Apuntes marginales IV
Por qué la autonomía progresiva debe admitirse como una confesión de parte del progresismo: el niño no es plenamente capaz. Somos seres muy incompletos biológicamente hablando, demoramos años en poder ser autónomos. El mito de Tarzán.
Por Franco Hessling
Tarzán fue una novela que se convirtió en film y adoptó miles de formatos e idiomas, siempre bajo el mito del hombre-mono. Hijo de una pareja de náufragos, Tarzán queda huérfano y se cría entre los simios y se gana un lugar entre los humanos con diálogos fonéticos apenas entendibles. El mito se desmonta mostrando que Tarzán no es medio hombre medio mono, sino un hombre incompleto, en trance de civilizarse, en vías de aculturación. Desmontar el mito tiene efecto doble: contra el anti-especismo que cree que todas las especies merecen un mismo rango y contra el progresismo anti-adultez que se confunde con crítica al adulto-centrismo.
El especismo no es una forma de dominación, es un funcionamiento ecosistemático. Un león que se come su presa es un depredador, no un “especista”. El humano hace lo mismo con otras especies -las oprime-, aunque puede racionalizarlo -la tan recurrida analogía de Marx- entre la capacidad de abstracción de un proletario y la labor ciega de conciencia de una abeja. La hegemonía ecosistemática sobre las otras especies debe alimentarse de un espíritu de convivencia sin abusos y no de explotación a ultranza [capitalismo]. Un límite claro para el capitalismo: las otras especies son parte del ecosistema, no son recursos, objetos o bienes de consumo. Del uso al abuso, diría el subcampeón de rimas improvisadas de la provincia, hay un solo paso.
Nos detengamos con más detalle en el segundo efecto de desmontar el mito de Tarzán. Gran parte de lo que se pretende como crítica al adulto-centrismo se ancla en una anti-adultez descolocada. Algo similar a lo que ocurrió con el movimiento feminista y la crítica al patriarcado como ataques al varón por varón mismo.
Los derechos humanos, ámbito de preferencia para el progresismo universitario, afirman la “autonomía progresiva” y el “interés superior del niño” como principios rectores de los derechos de los niños, niñas y adolescentes. Veamos cómo se vincula eso con la centralidad de la organización social [im]puesta por los adultos.
El primero de esos principios es una confesión de parte de que el adulto-centrismo es antes una imposición biológica que un sistema de opresión. Reconocer que los criados van ganando autonomía progresivamente implica aceptar que los cachorros de humanos son muy incompletos al nacer. Demoramos años en empezar a caminar. Que la organización social pase principalmente por decisiones de adultos es adulto-centrismo, claro está, pero es lo más razonable que se me ocurre. Empiezan los rubores del lector/a que se pregunta: ¿el autor de estos apuntes está defendiendo el adulto-centrismo así como así, sin avergonzarse alegar en favor de un sistema de opresiones contra una parte de los más vulnerables de nuestras sociedades de buen corazón? Sí, estoy defendiendo el adulto-centrismo. Nelson Castro me diagnosticó principio de síndrome de Herodes.
La autonomía que se va ganando a medida que pasan los años es invaluable para sostener la hegemonía ecosistemática que orienta al mundo y que nos permite que, pese a ser cachorros muy defectuosos, nos vayamos convirtiendo en los que proponen las bases de la sana convivencia entre especies. Para todo lo demás existe Mastercard [el capitalismo], también creado por nosotros, por los peores de nosotros, los ambiciosos y avaros. Al fin y al cabo, Tarzán pasó de niño a hombre biológicamente, pero nunca pudo ser un hombre autónomo porque no fue plenamente capaz de interactuar con los otros humanos. Fue un hombre incompleto porque no lo criaron otros humanos con mayor experiencia sosteniendo la hegemonía ecosistemática, humanos en estado de adultez.
El segundo principio, el interés superior del niño, se establece asumiendo que la autonomía es progresiva, por lo tanto, las responsabilidades y decisiones sobre sí mismos se van acumulando. No se pasa de ser un humano incompleto absoluto a un humano completo, se va ganando completitud. Si un niño, como Tarzán o George de la selva, no se adapta al mundo adulto, será visto, enhorabuena, como un salvaje [unitario].