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 La ciencia ficción en Argentina -salvo excepciones como la recordada historieta “El Eternauta” de Oesterheld y Solano López-, no ha dejado obras que se destaquen, como sí pasa con el resto de los géneros literarios.

Por Pablo Borla

Quizás esto sea porque en nuestro país suceden hechos que nos hacen confundir la línea que separa la realidad lógica de la posible ficción y la vuelven muy delgada, lo que aumenta nuestra característica de pueblo desconfiado con algunos sucesos, más propios de sueños y pesadillas, que de la concreta parquedad de la física.

Tengo más de 50 años y ya pasé por demasiado, como todos mis compatriotas, en este país que jamás dejaré de amar e intentar comprender.

¿Cuál será la Piedra Rosetta que nos permita interpretar correctamente a Latinoamérica, si es que se necesita hacerlo?

Lo intentó el realismo mágico, ese movimiento principalmente literario que muestra la interacción de lo irreal como lo común en América Latina, a través de las plumas maravillosas de García Márquez, Asturias, Isabel Allende o Juan Rulfo.

No sé si Latinoamérica puede leerse desde otro punto de vista, pero supongo que sí. ¿Será ese sincretismo de arte, historias, naturaleza, razas y pueblos? ¿Esa tirantez entre los puertos que miran a Europa o los EE.UU. para encontrar un espejo y una buena parte del resto que mira hacia sí mismo y su variedad maravillosa?

Mucho se ha hablado del terrible, lamentable atentado contra la vicepresidenta de los argentinos.

No está en mi ánimo el exponer teorías, que tampoco serían muy novedosas. Y todo cambia a velocidad de vértigo.

Sí, quisiera dejar flotando en el aire algunas preguntas, para ver si las respondemos entre todos, cada uno en su pensamiento.

Una de ellas es por qué muchos medios de comunicación -y algunos políticos- han privilegiado el acomodar la realidad a sus preconceptos -de esos que ya traían muy pulidos desde mucho antes del atentado- y no optaron por repudiar inmediatamente y especular después.

¿Tan poco valen las instituciones y las investiduras en Argentina, más allá de quien las ejerza momentáneamente?

Hemos visto en acción -desde los medios y las redes sociales- a algunos políticos para los que la violencia no es descartada de plano como una opción.

Tanto el oficialismo como la oposición han hecho un uso político -sin ningún tipo de pruritos-de un tema que afecta lo institucional.

La heterogeneidad de las reacciones frente a un posible magnicidio, muestra el estado de eterna desconfianza que tenemos los argentinos y que seguramente es justificada por los antecedentes que vivimos.

Han circulado análisis estadísticos de las conversaciones en las redes sociales y dicen que las primeras reacciones colectivas mayoritarias, luego de la sorpresa inicial, fueron el escepticismo y las teorías conspirativas.

Ya fuimos especialistas en virus, en guerras, en economía y ahora nos toca ser especialistas en atentados y procedimientos de custodia. Todos opinamos. Es gratis, ¿no?

Hubo muchas críticas respecto del feriado inesperado, pero también sería bueno ver si no hubiera servido para parar un poco la pelota y pensar las jugadas, lo que viene. Lo cierto es que parece que, efectivamente, no sirvió.

Cabe preguntarse también si este hecho y estas reacciones no son uno de los frutos de una cierta violencia generalizada.

No me refiero sólo de la física, sino también de la simbólica, de la verbal, de la gestual.

El discurso del odio y su promoción contribuyen a ocultar las certezas. Pero hay que tener claro que no toda crítica implica odio sino, muchas veces, simple disidencia.

También, preguntarnos si de nuevo perdimos una oportunidad de unirnos en la defensa de las instituciones de la democracia -que tanto nos costó recuperar-, porque por acciones de propios y ajenos, la convocatoria de repudio al día siguiente del atentado no vio reunidos a representantes del todo el arco político, social, religioso, económico, diciendo “Basta de violencia. Hasta aquí se ha tolerado”.

Cada cual repudió desde donde le quedó más cómodo y no estoy seguro si mucho de ello no fue sino un acto de simple corrección política.

Mi historia de ciencia ficción contaría de un lugar en el que nos despertemos en el mismo país en el que nos fuimos a dormir.

Uno en el que bajamos un cambio, todos. En el que podamos proyectar. Porque hoy, no entiendo que significa la palabra “previsible”. Es como si hablara de otro idioma.

No sé lo que es estar medianamente tranquilo.

Una pregunta final: ¿Qué pasaba si el atentado tenía éxito? Imagino un abismo. Y Nietzsche decía: “Cuando mirás largo tiempo a un abismo, el abismo también mira dentro de vos”.

Me gustaría mucho que nos vaya bien.

De nosotros depende. En la dirección que llevamos, como una comunidad, el abismo nos está mirando y todavía, se lo prometo, estamos a tiempo de evitarlo.