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Tras el fallo contra la vicepresidenta, la vigencia de los argumentos engrietados ensombrece un análisis real del problema y, más que el Mundial, de la realidad económica contemporánea.

Por Franco Hessling

Se conoció finalmente la sentencia para Cristina Fernández de Kirchner en la causa vialidad, concluyendo en 6 años de condena a prisión y la inhabilitación perpetua para candidaturas y cargos públicos elegibles. De una u otra forma, ya se esperaba que los resultados del fallo tuviesen estos ribetes antidemocráticos.  

A un lado y otro de la grieta asoman, como casi siempre, argumentos risibles, cuando no malintencionados con respecto a la honestidad intelectual y a los hechos concretos. Empecemos por el kirchnerismo, progresismo y afines, que ven en la condena un acto de injusticia y persecución política.  

Sobre lo segundo, la persecución política, puede que haya algo de cierto. El tema es que no se trata de una persecución política con fuerzas disímiles, nadie podría creer que CFK o el peronismo argentino no tienen músculo en resortes institucionales como la justicia, los lobby’s económicos, los servicios de inteligencia o las fuerzas policiales -el lawfare es la reducción a dirigentes políticos del uso tendencioso de la justicia que se hace contra miles y miles de ciudadanos todos los días, ¿acaso alguien que haya tenido que lidiar con la Justicia puede decir otra cosa? Entonces, más que persecución, lo correcto sería decir que hubo tensiones de fuerza entre la casta dirigente argentina, de la que CFK forma parte hace varias décadas, y que la Justicia -todavía mayormente gorila y misógina- cargó contra la vicepresidenta.  

Es cierto que en las sociedades contemporáneas el sistema judicial se ha convertido en una especie de partido con funciones decisorias de gran relevancia social. Y no son elegidos democráticamente. Pero eso no ocurre desde ahora, al contrario, es uno de los principios de funcionamiento de la casta judicial, tantas veces -cuando conviene- evocada por sus sentencias y jurisprudencia. 

Estamos hablando de la dirigente política más influyente de los últimos veinte años y, muy probablemente, una de las más relevantes de la historia argentina. Eso no quita que se trata de una dirigente que haya evitado los grotescos incrementos patrimoniales de la casta política nacional ni que se haya ahorrado negocios en los que lo público y lo privado se entremezclan supinamente. Negarlo es absurdo, CFK vive una vida de multimillonaria, condición patrimonial que no tenía antes de ejercer la función pública.  

Ahora bien, al otro lado de la grieta se celebra un fallo que proviene del partido judicial al que nadie eligió, que es parte -otra parte- de la misma casta dirigente que toma las decisiones del país y que, además, ni siquiera pagan impuestos para garantizar una independencia que no existe. Los jueces siempre tienen intereses económicos, sociales, culturales, cuando no familiares e ideológicos. 

La proscripción como dirigente elegible contra CFK, aunque se argumente que ya obró con oprobio al administrar la cosa pública, es una inhibición a la democracia en su conjunto. En otras palabras, ¿quiénes son este puñado de jueces para decirnos a todos los argentinos a quién podemos elegir y a quién no? Que nos lo impida la Constitución que es un escrito anquilosado, vaya y pase, pero que sean estos humanos es un escándalo institucional. El tufillo proscriptivo acerca mucho al partido judicial con otros grupos fácticos como los militares, el pool agroexportador, los especuladores financieros, entre los más destacados. 

CFK causa mucho amor, es indudable y resulta conmocionante hasta para quienes no la amamos. También causa mucho odio, resulta repugnante incluso para quienes no la odiamos. La pregunta honesta es: ¿hasta ayer existía una democracia en la que confiábamos y hoy dejamos de confiar sólo por el fallo contra una multimillonaria que atesoró su patrimonio a partir de la administración de la cosa pública? Elijo no naturalizar las diferencias de clase y casta. Ni con CFK ni con el partido judicial. Que este nuevo jalón de la grieta que ellos mismos inventaron no nos tape el bosque (por ejemplo, los negocios de Sergio Massa con la Embajada yanqui).