Por Franco Hessling
La manera poco decorosa de dirigir las relaciones políticas internas y exteriores en conjunto con una caracterización y estrategia internacional obsoleta dejan al gobierno libertario al borde del abismo. El mundo desconfía, y no alcanza con empachar a los gordos del gran capital.
Incluso antes de asumir como presidente, Javier Gerardo Milei anticipaba una posición geopolítica bastante clara, a la que había abonado tantas veces antes de ser electo y que se constituía como una de las razones por las que hasta seis meses antes del 13 de agosto de 2023 nadie se hubiese tomado con seriedad la posibilidad de que un tipo con sus características, pensamientos y declaraciones se arrellanara en el sillón de Rivadavia, se mudara a la quinta de Olivos y gobernara desde la Casa Rosada.
En el debate presidencial varios de sus contrincantes, muchas veces el peronista Sergio Tomás Massa, le insistieron sobre sus consideraciones al respecto de la geopolítica mundial. Así como nadie hubiese creído hasta hace no mucho tiempo que una negacionista sería la vicepresidenta que sustituya a CFK, ni el más creativo de los analistas consideraba verosímil un presidente que vociferaba contra el comunismo y acusaba a cualquier régimen que no fuera abiertamente capitalista, liberal y pro-mercado como una escoria oriental.
Ya al asumir, Milei no mermó sus decibeles contra esos gobiernos a los que no encuadra en el eje de países yanquilófilos, entre los que podríamos alinear a las islas británicas y las islas de Oceanía como principales focos, sin dejar de mencionar, todavía, al sionismo israelí. China es el eje natural de esa suerte de resaca de Guerra Fría que sesga la estrategia geopolítica del presidente y su canciller, Diana Mondino. Pero también hubo declaraciones contra líderes políticos europeos y hasta se propiciaron recientes enconos diplomáticos con países hispanoamericanos, como Brasil, Colombia y México, en todos los casos con cruces directos a los presidentes de tales países.
Guste o no, desde la caída de muro de Berlín el mundo reconfiguró sus relaciones geopolíticas. Ya no a través de una ONU sino, antes bien, a través de una OMC y la alineación multipolar en la que, aun así, persisten los polos de occidente y oriente, en las cabezas de los Estados Unidos y la República China. Mundo multipolar entre los que sobresalen dos estados por sus volúmenes inmensos, sea de superficie, población, flujos económicos o mercados bajo su órbita.
Milei se posiciona como un fiel aliado de los Estados Unidos, aunque crítico de los demócratas -actuales regentes de la Casa Blanca en la esfinge de Joe Biden, quien hasta ha sido más crítico que el presidente argentino con el genocida Benjamín Netanyahu-. Milei ha defendido la política de cacería de palestinos e hizo apologías al odio de toda clase, desde la xenofobia hasta la islamofobia, pasando por la homofobia y la discriminación a las personas con discapacidad, sin dejar de mencionar el racismo y la misoginia. Se aseguró de no tener problemas domésticos con tanta apología al odio: mandó a cerrar el INADI -que, en honor a la verdad, no hacía mucho que pudiera herir los dedos en V-.
Lo cierto es que el bloque duro de defensores de un capitalismo de mercado, salvaje y sin contemplaciones “estatales” que intervengan, no está en boga ni siquiera en los países que Milei evoca, tal como se ha observado con el caso de Estados Unidos e Israel, en el que Milei se ha mostrado más radical que Biden, pese a que uno gobierna un estado irrelevante y el otro uno de los aliados históricos más importantes -si no el más importante de todos- para el sionismo. La política exterior de Milei luce como el fanatismo que lleva a radicalizar conductas todavía más de lo que harían los propios ídolos a los que rinde culto aquel fanático.
El riesgo es que se contraigan los mercados y la supuesta confianza que se viene generando, que tiene empachada a la oligarquía y la gran burguesía nacionales, se desplome porque el mundo vea en Argentina una bomba de tiempo, que aunque parezca controlada, corre riesgo latente de explotar en cualquier instante. Ya nadie en el mundo maneja las relaciones internacionales con tan poca diplomacia en tan poco tiempo. A los pocos meses de asumir, ni Maduro ni Putin se hubiesen atrevido -ni necesitaron- mancillar las instituciones y protocolos de sus países con tanta avidez como Milei. El mundo nos mira de reojo, lógicamente desconfían.