Es ampliamente conocida la fábula ejemplificadora que cuenta como un escorpión, que iba siendo transportado a través de la corriente de un río por una rana, le hunde a ella su aguijón fatal y condena a ambos a una muerte que era, hasta entonces, evitable. Ni el temor a una muerte segura pudo contra su propia naturaleza.
Por Pablo Borla
Argentina es un país fértil para la aplicación práctica de fábulas universales. Vivimos en una dimensión mágica e impredecible, en la que todo puede pasar y, al mismo tiempo, hay situaciones que se reiteran periódicamente, para nuestro mal, como un péndulo eterno.
La designación de Sergio Massa abre un interrogante: ¿Logrará cruzar el río o el aguijón fatal del kirchnerismo se irá clavando en las filas del nuevo “superministerio”?
No sabemos si nuestros hijos nos heredarán el color de ojos o de cabello; la altura o el coeficiente intelectual. Pero tenemos una certeza: si transcurren sus días en Argentina, heredarán -por lo menos una vez en su vida- la costumbre de tener que soportar una crisis política y económica, en esa noria que nos tiene hace muchas décadas dando vueltas, moliendo el grano para otros y, además, con anteojeras puestas para que no miremos a los costados sino solo el mismo camino, siempre.
En este país de expertos en crisis; pleno de especialistas en denostar, desgastar y expulsar ministros de economía, estrenamos la semana pasada uno nuevo. No es economista; es político, lo que es una buena variante, a sabiendas de que la crisis argentina no es solamente técnica sino profundamente política; impulsada por alguna dirigencia de mucho peso que se empeña en imponer por sobre consensuar; en acumular poder y perder reservas.
Sería bueno que esa dirigencia enarbolara por una vez el fundamentalismo de intentar el diálogo, en la conciencia de que el país somos todos y no solo los que piensan como ellos; en la convicción de que la soberbia y el exceso de certeza, no son caminos viables en el mundo actual.
Ser moderno no es solo estar a favor de la ampliación de derechos. Además de eso, es saber que las democracias actuales se fortalecen en la firmeza de sus instituciones y que no hay salvadores milagrosos ni líderes mesiánicos. Hay acuerdos; hay respeto, hay humildad.
En este concepto no coincide un importante referente del oficialismo: Andrés “Cuervo” Larroque, para quien “Sin Cristina no hay peronismo, sin peronismo no hay país”.
Massa asume con la suma de un gran poder, del que no disfrutaron sus antecesores. Pero ha pasado ya tiempo suficiente y no logra terminar de armar su equipo de colaboradores. No es un improvisado: ya dijo lo que viene a hacer y seguramente, in péctore, tenía a los nombres que considera que deben acompañarlo en este desafío.
Pero, más allá de ello, nuevamente se balancea sobre su cabeza una autorización esencial: la de Cristina Fernández, quien debe -avalada por su considerable capital político- concederles bolilla blanca o bolilla negra a los titulares del gabinete económico. Y en ello, el aguijón de “los funcionarios que no funcionan” puede clavársele en medio de la correntada, triturar definitivamente el frente oficialista y que, como decía Luis XV, “Que venga después de mí, el diluvio”.
No existieron demasiadas alternativas para acompañar al gabinete de Massa. No hay muchos especialistas de prestigio dispuestos a la posibilidad de ser los violinistas de un barco que puede volverse un Titanic.
La designación de Flavia Royón -al margen de sus indudables capacidades- es un signo de buena voluntad, en un área en la que la vicepresidenta siempre aferró alfiles propios, tormenta tras tormenta.
Pero el arribo de Rubinstein como segundo en el Ministerio sería una verdadera sorpresa, ya que, al margen de sus lauros y experiencias, su pensamiento está en casi en las antípodas del kirchnerismo y su capacidad de tolerancia. Sobre todo, porque lo ha expresado públicamente y, ya sabemos, en nuestra histórica política han convivido la biblia y el calefón mientras no hacían declaraciones en los medios.
El arribo de Massa tuvo que ver con la resurrección de los acuerdos y, en ello, una nueva esperanza se abre para millones de argentinos, que esperan menos retórica, menos soberbia y, sobre todo, menos inflación.
A gran parte del oficialismo no le gusta para nada la figura de Sergio Massa.
Está bueno recordarles que sí les gustó cuando había que aportar votos para ganar las elecciones.
Hoy, estaría bueno que dejen trabajar al hombre y que tengan presente que oficialismo y oposición -más allá de muchos logros que no suelen ser tapa de los principales medios- vienen fracasando con todo éxito.
Y a esta altura del partido, viene a cuento recordar la famosa frase del patriota venezolano Simón Rodríguez: “O inventamos, o erramos”.