Desde la Grecia Antigua, emociones básicas como la indignación y la ira constituían el germen que, en ciertos terrenos fértiles, hacía prosperar a la violencia. La tragedia como género parido en esa civilización, abundaba en hechos violentos, generalmente narrados, más que representados.
Por Pablo Borla
Contemporáneamente, la violencia comienza como indignación y estalla como ira. Si es individual, se condena legal y socialmente o se tolera, dependiendo del alcance de sus consecuencias. Si es una acción de la masa, de la multitud que se mueve como un monstruo de mil cabezas, todo se vuelve imprevisible y, a veces, fatal.
La indignación en Argentina lleva un par de décadas como expresión social, manifestada por ejemplo en cacerolazos de los sectores medios acomodados, especialmente porteños, con imitadores en el interior, que tomaban el modelo a seguir vía noticieros de los canales de alcance nacional.
Hablemos de emociones. Para el especialista David Konstan, la emoción está «entretejida de forma muy compleja en los sistemas de significación cultural e interacción social. Más que ser reacciones instintivas, son de naturaleza altamente cognitiva y dependen de la manera en que interpretamos y juzgamos cosas como el comportamiento y los motivos de otros”.
La indignación y la ira también imitan a las de los otros y pasamos a crear un modelo colectivo de ambas, con mayor o menor participación de influencers sociales en ese modelo.
Pongamos un ejemplo… casero. Alfredo Casero, para ser más preciso. Una personalidad del arte, antes de la comedia, últimamente del arte dramático mediático.
Casero viene teniendo explosiones de furia contra la política. Después de cierto ocaso, volvió a la consideración popular tras una aparición melodramática en el programa de Alejandro Fantino, condenando al gobierno kirchnerista al grito de “queremos flan”, que se popularizó entre los manifestantes opositores.
Recientemente, el antes cómico y hoy tragicómico, protagonizó una llamativa escena en el programa del periodista Luis Majul -con quien se supone existe una afinidad ideológica- en la que se despachó en contra de los políticos y de los periodistas complacientes.
Después de golpear violentamente la mesa que reunía a los panelistas, Casero se levantó, lleno de ira, diciendo: "Todos ustedes son una manga de.... (insulto) y todo lo que están haciendo en este país, todo lo que vienen haciendo, lo están haciendo absolutamente sabiéndolo. Los periodistas, los políticos, lo saben, saben lo que están haciendo y se están llevando todo".
Después de una diatriba de corte actoral, entre indignada e iracunda, que incluyó menciones a la moda de estilo entre algunos periodistas, partió, dejando tras de sí una acción que le dio una renovada fama, cual una exitosa campaña marquetinera y que le hubiera costado un Perú, si hubiera tenido que pagarla y quizás sí lo hizo o lo hará, de una u otra manera.
La indignación es un acto de enojo, de enfado, de rebeldía contra una acción o una persona que consideramos que lesiona nuestros principios.
Curiosamente, en nuestro país hubo más marchas de indignados por no poder comprar libremente dólares que por la pobreza creciente, la falta de independencia de los Poderes del Estado o los feminicidios impunes que entristecen cotidianamente las noticias. La indignación es selectiva: prefiere condenar los excesos de la guerra en Ucrania y no tanto en Palestina.
La ira es la expresión violenta de esa indignación, como la respuesta a una afrenta personal. Produce respuestas y consecuencias terribles y dolorosas. Por algo es uno de los Siete Pecados Capitales.
Hay políticos que acicatean esa indignación latente en provecho propio. Juegan con ella y en ello están jugando con fuego, en un país que tiene demasiadas heridas, incontables divisiones, múltiples revanchas pendientes.
Deberían darse cuenta. Pero para ello, tendrían que tener un marco ético del que carecen. Son puro marketing y fines propios, aunque se finjan colectivos.
Quieren privatizar la indignación, hacerla propia, ser su bandera y liderar la horda de odiadores hacia las urnas, para que los eleven al poder y desde allí, odiar tranquilos, impunes, irresponsables, merecedores de algún círculo más del Infierno, ese que el Dante se olvidó de describir o no quiso, por parecerse demasiado a una terrible pesadilla.
Está en nosotros que destino elijamos vivir.