Por Pablo Borla
En rondas de comadres, una señora entrada en años solía repetir, en medio de la espectacular "cuereada" que les estaban haciendo a las vecinas y vecinos del barrio, que “las mutulitas son las peores…”, una expresión despectiva, casi inubicable etimológicamente -quizás avenida del quechua como otras usuales en Salta- que se refiere, machismo mediante, a las mujeres tímidas y parcas, de apariencia inofensiva.
Posiblemente si María Eugenia Vidal fuese candidata por estos valles, esta señora ya la habría rotulado así, por sus maneras suaves, su sonrisa bondadosa y su mirada huidiza, que se vuelve acerada cuando levanta la vista y se revela.
Vidal, una de las principales espadas de la coalición opositora, no viene de una gestión avalada por el voto de los bonaerenses, a pesar de haber asumido en su momento con un nivel de aceptación alto y grandes expectativas de dirigir adecuadamente una de las provincias más difíciles por su dinámica política de “barones” y líderes locales insaciables, perpetuos y ambiciosos.
La derrota sufrida en manos de Axel Kicillof en 2019 la sumió en un silencio profundo, del que emergió para probar fortuna en un distrito más hospitalario con las ideas neoliberales, como lo es la Ciudad Autónoma de Buenos Aires, de la mano del Jefe de Gobierno porteño, Horacio Rodríguez Larreta.
Ganó, en la puja por la candidatura a diputada nacional, al ala más dura dirigida por la presidente del PRO, Patricia Bullrich, quien de todas maneras no salió muy mal parada en la cuestión.
Luego de confirmados los números que dieron una diferencia mayor de votos en las Primarias Abiertas Simultáneas y Obligatorias, y ante la crisis de un oficialismo que ya venía con un profundo conflicto interno, Vidal levantó la voz y comenzó a pedir a los votantes ausentes que vayan a votar en las Generales y aseguren el triunfo opositor, en un tiempo que ella avizora como un idus de noviembre.
Desde allí, reclamará la presidencia de la Cámara de Diputados como una primera minoría, desplazando a Sergio Massa, integrante de la coalición oficialista.
Con ese inusual planteo respaldó la iniciativa que originalmente provino de la líder de la Coalición Cívica-ARI, Elisa María Avelina Carrió, más conocida como Lilita pero jamás como “mutulita”, quien planteaba que había que ir a frenar el quorum oficial.
Republicanas declaradas cuando les conviene a sus intereses y discursos, ambas olvidan que Cambiemos fue minoría durante su período al frente del Gobierno Nacional -de la mano del inefable Emilio Monzó- en aras de la larga tradición política -una de las pocas que suele respetarse- de que la presidencia de la Cámara Baja sea de quien gobierna el país, al margen de que la oposición sea la primera minoría.
Esta costumbre no es antojadiza y tiene que ver con un gesto democrático de brindar garantías de gobernabilidad a quien triunfa en el Poder Ejecutivo y tampoco es gratis, ya que una serie de ventajas suelen derivar de tan republicana actitud de la oposición.
Es un llamado exasperado, triunfante, que saca a Vidal de su eje de marketinero mutulismo y la muestra con su verdadera cara y valores, al igual que la recua de halcones a los que les encanta la mano dura, siempre y cuando sea para los demás.
La propuesta, sin embargo, fue evaluada con desconfianza por algunos sectores integrantes ¿transitorios? de la Coalición, como la Unión Cívica Radical. No tanto por ser republicanos cuanto por pragmáticos: “Puede ser un tiro en el pie. ¿Qué pasa si explota el país con un opositor sentado en ese puesto? Cristina va a decir que fue un golpe”, le comentaron al diario La Nación.
En el imaginario opositor, ya descorchan el champagne pues creen que el triunfo de la PASO se reiterará, amplificado por los votos ausentes y en blanco.
Milei, por su parte, se ilusiona con un futuro de grandeza, lleno de personas que piensen como él y solo como él.
Libertarios, se llaman, porque Libertadores sonaba como mucho y ya está la Copa para eso.
Sueñan con un futuro escenario complicado para Alberto Fernández, con adelantamiento de las elecciones, con un país inviable que ellos puedan -próceres- volver viable.
Nunca aclaran que no será para todos, sino para los de siempre, los que son como ellos.