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En otros tiempos, la Historia era mucho más clara: estaba Felipe el Hermoso, Juana La Loca o Iván el Terrible. Entonces, uno tenía la posta.

Por Pablo Borla

Hoy, si tuviéramos que llamar a nuestros dirigentes contemporáneos por apelativos que los caractericen, encontraríamos a quien denominar como Fulano El Corrupto, Zutano El Cipayo o Fulano El Inútil, pero también, porque no, Perengano El Mechudo. O definiríamos a tal o cual como El Pelado, El Fascista o El Demagogo.

Habría que ponerse de acuerdo, ya que algunos candidatos a sobrenombres tienen, a veces, más de una categoría que los caracteriza y alguna otra que es común a la mayoría. Pero eso ya es cuestión de los publicistas y de como quieran nuestros líderes ser recordados por la posteridad. Porque lo importante no es que digan que sos coimero, traidor o incoherente, sino los votos que te lleven a poder serlo sin que te importe que lo digan.

Lo demás, se acomoda, parece.

“Es la época de la posverdad”, me comentó, recientemente, un amigo.

El filósofo Darío Sztajnszrajber definió la posverdad como "leer de la realidad solo lo que le cuaja y le cierra a lo que previamente uno cree". Darío Z -tal su nombre artístico por lo impronunciable de su apellido- afirma que siempre se pueden hallar en el entorno los datos que se necesitan para justificar nuestras ideas.

Tomá mate. Bastante razón tiene.

¿Y la verdad como tal, objetiva, intachable? Seguramente sepultada en el mismo cementerio en el que descansan en paz, la ética y los consensos, con poca perspectiva de resurrección, a menos que finalmente se produzca el Apocalipsis Zombi. O reservada a las matemáticas.

Vivimos en una Argentina taquicárdica. Si algo no sucede por estas coordenadas, es la rutina. Todos los días una noticia que impacta y, lamentablemente, no siempre es buena. No todos los días ganamos la Copa América, por ejemplo, o descubrimos un nuevo Vaca Muerta.

En esa taquicardia, el tiempo pasa como en la película Interestelar, de Christopher Nolan. En ella, hay una escena relativista en la que dos astronautas descienden a un planeta en el que una hora en su superficie, equivale a siete años en la nave que lo orbita.

No entiendo como Nolan no bautizo “Argenta” al dichoso planeta.

Los europeos que llegan a radicarse a nuestro país mantienen una cierta actitud de asombro al respecto, hasta que se acostumbran. Es como vivir en una maratón, o en un reality de supervivencia, de esos que tienen tanto éxito en la televisión.

Y los argentinos que se radican en Europa suelen manifestar que están contentos con la estabilidad -una vez que logran tener una continuidad laboral-, tan racionalmente aburridos que. si no fuera por los problemas cardíacos precitados, volverían.

Las raíces tiran. Es que no es fácil bajarse del toro mecánico si uno ya no se cayó por las sacudidas. Te mantiene motivado la adrenalina. Y los afectos, por supuesto.

Lo que hoy es América Latina fascinó a quienes vinieron a evangelizar a los paganos y, de paso, a expoliar sus recursos. Ambas acciones, es bueno aclararlo, continúan.

De ella los asombró la exagerada belleza de sus paisajes, lo barroco de su entorno, la abundancia al alcance de las manos. Y la ventaja que les brindaba la pólvora para disfrutar de esa abundancia.

Somos los hijos del resultado de antiguas batallas, ya centenarias.

Pero también de otras nuevas, que llegaron con los inmigrantes, que huían de las guerras que hambreaban a Europa.

Somos la mezcla, la fusión y la confusión.

No le echemos la culpa a nadie más que a nosotros mismos de lo que nos pasa.

En una de esas, ya sea hora de abandonar cierta adolescencia, de ver la realidad tal cual es y cesar de elegir la verdad que nos acomoda, nos gusta y nos miente, para dejar de ser un país paradojal, que expulsa hijos y recibe inversores que no vienen a quedarse y construir, sino a especular y destruir. Para el resto, para el que quiere invertir y crecer, debemos pasar de las venas abiertas a los brazos abiertos, con los ojos, también, bien abiertos.

No hay nada más sano que la verdad.