivo que tiene aroma a viejo y más que a viejo a vetusto, a caduco, a intrascendente. Posiblemente los canallas actuales hayan aprovechado esa pátina demodée para seguir haciendo de las suyas sin que se les diga en su propia cara pétrea lo que son.
Una escritora talentosa y reconocida. Una intelectual -sea lo que fuere que esa entelequia signifique- que aprovecha su prestigio en determinados círculos sociales para impulsar a sus intereses políticos mediante las verdades a medias (o las mentiras a medias) de tal modo que parezca que no pero sí.
Beatriz Sarlo , periodista, ensayista, sin duda una persona que vive de la palabra y sabe sobradamente de la importancia de cada una, decidió proclamar en los medios afines que su férrea moral y su intachable conducta ética le habían impedido aceptar un inadecuado, impropio e inmoral ofrecimiento de vacunarse antes. Una vacuna de privilegio, que le dicen.
La oferta había venido por medio de un amigo en común, de parte de la esposa del gobernador de Buenos Aires, Soledad Quereilhac, para ser parte de una campaña publicitaria en las que personalidades destacasen la importancia de vacunarse -lo que se hizo en diferentes partes del mundo, como el spot de los ex presidentes de EE.UU mostrando como se la aplicaban-, en respuesta a la campaña previa de desprestigio de la vacuna del laboratorio ruso, mezclando fines políticos con comerciales.
Antes, Sarlo había dicho en una entrevista: “Me ofrecieron la vacuna bajo la mesa y dije: ‘Jamás, prefiero morirme ahogada de COVID’”. Y prometió revelar quien lo había hecho sólo si un fiscal la convocaba. O sea, quizás podría ser canalla si la situación lo permitiese, pero -como les dicen en el barrio- buchona, sólo ante la Ley. Todo tiene su límite.
Tomó la posta de estas declaraciones el impoluto Fiscal Moral de la República, el periodista Luis Majul, quien admitió que las dificultades para conseguir los datos necesarios para la denuncia no lo amedrentaron, sino que, por el contrario, movió cielo y tierra para que al fiscal no le quede otra que convocar a tan sugerente declarante.
Sarlo estuvo en todo su derecho en negarse a participar de la campaña publicitaria. Pero su afirmación de “por debajo de la mesa”, que sugiere privilegios, prerrogativas, tratos espurios y ocultos del conocimiento público, tuvo que ser desmentida por ella misma luego, ante la difusión del contexto de la invitación. Pero el daño ya estaba hecho y está demostrado que en la era de las noticias web y las redes sociales, la mayoría de los lectores se queda con la información del título, sobre todo cuando la noticia es primera plana a ocho columnas y la aclaración sale microscópica, al pie de página par.
Y que Sarlo, periodista, ignore esto o finja ignorarlo es una canallada.
En El reverso del psicoanálisis, Jaques Lacan dice que toda canallada se basa en querer ser el Otro del Otro de alguien para manipular sus deseos. El canalla no es inocente ni inimputable por bienintencionado.
Jaques Miller, citado por J. P. Mollo en la revista digital Consecuencias, dice que “Indudablemente, al negar toda implicación con la culpa y la responsabilidad, la posición canalla resulta antinómica a la rectificación subjetiva; justamente, un rasgo característico del canalla es que "siempre se inventa disculpas para todo".
“Miente, miente…que algo quedará” afirma una antigua frase de la época de Alejandro Magno cuya autoría se atribuye erróneamente a Joseph Goebbels, el ministro para la Ilustración Pública y Propaganda del Tercer Reich.
La grieta famosa, que parece exacerbada en los últimos tiempos a pesar de ser vieja como el país, ha sido pródiga en canallas de uno u otro bando.
Debe ser porque en el castigo está la ley, y si no hay castigo no hay respeto a la Ley ni temor a su cumplimiento.
Estamos en épocas del “vale todo” con tal que conseguir objetivos.
Y cuando vale todo, nada vale.
Una canallada, vea.