Pocos conceptos son tan artificiales y, a la vez, tan concretos como los primeros cien días de un gobierno, como una medida que enmarca y regula la posibilidad de mantener la expectativa, el apoyo y la esperanza de los gobernados.
Por Pablo Borla
En la posguerra, Franklin D. Roosevelt utilizó este concepto como una suerte de acuerdo de partes, cuando asumió la presidencia en 1933. Frente al durísimo periodo denominado “Depresión”, establece el New Deal para asistir a los sectores más pobres, movilizar una economía que ya venía con problemas desde el “crack” de 1929 y reformar el sistema financiero, en lo que sentó las bases de un modelo de liderazgo audaz y en armonía entre los Poderes ejecutivo y legislativo.
Durante esos primeros cien días, el pueblo va evaluando no sólo si las promesas electorales se cumplen -aún cuando se sabe que, con tal de llegar al poder, hay quienes prometen imposibles o improbables- y, fundamentalmente, si las medidas que va tomando el nuevo gobierno inciden sobre sus condiciones de vida para mejorarlas o si abren un camino cierto para que ello ocurra.
La Argentina de Milei es un país que no recuerda un ajuste tan fuerte y descarnado sobre los sectores más vulnerables, aunque los efectos de las medidas de orden fiscal han impactado en mayor o menor medida sobre la mayoría de la gente, de tal manera que el arco de sus consecuencias pasa desde recortar la frecuencia de las salidas recreativas -en el mejor de los casos- a que una familia tenga que elegir si almuerza o cena.
El Informe de marzo de la agencia Zuban Córdoba muestra una caída en la imagen del Gobierno y de su presidente que, si bien revierte los guarismos iniciales, no está en coincidencia con la extrema dureza de las medidas tomadas desde el 10 de diciembre, que incluyeron la devaluación más profunda desde la hiperinflación del gobierno de Alfonsín, con el consiguiente impacto inflacionario.
Las expectativas a futuro no son optimistas, esto es, la mayoría de los ciudadanos consultados no cree que se vaya por un buen camino y parece que se está realizando una transferencia de culpas de la mala situación desde Alberto Fernández hacia Javier Milei.
Es que la luna de miel, como todo, algún día termina.
Pero la novedad del gobierno anarco liberal de Milei no se agota en sus propuestas, sino que se extiende hacia la persistencia de la esperanza, con una tozudez que uno esperaría de mejores causas.
La muestra de Zuban Córdoba indica que el 54,7% de los encuestados no cree que valga la pena el sacrificio que está haciendo en aras de un mañana mejor.
Sin embargo, aunque progresivamente se van sumando sectores en protesta, el profundo impacto de las medidas no tiene movilizada a la gente como otras causas históricas, tales como la inseguridad, el cepo al dólar y los derechos de mujeres y diversidades, salvando las distancias entre unas y otras banderas.
Sucede que cuando ya no queda nada, lo que queda es la esperanza, que fue lo último en salir de la abierta Caja de Pandora, después de todos los males.
Por el momento, el Gobierno persiste en algunas estrategias que le han dado resultado, como la confrontación con diferentes actores de la política y la cultura nacional, que, como en una antigua feria barrial, desfilan como los patitos a los que se les dispara con el rifle de aire comprimido, a medida en que les toca el turno.
Se nota, sin embargo, una suerte de resignación del presidente hacia la posibilidad de negociar -algo que consideraba con cierta repulsión- como parte del juego democrático, lo que se hace aquí y en cualquier democracia del mundo.
Pero Milei no es Roosevelt ni tiene las mismas concepciones democráticas.
Se le reconoce a Milei la baja del gasto público, el superávit fiscal y la quietud del dólar, pero también que el primero es a costa del hambre y hasta la muerte (caso de falta de medicamentos provistos por el Gobierno) de muchos argentinos; el segundo como una consecuencia sobreviniente del corte del gasto esencial (imagine lo fácil que sería para Ud. ahorrar si deja de pagar la luz, el gas, el colegio de los chicos) y la tercera como una noticia que en su contexto, es mala, ya que frente a la necesidad exportadora, generará una presión devaluatoria que echará por tierra el sacrificio de estos meses.
Mientras tanto, hay plan fiscal y no plan económico a la vista.
Cien días de esperanza. Cien días de angustia. ¿Mil días de decepción?