Por Pablo Borla
Más de setenta años han transcurrido desde que Juan Domingo Perón presentara su libro “La Comunidad Organizada” en el Primer Congreso Nacional de Filosofía. Algunas circunstancias que analizaba el por entonces presidente de la Nación han cambiado, pero otras no, y de ellas aún se desprende la necesidad de consolidar a las comunidades como motores de cambio y progreso.
Una rápida mirada sobre la situación nacional actual basta para develar la crisis de nuestras instituciones como elementos vertebrales del funcionamiento de la comunidad.
Esta situación no es patrimonio exclusivo de Argentina, pero como decía -o afirman que decía- Liev Nikoláievich “León” Tolstoi, el genial escritor ruso, “Pinta tu aldea y pintarás el mundo”.
Las ideas centrales del libro de Perón, como la consolidación de prácticas democráticas participativas movilizadas por las organizaciones populares, la necesidad de construir un proyecto de civilización diferente al capitalismo o al comunismo y el tejido de un entramado que brinde base sustentable un modelo de civilización totalmente opuesto al llano individualismo, poniendo su centro aquello que es común a nuestra pertenencia a la Humanidad, son ideas y desafíos urgentes también en estos años dramáticos, en los que la pandemia nos pone a prueba y redefine el concepto de solidaridad.
Las sucesivas decepciones sufridas posiblemente hayan minado la fe de los argentinos en sus instituciones.
Sucede que cuando éstas se contaminan de intereses exclusivamente sectoriales, económicos o políticos pierden su capacidad de determinar el marco objetivo que toda comunidad necesita para su progreso.
Legislaturas de orden municipal, provincial o nacional que no debatan con la altura necesaria y cuyos integrantes no estén suficientemente preparados o asesorados, serán incapaz de hacer aportes sólidos y trascendentes, sobre todo si existe en el Pueblo al cual representan la idea de que no hay la necesaria independencia entre los poderes que forman parte del Gobierno.
De la misma manera y a pesar de cierta solidez más compulsiva que asentida, las crisis también atraviesan a los gremios, y sus dirigentes –a los que Perón dedicó un discurso llamándolos “sabios y prudentes”- hoy deben repensar sus acciones de, por lo menos, los últimos treinta años y cuál fue su aporte para lograr consolidar una comunidad organizada.
Posiblemente suceda que, desde Perón -salvo intentos espasmódicos-, la organización de las diferentes instituciones no ha sido una meta a la que aspirar, sino que se nos va la vida, a veces como espectadores y otras como protagonistas, intentando sobrevivir a la coyuntura.
Existe una fuerte vocación y la necesidad de organizarse particularmente en esa parte del Pueblo que pelea el sustento cada día, y sobre todo en épocas de crisis profundas (siempre estamos en crisis, parece, pero a veces más), en las que los vecinos se buscan y se convocan para el comedor comunitario, el merendero, el centro vecinal, la biblioteca popular.
Nuestra actual coyuntura hace que la falta de una comunidad organizada revele con dolor como el interés político y económico se prioriza frente al general, de tal manera que la oposición carezca de mayores aportes y se limite a la crítica generalizada y muchas veces contradictoria y se niegue a apoyar a un oficialismo que tiene su crisis propia, desbordado por internas mientras gestiona como enfrentar una dificilísima pandemia.
En ello, los medios de comunicación enrolados en uno y otro bando hacen un generoso aporte a la confusión general.
Una comunidad desorganizada es incapaz de dictar reglas de convivencia y de respeto y el interés individual -que también es hijo de la incredulidad y el escepticismo, cuando no de la lisa y llana falta de criterio- impone su anarquía y multiplica los males.
Perón en su libro afirmaba que “la ciencia puede resolver en la abstracción los problemas, pero en la vida de las comunidades los efectos suelen ser muy diferentes e incumbe a la política ganar derechos, ganar justicia y elevar los niveles de la existencia”.
La actividad política está devaluada en su valoración y es necesario rescatarla como un instrumento fundamental de la vida democrática para poder afrontar el presente y construir con solidez el futuro.
Lo que hace que formemos parte de una Patria es que un conjunto de individuos pase a ser una comunidad que se organiza, privilegia sus prioridades colectivas frente a las individuales y logre definir una meta.
Esa construcción es ineludible y por ello tendrá lugar indefectiblemente. Sería bueno no llegar al extremo de que suceda, como también declamaba Perón -“con los dirigentes a la cabeza o con la cabeza de los dirigentes".