04 24 panchoPor Francisco Laiseca

Corría el año 2011. Tenía 21 años recién cumplidos cuando el Gringo Marocco y Fredy Molina, después de una entrevista en la que supe que todavía me faltaba tanto por aprender, me dijeron: “Bienvenido”. Fue uno de esos días que cambian la forma de ver la vida. O la vida misma.

Yo venía de trabajar en la querida y ya desaparecida tienda HyR Maluff. Ese había sido mi primer trabajo en blanco y del cual estaré agradecido toda la vida. Estudiaba Comunicaciones en la UNSa y, de repente, de armar muebles de melamina, cargar lavarropas y hacer fletes, había pasado a tener una credencial de prensa, un escritorio, un grabador de voz, una computadora, y todo un universo de historias por delante para contar. Se me estaba cumpliendo un sueño.

Punto Uno no solo fue mi primer trabajo como periodista: fue la invitación generosa a una aventura. La aventura de hacer algo contra la corriente, algo que todo el mundo dice que ya no sirve para nada. Andrés Mendieta, uno de los que tanto me enseñó, lo explica mucho mejor en la columna que usted, lector, tendrá el placer de leer (si es que aún no lo hizo) en este mismo ejemplar.

Siempre dije que el periodismo autorreferencial apesta, y aquí estoy, contando parte de mi historia para contar parte de la historia de este diario. Pido las disculpas del caso. Pero creo que estamos en un momento crucial de la aventura. No hay empresario de medios de comunicación que no asegure que los periódicos en papel están por desaparecer. Por esa razón, mientras podamos, será valioso resistir. Los diarios serán, hasta entonces —hasta la muerte del papel—, la base material que irá registrando lo que pase entre que llegue el futuro pronosticado y se termine de rubricar el pasado.

En nuestra redacción se respiran las motivaciones de personas que nunca dejaron de estudiar y de aprender para intentar contar un mundo que tanto cuesta comprender, porque no para nunca de cambiar, y porque cambia cada vez más rápido. Acá están los sueños de un pibe que quería ser periodista, y están los secretos de un imprentero cuyo oficio sobrevive a los siglos. En este diario, cada vez que echan a andar las rotativas, también se cumple la promesa de un hijo a su padre.

Punto Uno tiene una historia de mucho esfuerzo y un futuro que nos obliga a estar a la altura. No vamos a resignarnos. No vamos a aceptar así nomás el argumento mercantilista de que ya no vale la pena escribir porque la gente ya no lee, o no paga por leer. Y que quede claro: no se trata de un planteo nostálgico ni anticuado. De hecho, en este último año, Punto Uno ha multiplicado con creces la inversión, la presencia y la audiencia en el terreno digital. Bancar el diario en papel es otra cosa: es defender una cruzada que tiene que ver con el valor de la palabra, con el valor de la lectura, con el valor de la coherencia y la virtud de resistir al archivo.

El Papa Francisco contaba que cada vez que debía tomar decisiones sobre diferentes aspectos de la vida lo hacía teniendo en cuenta cuatro principios: que la unidad es superior al conflicto, que la realidad prevalece sobre la idea, que el todo es más que la suma de las partes y que el tiempo vence siempre al espacio.

Nada resumiría mejor las razones que abrazamos y por las que nos seguiremos encontrando en estas páginas. Hasta la próxima