Por Pablo Borla
Ya en las proximidades del acto electoral del 14 de noviembre, los salteños recibimos la visita de la presidente del PRO, Patricia Bullrich, quien llegó para promocionar a sus candidatos, en particular a Carlos Zapata, ladero del alicaído Alfredo Olmedo.
Consultada por la prensa salteña, Bullrich afirmó, con referencia a la operación quirúrgica a que fuera sometida la expresidenta, que “Cristina Fernández de Kirchner en los momentos difíciles se esconde”, para luego elucubrar una teoría cuyo fundamento es patrimonio solo de su pensamiento retorcido, según la cual, la intervención fue planificada para no estar presente cuando se conozcan los resultados de las elecciones.
Ese golpe bajo e inescrupuloso no es fruto de la impulsividad y la estupidez: Bullrich no es una persona de intelecto mediocre o incontrolable verborragia. Ese pensamiento surge de una fuente de energía muy poderosa: el odio.
Tan mal cayó la afirmación, que su compañero en la alianza opositora, el actual Jefe de Gobierno de la ciudad de Buenos Aires Horario Rodríguez Larreta, tomo distancia afirmando que “Siempre voy a estar en contra de la grieta. Si se hizo la operación es porque fue necesaria médicamente”.
Por estos cerros, la cohorte de aduladores que la acompañaba festejó el comentario insidioso. Esto no resulta extraño en un personaje como Zapata, que no solo auspicia la pena de muerte como castigo sino llega a un extremo más desafortunado en ese sentido.
Según dijera su mecenas Olmedo en una entrevista radial en 2018 "Con Zapata no nos pusimos de acuerdo en la pena de muerte. Yo planteo la silla eléctrica y él dice que tiene que ser con la soga, porque por ejemplo en Tartagal no hay luz y no los van a poder ejecutar".
Sucede que, en tiempos de grieta, el odio rinde.
Es interesante analizar cuál es el sistema de valores que los votantes ponemos en juego a la hora de elegir.
Una Nación se constituye desde determinados cimientos y en ellos define su futuro, pues de la firmeza de sus valores, depende su consistencia, su progreso y la sustentabilidad en el tiempo.
Creo que no deberíamos construir desde el odio, el resentimiento y el encono sino desde el amor, el consenso, el diálogo y la empatía.
Otro Bullrich estuvo en estos días en Salta. Fue Esteban, el senador nacional, quien, movido por la fe, vino a rezarle con devoción a la Virgen del Cerro para recuperarse de la esclerosis lateral amiotrófica que padece.
Cuando se supo acerca de su dolencia, las expresiones de solidaridad y el apoyo espiritual fueron unánimes, sin importar de que línea política fuera el senador.
Y ese comportamiento es el que debiera tener siempre una comunidad cuando está convencida de que los valores que nos definen como Humanidad, deben anteponerse a la mera especulación política.
A esta altura del proceso eleccionario, la mayoría de los votantes ya tienen definido su voto y las razones para apoyar a uno u otro partido de los que compiten el domingo próximo.
Sería interesante poder conocer qué lugar ocupan en esa decisión los valores que ayudan a que seamos una comunidad y no un conjunto de individualidades compartiendo un suelo.
El futuro resignifica al pasado y cuando llegamos a él y se vuelve presente, entendemos por qué pasaron los sucesos que ya vivimos.
El día de hoy, fue el futuro de un pasado que ya se volvió presente.
Y bajo esa luz, debemos entender que el odio no fue un componente menor en la generación de las actuales divisiones, grietas, desuniones, escepticismos y desesperanzas.
Entonces es necesario comprender que en algún momento deberemos romper el círculo vicioso al que nos llevó el odio. El votar “en contra de” y no “en favor de”.
Cuando votamos para la construcción y no para la destrucción, estamos votando en defensa propia.
Y esa elección tiene más que ver con el alma y el corazón que con la ideología.
Votar sin odio, seguramente será un buen comienzo.