Por Pablo Borla
En un fragmento de su popular tango “Uno”, Enrique Santos Discépolo -uno de los grandes letristas del arte nacional- expresaba “Si yo pudiera como ayer / querer sin presentir...”.
Y si por puro antojo decido hacer una asociación libre de ese verso, podría utilizarlo para describir la sensación que -como muchos argentinos- tengo respecto a algunas situaciones que vivimos en la actualidad. Una intuición de que “a esta película ya la vi…”.
Vivimos, en diferentes gobiernos de variado signo político, un eterno retorno al rito de decidir -por convicción o por falta de alternativas- medidas económicas que ya se usaron en el pasado, sin buen resultado.
El Gobierno Nacional decidió limitar la financiación en la venta con tarjeta de crédito de pasajes al exterior y servicios turísticos fuera de nuestras fronteras, ya que el Estado no puede darse el lujo de seguir subsidiando el costo que representa.
Esta medida ya fue intentada en un contexto de escasez de dólares en 1984, durante el gobierno de Raúl Alfonsín, quien tuvo que hacer frente a la enorme deuda externa generada por la dictadura militar. Y no tuvo un final feliz.
Lo inesperado de la decisión -se supo que el ministro de Turismo de la Nación no estaba al tanto de ella- en la víspera del Black Friday, provocó sorpresa y expresiones de repudio de los involucrados en el negocio del turismo y entre quienes esperaban usar financiación para vacacionar en el exterior, pero también entre quienes están separados desde hace mucho tiempo de sus seres queridos por la pandemia y pensaban pagar su viaje en cuotas, ya que puede ser confundido con una salida de orden solamente recreativo.
Por falta de información, aún a los mismos militantes del oficialismo les resultó complicado justificar esta medida, que impacta directamente en la clase media y este es un sector decisivo a la hora de definir las performances electorales.
Las agencias de viajes, que veían en el Black Friday un empujoncito más a la reactivación que impulsó el Previaje, no sólo se quejaron por la determinación, sino que denunciaron que su falta de precisiones motivaba que las empresas emisoras de tarjetas no tuvieran habilitados mecanismos adecuados para diferenciar las compras turísticas para servicios en el exterior de los locales. Y, ante la duda, aquellas bloqueaban las operaciones para no tener problemas.
También se debe tener en cuenta de que existe el riesgo de una suba en los precios del mercado interno de turismo, al desviarse la demanda hacia allí, y también que suframos una baja de frecuencias de las aerolíneas del exterior.
Este tipo de medidas, discutibles sin duda, pero que pueden ser necesarias y tener motivos que la justifiquen, revelan una vez más la deficiente estrategia comunicacional del Gobierno Nacional.
El ministro Kulfas tuvo que traducir el metalenguaje financiero en términos entendibles y razonables: no hay dólares para todo y para todos. Quedan pocos y los necesitamos para las urgencias como el abastecimiento de insumos críticos que no se producen en el país.
Diferentes voces oficialistas se alzaron en los últimos tiempos -sobre todo en los electorales- destacando el progreso en la reactivación de la actividad económica.
Seguramente hubiera sido positivo que el mismo entusiasmo se ponga de manifiesto a la hora de explicar que la sumatoria de las operaciones de compras en el exterior provocan un efecto indeseado y perjudicial, pues el único que facilita esos dólares para realizarlas es el Banco Central. Y se le están terminando.
La demanda de dólares comienza a subir por las vacaciones de verano. Esto es insostenible, y todo se agrava con los compromisos de pago de deuda del año próximo.
Ante esa situación, una alternativa es la devaluación, que empobrece aún más a quienes perciben sus ingresos en pesos.
Otra, es tomar más deuda, pero no le cabe un alfiler más al alfiletero. Y si se pudiera, no es sencillo que nos presten más dinero cuando se ignora si podremos pagar el que ya debemos.
Debemos generar ingresos genuinos desde la producción y la venta de servicios.
Existe un estado de gran sensibilidad en la población respecto de las medidas restrictivas, tras venir de una gravísima pandemia y una herencia de pobreza, y por cierto, la oposición sólo trae agua para su molino, sin que le importe un comino nada más que su provecho político.
Comunicar bien, hoy es estratégico e imprescindible. Pero parece que este principio sencillo no se entiende.
Los argentinos que ya tenemos más de un par de décadas encima, sabemos lo que es vivir en uno de los principales países productores de incertidumbre.
Casi no tenemos otra certeza que la incertidumbre constante.
El problema principal, a la hora de negociar, es que el mundo no tiene confianza en Argentina. Y los argentinos tampoco.
Por eso no podemos amar sin presentir. Estamos, como también dice Discépolo, “Vacíos ya de amar y de llorar/ tanta traición!”.