Hacia 1944, Jorge Luis Borges escribió “Funes, el memorioso”, un cuento que integró el libro “Ficciones” y que nos remite a una de las aspiraciones ancestrales de la historia humana, la de la conservación de la memoria como eje de la identidad personal y colectiva.
Por Pablo Borla
La memoria es, para Funes, a la vez una virtud y una condena: es capaz de recordar todos los detalles de cada momento de su vida y de cualquier libro que haya leído, de tal manera que las cosas pierden su pluralidad y sus detalles convierten al universo en un modelo infinito de partes individuales integrantes.
Hace casi un mes ingresamos a un período especialmente dedicado a la memoria por la suma de causalidades históricas: el 8 de marzo de 1908, en el que 129 mujeres en huelga murieron en un incendio en la fábrica Cotton, de Nuevo York, Estados Unidos. El 24 de marzo de 1976, inicio formal del Golpe de Estado cívico militar que bañó a Argentina en la sangre de sus hijos, de la mano de una dictadura cruel y sádica; y el 2 de abril de 1982, cuando esa misma dictadura nos llevó a una guerra desigual para permitir que un militar alcohólico y sus cómplices conservaran un poco más el poder, que se les escapaba por malevolencia, impericia y falta de apoyo popular.
Memoria.
En “El Aleph y otras historias”, Borges reflexiona: “Modificar el pasado no es modificar un solo hecho; es anular sus consecuencias, que tienden a ser infinitas”. Ciertamente, es un imposible y la memoria objetiva también lo es cuando una comunidad no la valora ni conserva lo más acabadamente posible sus sucesos objetivos, a través de documentos y testimonios.
Sacudidos por el éxito de la película “Argentina, 1985”, hemos recreado en nuestra memoria los detalles que nos quedaban a quienes tenemos la suficiente edad para haber vivido el Juicio a las Juntas.
Los golpistas y sus numerosos partidarios han intentado -y aún perseveran- anular algunos recuerdos o modificarlos. Pero las consecuencias de sus actos horrorosos han generado tantas ramificaciones de la mano de sus afectados, que es una tarea afortunadamente imposible.
Y en ello han ayudado también organizaciones como las Madres y las Abuelas de Plaza de Mayo. que no sólo son impulsoras de la justicia, sino también guardianes de la memoria colectiva.
El Dr. En Filosofía Luis María Lorenzo cita a Wilhelm Dilthey cuando señala que “la rememoración de vivencias pasadas no se da de acuerdo con la noción de fidelidad sino de significatividad”. Y esto es tan importante, que la falta de memoria para tener en claro a quienes nos perjudicaron -por lo menos a la gran mayoría de los argentinos- resulta en un discontinuo de la Historia y puede constituir una verdadera ruptura generacional.
He visto con recelo el intento de apropiación de la memoria colectiva de los horrores de la última dictadura, por parte de diferentes facciones políticas, con fines exclusivamente electorales.
Pero también he visto, en las marchas, cada vez más particulares. Personas -algunas de ellas con sus hijos- que probablemente antes no concurrían y que decidieron hacerlo.
Será por lo que ha movilizado la película de Santiago Mitre -quizás es mera coincidencia-, o por una necesidad de rememorarnos y reencontrarnos en tiempos de tanta confusión, que confluimos transitando los lugares principales de las capitales, para que quede claro que somos muchos los que no estamos dispuestos a repetir antiguos errores.
Esta memoria no debiera reducirse a las aberraciones ya nombradas. Nuestro país ha pasado, casi de manera sistemática, por períodos de crisis, muchos de los cuales fueron derivados de pésimas administraciones y aún más, pésimas intenciones.
Estos períodos también han dejado tras de sí muertos y exiliados. Esfuerzos de toda la vida tirados a la basura mientras que una elite -que suele ser siempre la misma desde la época de la Colonia- gana dinero con las crisis. Mucho.
Algunos de los que protagonizaron esas administraciones cuasi fraudulentas, se presentan hoy con aires inaugurales como los solucionadores de la crisis actual.
Recién confesados, han recibido el bautismo del olvido colectivo que los libra de todo mal, pero no garantiza voluntad de enmienda.
No hay padrenuestro posible para redimirlos.
Son los que se quedaron con los ahorros del pueblo. Los que nos endeudaron a nosotros y a nuestros hijos. Los que les bajaron los haberes a los jubilados y privatizaron los aportes previsionales. Los que malvendieron las empresas del Estado. Los que estatizaron deudas privadas. Los que chocaron la calesita. Los que antes no se soportaban y ahora se alían para volver a hacer lo que ya hicieron.
Para ellos también, memoria.