El potencial turístico que la provincia supo explotar hace algunos años se amesetó. Lo bueno es que no ha decaído como actividad económica, salvo durante la pandemia, lo preocupante es que no crece y, visto otros sitios, Salta es diamante en bruto.
Por Franco Hessling
La matriz económica de la provincia se ha mantenido más o menos igual en las últimas dos décadas, quizá incluso desde antes. El único servicio que tiene relevancia cierta entre las actividades económicas de Salta es el turismo, que en sus mejores años de injerencia asciende al 8% del Producto Bruto Geográfico (PBG).
Puede que el guarismo no haga honor a todas las mediciones, ni siquiera a las mal llevadas estadísticas provinciales. No hace falta recordar las acefalías y abulias en la Dirección de Estadísticas de la Provincia. Quizá en algún año glorioso que escapa al estudio holgazán de este columnista el turismo haya llegado al 10% de la actividad económica provincial. Tal vez incluso al 15%.
Aun admitiendo semejante margen de error, el concepto es el mismo: el turismo es el único servicio en una matriz económica evidentemente primarizada y, para colmo de males, tiene una injerencia marginal en la torta completa del PBG de Salta. Para desprevenidos, el PBG es a la provincia lo que el PBI al país.
El turismo supo tener sus años de gloria con la impronta de ciertos funcionarios del romerismo. Conviene admitirlo. Además, el romerismo se ha vuelto un linaje simpático y maleable, de capacidad de adaptación a los nuevos tiempos. Ha hecho tanto en ese sentido que se ocupó de legarle a nuestros manuales escolares la primera intendenta mujer de la capital salteña, doña Bettina Romero.
Con Bernardo Racedo Aragón la provincia desarrolló por primera vez una política turística diseñada, planificada, ejecutada y evaluada. Se fue corrigiendo y ampliando al punto de convertir a Salta en una plaza para cierto turismo nacional e internacional que gusta de los paisajes inmensos de naturaleza todavía por encima de las obras civiles. Las ciudades con complejo de pueblo, sitios fascinantes para jubilados de la Europa mediterránea tanto como para rioplatenses u otros cosmopolitas de ciudades latinoamericanas.
Se variaron afiches, desde los de exotización de la cultura, con rostros aindiados, hasta los de metrópolis de la glocalización, con mestizos tirando al fenotipo de hombre blanco del viejo continente. Y ahí nomás naufragó ese impulso, por eso el turismo en Salta permanece amesetado sin tener un punto de ebullición definitivamente descollante.
No reclamemos que otros servicios diversifiquen el PBG salteño, es una quimera. Pero, al menos, mantengamos vivo el reclamo para repotenciar de modo estratégico el turismo. No sólo para favorecer a las cámaras de empresarios hoteleros y gastronómicos, ni para beneficiar a los sindicatos del sector y los trabajadores a quienes, gracias gracias, llegarán las migajas de todo el progreso turístico. También para que no sucumba el negocio de María Livia ni se agoten las mil formas de actualizarse como linaje que tienen los Romero, pero que también pueden mostrar los Urtubey, los Cornejo, los Ovejero y, entre muchos otros hightborns, también los Durand.