Por Abel Cornejo
De todas las variantes posibles como se quiere mostrar al liberalismo en la actualidad, parece haber nacido una que ni a André Breton ni a Federico Fellini se le hubiesen ocurrido jamás.
Breton, creador del movimiento surrealista, lo definía al surrealismo como un automatismo psíquico puro por cuyo medio se intenta expresar verbalmente, por escrito o de cualquier otro modo, el funcionamiento real del pensamiento.
Es un dictado del pensamiento, sin la intervención reguladora de la razón, ajeno a toda preocupación estética o moral. Como se puede observar, mucho tiene la realidad política argentina de surrealista. Federico Fellini, uno de los grandes maestros del cine italiano, con su neorrealismo tan descriptivo e irónico, tampoco saldría de su asombro. Ocurre todo el tiempo en los últimos 365 días.
Mientras el gobierno cumplía un año de gestión con festejos alborozados por su desempeño económico y los índices macroeconómicos, que continuamente llevan a pensar al presidente Javier Milei que puede ganar el Premio Nobel de Economía, aparecen turbulencias severas desde lo político, partiendo de la base que sin política no hay economía. Esta aseveración el gobierno parece no haberla comprendido todavía.
La ominosa saga del descuidista senador Edgardo Kueider –que fiel a sus erráticas conductas puede convertirse súbitamente en colaborador o arrepentido, según prefiera llamárselo- que venimos siguiendo atentamente por las enormes repercusiones institucionales que tuvo y seguirá teniendo, no paran. Tanto es así que la furia presidencial se hizo notar en toda su dimensión desde Italia, donde había viajado a recibir un premio. Frente a Giorgia Meloni, la premier italiana, Milei dijo que “Roma no paga traidores y quien no sigue la agenda del partido, será expulsado”. En su entorno agregaron: “Gracias a Kueider aprobamos la Ley Bases”.
Kueider fue absolutamente funcional a los intereses del presidente. Creer que se pueden pasar por alto estas situaciones en política, es cuanto menos ingenuo. Parece olvidar de a ratos el presidente, que el mantenimiento de su popularidad se debe a que la gente sigue pensando que él lleva adelante una cruzada moral contra la casta política. No reflexiona en cambio, que las marchas y contramarchas del caso Kueider, pueden impactar de lleno en su credibilidad pública, por varios motivos: pactar con alguien de la oposición en la sombras; que ese alguien haya sido hasta ayer un confeso kirchnerista; que además esté preso en Paraguay por una causa penal abierta por la justicia de ese país y encima tiene orden de captura internacional y pedido de desafuero por la jueza federal argentina Sandra Arroyo Salgado, entre otros motivos, por el delito de enriquecimiento ilícito ¿Que quedó entonces de la cruzada moral contra la corrupción?
La ira contra la vicepresidenta Victoria Villarruel
La indisimulada ira contra la vicepresidenta Victoria Villarruel es una pose que demuestra más que la rabia desatada en sí, la propia impotencia que generan ciertos temores. Uno de ellos, a que se haya puesto al descubierto que por más de tres horas el país quedó sumido en la acefalía.
Además de la lluvia de trolls intentando demoler la figura de la vicepresidenta, que dicho sea de paso, tiene una importante imagen positiva en la consideración pública, se buscó instalarla como la única responsable de la expulsión de Kueider, que según el propio Milei es nula. Dentro de su evidente desdén por las instituciones republicanas, antes de acusar a Villarruel por haber sesionado siendo supuestamente la presidenta en ejercicio, el presidente Milei debería tener en cuenta que el art. 99 inciso 18 de la constitución nacional le exige al presidente el permiso del Congreso para ausentarse del país. Este recaudo, hace rato que no se viene cumpliendo como debe ser ¿Cómo se hace? A través de una nota firmada por el presidente a los presidentes de ambas cámaras legislativas, quienes comunican al cuerpo el período en que se encontrará fuera del país. Esta cláusula esta enumerada dentro de las atribuciones y deberes presidenciales y, por lo tanto, plenamente vigente. Recién después de que el Congreso responde, se confecciona la pertinente acta de traspaso, que es la que le llevaron a firmar a la vicepresidenta a las 19:00 del día en que Kueider fue debidamente destituido.
¿Por qué no podía suspendérselo? Por la sencilla razón de que está detenido en el exterior, por un delito cometido en país extranjero y a disposición de la justicia paraguaya, además de ser requerido con pedido de desafuero y orden de arresto por una jueza federal argentina.
Al igual que lo sucedido no hace tanto tiempo con el ex ministro julio De Vido, ley pareja no es rigurosa dice el refrán. Si Kuedier hubiese estado en nuestro país, inmediatamente el Senado no podía esperar nada, debió haberlo desaforado y ponerlo a disposición de la justicia. ¿Y si el Senado lo convocaba a sesionar el día de su expulsión, lo cual no hizo? Tampoco podía comparecer por encontrarse detenido en el Paraguay. ¿Qué hizo mal el Senado entonces?
El día antes el propio Presidente dijo que había que echarlo a patadas en el culo, fiel a su forma de hablar obscena e impropia para su investidura ¿Por qué se enojó con Victoria Villarruel al día siguiente si hasta los senadores de La Libertad Avanza echaron a Kueider? Porque en la lógica presidencial las instituciones son un detalle menor y su lógica del mando es muy similar a la de Iósif Stalin, amante de las purgas y el fusilamiento de ministros, cuando elucubraba conspiraciones que sólo su mente podía concebir. Claro, Stalin no era liberal libertario, sino un déspota que mandó a la tumba a millones de personas y no aceptaba disidencias. Tal vez los buenos modales, la eliminación de la violencia en el discurso y la coherencia con la ética republicana puedan ayudarlo al presidente en sus próximos tres años de mandato.