Gobierno de Salta
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Ni siquiera sabor a poco. Más bien, como en la conocida canción de Palito Ortega, el acto conmemorativo kirchnerista del 25 de mayo dejó sabor a nada.

Por Pablo Borla

Ese disgusto no viene tanto del alimento sino de las expectativas de los comensales, quienes -en el kirchnerismo- tienen la tendencia de dejar que el chef elija por ellos lo que van a comer.

Cristina tuvo el baño de devoción popular que necesitaba después del horroroso atentado fallido contra su vida y de la ausencia de lapicera, ante la falta de obediencia de quien sí la tiene.

Haciendo un paréntesis, es incoherente estremecerse ante el atentado a un símbolo de la democracia -como lo es una vicepresidenta- y al mismo tiempo indignarse ante el sostén del criterio propio por parte de otra institución, como la presidencia.

Pero ambos fenómenos corren en el mismo sentido: somos fieles corroboradores del poder real, que no siempre está alineado con el institucional. Y esto no pasa solamente con el peronismo y sus matices, sino con una concepción nacional del orden, que se sostiene en liderazgos muy fuertes, casi autoritarios.

En esta Argentina que es parte de la América Latina mestiza, en la que conviven pacíficamente la Pachamama con la Virgen María y la sahumada con el incienso pascual, también lo hacen la democracia con los perfiles autoritarios u oligárquicos.

Quizás sea por eso que la independencia de los Poderes del Estado no parece estar entre nuestras prioridades. No hay cacerolazos reclamando por la injerencia de un poder sobre el otro. Lo natural es que la voluntad del líder se imponga y si éste no es suficientemente fuerte, se inicia el conflicto.

Mucha gente esperaba de Cristina que decida postularse a la presidencia o, al menos, que enarbole el dedo mítico del Dios del fresco de la Capilla Sixtina, creando sin dudas al nuevo Adán, que vendrá a defraudarnos el día de mañana. Ya sabemos que la elección de compañeros de fórmula no suele ser uno de los fuertes de la lideresa argentina más destacada del siglo XXI.

Pero tuvo un acto de tarde lluviosa y truenos, con catarsis y vientos de nostalgia, con aromas a despedida.

También, puede ser el inicio del proceso de reorganización del peronismo. Si la Iglesia tuvo dos Papas, ¿no podrá el peronismo lograr que la líder adorada se dedique a aconsejar y dejar que los demás gobiernen? Ella ya dijo, sin embargo, que no está en sus planes dedicarse solo a cuidar nietos.

De ese acto surgieron los nombres sugeridos y los omitidos, ambos dispuestos a dar pelea, por lo menos por el momento: por un lado, los que acompañaban la figura de Cristina en el escenario como Wado, Sergio y Axel (como los llama) y por el otro los de la tercera pata de la coalición: Scioli y Rossi.

Scioli, ausente con aviso. Rossi, abajo del escenario (dijo que no lo invitaron a subir). Sí estuvieron miembros del Gabinete Nacional que no expresaron oportunamente su intención de competir en las internas, como Daniel Filmus y Victoria Tolosa Paz.

Alberto, sin invitación, se fue con su guitarra a la playa y al disfrute familiar, después del Te Deum, dispuesto a sostener la dignidad de su gobierno hasta el 10 de diciembre, a pesar de tirios y troyanos.

De todas maneras, el acto ayudó a que comiencen a alinearse los patitos, en vistas a la proximidad de las fechas electorales: De Pedro y Massa arrancan con ventaja; Axel -el que mejor mide en las encuestas- se aferra a la provincia y apuesta al 2027; Scioli dice que no se baja y Rossi anda viendo. El albertismo pide PASO, el kirchnerismo pide el dedo consagratorio.

Si el peronismo oficial se ordena, es una buena noticia. Si el peronismo no oficial se ordena, también. Si la coalición opositora se ordena -viene muy picada la interna- también lo es.

Esto, porque en el horizonte mundial la extrema derecha sigue dando muestras de buena salud.

Las elecciones de Lula y Biden fueron el resultado del fracaso de los experimentos autoritarios que sirvieron de premiere, de anticipo del estilo de gobierno del “sálvese quien pueda (y como pueda)” de la extrema derecha.

El crecimiento de María Fernanda Cabal en Colombia, de José Antonio Kast en Chile, del FRENA mexicano y de Donald Trump y Ron De Santis en EE.UU, también marcan la consolidación de una idea, aunque no aún una tendencia irrevocable.

En Europa, sí vienen arrasando. Y en ellos se esperanza el desequilibrado Javier Milei, que ya anunció fórmula con una procesista antiderechos como Victoria Villarruel. Sobre llovido, mojado. Pero no podía esperarse menos.

El célebre científico Carl Sagan dijo una vez que “Si nosotros no somos capaces de hacer preguntas escépticas (…) para aquellos en la autoridad, entonces estamos a merced del próximo charlatán político que aparezca. Jefferson dijo que no era suficiente con consagrar algunos derechos en una Constitución, sino que el Pueblo debía ser educado y tenía que practicar su escepticismo y educación. De lo contrario, nosotros no dirigimos el Gobierno, sino que el Gobierno nos dirige a nosotros”.

Y ahí es cuando los votantes, en un misterio de la naturaleza, se suicidan. Y eligen a aquellos que les quitarán derechos que han demandado años de sangre y luchas; los dejarán indefensos cuando se enfermen o tengan que enviar a la escuela a sus hijos y los mandarán a vender sus órganos cuando el dinero falte.

Posiblemente, eso sí, bajen algunos impuestos, si son coherentes.

Claro que la coherencia es un producto que en Argentina es escaso y siempre tiene excusas y razones a la mano.