Un juego de palabras, una amenaza peligrosa que se convirtió en una posibilidad, de la mano de la incapacidad de políticos ya consagrados de superar sus propias limitaciones, de salir de la interna, de bajarse de la descomunal altura de su ego.
Por Pablo Borla
Milei habla “en difícil”. Eso parece que le gusta a mucha gente que no entiende, pero no le importa no hacerlo, porque les gustaría gritar como Milei y decirles “a los políticos” (que ellos mismos votaron) que los tienen hartos. Es como esos feligreses de pueblo que van a misa y luego dicen “Qué lindo que habló el padre” y cuando se les pregunta que dijo, responden “No entendí bien, pero habló lindo…”.
Milei es la comunidad sin ley. Es el "laissez faire, laissez passer", pero versión más papista que el Papa. Esa especie de cuasi anarquía que no es, porque es una dictadura: la del dios Mercado, que todo lo puede en su inefable sabiduría.
De ahí que sus propuestas alocadas, extravagantes, extremas, son todo lo contrario a lo que implica la vida en comunidad: límites, regulaciones.
Hemos necesitado leyes que regulen la convivencia y hemos necesitado sanciones para quienes no las cumplan. Porque la libertad ilimitada es todo lo contrario a ella. Demasiado al este, ya es el oeste.
Voy en auto, conduciendo. Veo un semáforo en rojo, que por convención indica que debo detener mi marcha. Pero yo creo que ese límite atenta contra mi libertad. Y me mando, nomás. Y atropello a alguien que cruzaba en moto, en verde.
La convivencia es la restricción consensuada de la libertad. Es la elección de autolimitarnos por respeto al otro.
Pero Milei no respeta. Desde su desatinada ignorancia, convierte en violencia el disenso. Porque se puede ser ignorante siendo instruido, que quepan dudas.
Y ahí surge el recurso extremo, cuando se juntan la falta de argumentos con la intolerancia: el insulto, la agresión. Todos los que no le siguen el juego son un conjunto de imbéciles, dominados por “la casta”. Lo vimos en Salta, insultando a una periodista de Metán, tratándola de “burra”, alentado por el impresentable de Alfredo Olmedo.
Milei pretende representar a los argentinos cansados de la política tradicional, aunque él es hijo y producto de ella, que ha sabido crear un Frankenstein que ahora no les obedece.
Recientemente, al igual que otros representantes de las ideologías neoliberales, expuso ante quienes poseen la mayor parte de la riqueza de nuestro país. Les contó acerca de sus planes. Algunos, dudaron. Temen que ese monstruo que parece favorecerlos, finalmente también los perjudique en su delirio fundamentalista.
Otros, como el empresario Cristiano Rattazzi, que supo ser presidente de Fiat Argentina, dijo que Milei tiene, de la economía, una “comprensión como poca gente” y también que “Podría votarlo a Milei, es un tipo que desde el punto de vista económico tiene racionalidad e inteligencia”.
Sincerate, Rattazzi… Lo que te gusta de Milei es que te dejaría las manos libres, como te gustaría, para hacer todos los negocios posibles, sin límites, aunque eso perjudique a mucha gente. A la gran mayoría de los argentinos, de hecho.
Estamos mal, no hay dudas, porque la inflación te carcome, entre otros males.
Lejos estamos del Paraíso, por cierto. Pero se está acercando el Infierno, ése en el que no vas a tener salud ni educación gratuitas. Ese en el que, si te va mal, nadie te ayuda, porque tenés dos riñones y podés vender uno. Ése de las calles privatizadas, pagando para circular. Ése de no ser dueño de tu propia moneda. De no recibir subsidios, aunque lo necesites. De no poder volar a ciertos destinos a visitar a tu familia porque no son tan rentables y se privatizó Aerolíneas. Y ojo con tu jubilación, que te la privatiza y vas a pagar comisiones de administración. Y estoy citando consignas de Milei.
La semana pasada, Cristina Fernández lo mencionó. En ello, lo empoderó como opositor. Ella sabrá por qué, pues suele ser una estratega. Yo no puedo más que suponer las razones, pero aún no tengo demasiadas certezas.
Estamos grandes. Ya pasamos el Bicentenario. El mundo mismo ya supo ver el ascenso de muchos delirantes en su larga historia. Y pocas cosas más peligrosas para un pueblo, que un delirante con poder.
Si le vas a dar la lapicera a Milei, pensalo. Esa misma lapicera puede firmar muchas cosas que te perjudiquen, sin vuelta atrás.