Por Pablo Borla
“Cuando el fin es lícito, también lo son los medios” proclamaba a mediados del siglo XVII el teólogo alemán Hermann Busenbaum. Quizás de su lectura imaginó Nicolás Maquiavelo los privilegios del Príncipe, a la hora de hacer de la política una dolorosa práctica amoral.
Cuando las metas colectivas se desvanecen por decepción o imposibilidad; cuando el individualismo simula ser la única salida; cuando la Ley de la Selva se impone y quienes deben velar por el cumplimiento de las leyes vigentes -ya sea desde su potestad jurídica, administrativa o legislativa, como desde su rol como referentes sociales personales o institucionales- anteponen intereses electoralistas, políticos o económicos, una nación deja de ser un sustantivo colectivo que reúne intereses comunes, para ser una simple abstracción.
La época de los próceres ha terminado y con ella la ejemplaridad de los modelos de conducta. En el ambiente político la picardía es valorada y seguramente sobreestimada, pero el pícaro como personaje sabe que en la política valen las acciones y los gestos, no las palabras.
Ha tomado estado público la difusión de los ingresos de algunas ciudadanas a la Residencia Presidencial de Olivos y medios opositores al Gobierno han amplificado las lamentables declaraciones de algunos políticos, en particular las dirigidas a la actriz Florencia Peña -de reconocida militancia kirchnerista-, sobre todo a través de las Redes Sociales.
El grado de violencia ejercido hacia Peña, lesivas hacia su condición de género, son el reflejo de una sociedad hipócrita, que se embandera convenientemente en la corrección política de la lucha feminista pero que a la hora de los hechos no tiene reparos en practicar y expresar la más retrógrada violencia, a sabiendas de que serán amparados por sus partidarios políticos y sus fueros.
Por supuesto que no extrañó que sea el diputado Fernando Iglesias -actualmente postulado a su reelección por encargo de Macri en persona- quien encabezara las agresiones denigrantes, sobre todo involucrando aspectos relativos a la sexualidad de las ciudadanas referidas, por el sólo hecho de ser mujeres. En ello logró la complicidad de su par Waldo Wolff, quien, al ver el repudio generalizado (al menos entre quienes no pertenecen a su espacio) ensayó una disculpa tardía y flojita de papeles.
Anteriormente el líder mismo del Pro, Mauricio Macri, tuvo comportamientos cercanos a la misoginia. Por citar uno de ellos, en un recordado reportaje a un medio de Pergamino, afirmó, para hacer un paralelo con la administración del País, "Es como que le cedas la administración de tu casa a tu mujer y tu mujer, en vez de haber pagado las cuentas, usó la tarjeta y un día te vienen a hipotecar la casa, a llevarse la casa”
Detrás de este comportamiento digno de cavernícolas y onanistas consumados, está la filosofía del fin que justifica los medios: todo vale para atacar al Gobierno y sus aliados.
Aún las compañeras legisladoras de Iglesias no fueron capaces de hacer explícito su repudio hacia quien atrasa un reloj de conquistas que ha costado mucho lograr y que seguramente han sufrido y sufren aún como mujeres, porque el machismo y la mentalidad patriarcal transversalizan a la sociedad, como un virus cuyas manifestaciones producen indignidad, inequidad y muerte.
El legislador salteño Juan Ameri fue despedido inmediatamente por el presidente de la Cámara de Diputados Sergio Massa ni bien se produjo su falta de decoro en plena sesión. ¿Qué queda entonces para un legislador que denigra a una mujer públicamente, reduciéndola a una condición de objeto sexual? ¿Qué espera el partido al que pertenece el diputado Iglesias para expulsarlo de sus filas?
Lo que parece, es que antes bien recibirá un premio de aplausos en tonos confidentes y que seguirá en la Legislatura ahora y probablemente un período más, para desempeñar el lamentable y rastrero papel de quien no conoce límites a la hora de agredir e insultar a los opositores a su partido.
Hoy la comunidad está atendiendo las urgencias de la muerte y el empobrecimiento que el COVID ha traído a estas tierras, como a otras.
La atención de estos apremios hace que lo urgente quite tiempo a lo importante: la calidad institucional, la ejemplaridad como modelo social de conducta, trabajo, respeto y mesura que un legislador debe demostrar, no forman parte, aparentemente, de las prioridades de los argentinos.
Los miembros de la Justicia, tan cuestionada, deberán demostrar nuevamente que pueden ser capaces de desalinearse de intereses políticos y cuidar los valores que hacen fuerte a una sociedad: solidaridad, equidad y respeto a las leyes y a los derechos vigentes, caiga quien caiga.