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Por Pablo Borla
“Yo he mantenido firmes mis convicciones a lo largo de mi vida” es una afirmación que, en política, vale tanto para un barrido como para un fregado. Esto quiere decir que parece un buen traje de presentación personal en foros tan diferentes como la tribuna o el estudio de televisión. Por mi parte, estoy convencido de que esa virtud no es tal. O tal vez sí…

 

La firmeza de las convicciones y la supuesta coherencia que esto manifiesta siempre ha tenido buena prensa. Es como una frase hecha. O como ciertos adjetivos implacablemente unidos a ciertos sustantivos. Verbigracia: un incendio siempre es “voraz”, una persecución policial es “cinematográfica” y una calvicie siempre “incipiente”.
Y parte de esa pátina de prestigio se lo da su antigüedad. Las convicciones son mencionadas en la Biblia, por ejemplo, en Efesios 4: 13-15: “…tener convicciones piadosas es sabio y seguirlas nos conducirá a la madurez espiritual.”.
Sucede que las convicciones son aliadas de las verdades reveladas, que no deben ser cuestionadas sino cada vez más afianzadas.
Y por eso los pastores de diferentes credos -todos verdaderos para cada cual- suelen estimularlas como un elemento de consolidación de la fe, que por ser fe no debiera necesitar andar consolidándose, si no fuera por la proverbial veleidad humana de nuestras convicciones, aún las más profundas.
Cuando tenemos convicciones, sabemos adónde vamos. Y si somos coherentes en el tiempo, llegamos. No estoy seguro adonde, pero llegamos. Quizás al Cielo, ese lugar sin contradicciones.
Recuerdo a Jorge Luis Borges, afirmando “Prefiero decir con Shaw que, en vista de las circunstancias, he renunciado a las bondades del cielo. No acepto de plano el soborno del cielo, porque quizás el infierno sea un sitio más digno.”
¿Se puede ser coherente en un Universo tan cambiante? ¿Realmente hay convicciones que puedan durar eternamente? Abusando de Borges -es imposible obviar a Borges- “En la Tierra, no hay palabras sencillas, porque todas postulan el universo, cuyo más notorio atributo es la complejidad.”
A las personas nos transcurren los años. Nada tengo que ver con aquel muchacho que hacía- allá por sus veintes- las primeras armas en la docencia y en el periodismo. Por ese entonces, tenía convicciones que ya no postulo o, por lo menos, me generan profundas dudas y reflexiones.
Somos diferentes personas a lo largo del tiempo. Ese muchacho, ese Pablo veinteañero, es tan diferente a mi como lo es usted, que me halaga sin yo merecerlo, al dedicar su tiempo en leer estas líneas.
¿Por qué se debiera entonces pensar de igual manera a lo largo de la vida? Creo que pueden ostentarse en el tiempo convicciones tan diferentes, que pueden resultar en una incoherencia.
Pero permítaseme desconfiar de aquellos de convicciones tan sólidas que no aceptan discusión ni cuestionamientos.
Pocas verdades son exactas e incuestionables, por el menos en la dimensión que habitamos. En ella, por ejemplo, las consecuencias siguen a las causas y no a la inversa.
Pero otros dogmas -que incluso han costado vidas- y otras convicciones, que más parecen hijas del temor a la duda y de la necesidad de certeza que realidades, han ido cambiando.
Y lo que antes nos parecía un pecado, ya no lo es y a veces no entendimos como pudo haberlo sido.
Es por ello por lo que, cuando un líder habla de su coherencia y la fortaleza de sus convicciones, también quisiera estar seguro de si está dispuesto a cambiar su pensamiento en la medida en que conoce, sabe, crece, transcurre su vida.
Porque si no es así, tengo derecho a dudar de su inteligencia y autocrítica. Y de que sea capaz de aceptar cuestionamientos y críticas ajenas.
Las convicciones de hierro y concreto, que han seducido multitudes, también nos han conducido por caminos de superioridad moral e incluso de fascismos.
Seguramente sea útil mantener la mente abierta a los cambios de una Humanidad inconstante, con la expresión asombrada de la infancia que todos los días descubre nuevas cosas y se maravilla con la pluralidad, con la magnífica diversidad de la vida.