Por Antonio Marocco
Para quienes la concebimos como el conjunto de actividades democráticas y republicanas a través de las cuales la sociedad determina su destino común, la política enfrenta hoy un desafío difícil pero ineludible: reconstruir su legitimidad y su capacidad de representar en un país que pareciera cada vez más impermeable al diálogo, descreído de todo y exhausto.
Hablo puntualmente de una partida que se juega sobre todo en la arena nacional, donde se deciden las variables que más impactan y afectan la calidad de vida de la mayoría de los argentinos. Decisiones que muchas veces se toman ojeando planillas de Excel en oficinas de Puerto Madero: para que los números cierren, qué importa cuánto vale el colectivo en Salta, Jujuy o Tucumán. Cuánto el flete, la luz o el gas. Qué importan las rutas nacionales y los hospitales del interior. Y que nadie se haga el distraído, porque suele pasar con los gobiernos de todos los signos, una vieja costumbre del federalismo nacional inconcluso.
Quienes abrazamos la militancia política no podemos permitir que el diagnóstico desalentador se consolide como una sentencia. Estoy persuadido de que a los errores de la mala política se los puede enmendar con los aciertos de la buena política. Y quiero dejar en claro que cuando me refiero a la política me refiero también a los factores de poder que no van a elecciones, pero que sin dudas influyen en las más importantes decisiones que se toman en el país. El empresariado que no se dedica a la especulación financiera como instrumento de acumulación de capital ¿cuánto tiempo más puede aguantar? Lo que está ocurriendo en la aldea global precipita los tiempos en el pago chico. ¿Cómo va a enfrentar la Argentina un escenario internacional dominado por la guerra comercial, la inestabilidad financiera y el aumento de conflictos armados en cada vez más regiones del planeta?
Pienso que un buen punto de partida para pensar y discutir esa Argentina es el Congreso de la Nación. En los últimos tiempos, tanto la Cámara de Diputados como el Senado han recuperado su función como caja de resonancia de la efervescencia social, política y económica que se vive en el país. Y así debe ser fundamentalmente en tiempos de crisis: todo argentino debe sentirse representado por alguna expresión legislativa. Porque una cosa es que las preferencias de los ciudadanos se impongan o rechacen y otra cosa es que ni siquiera se tengan en cuenta.
Por su composición y naturaleza constitucional, el Poder Legislativo debe asumir su protagonismo representativo y su capacidad de construir cohesión y tender puentes entre intereses compatibles que pueden presentarse como irreconciliables. Es hora de que el Congreso deje atrás definitivamente las chicanas, las agresiones y la inmadurez. Estoy convencido que la mayoría de los legisladores de todos los bloques políticos no avalan los disparates que muchas veces empañan, limitan y frustran las sesiones en las que se deben tratar temas importantes.
Creo que el Congreso ha entendido su momento histórico y su importancia institucional, máxime en un contexto en el que tanto el Poder Ejecutivo como la Justicia también atraviesan sus propias crisis de legitimidad.
En las últimas dos semanas, como dato que considero positivo, se han producido dos votaciones que a los ojos de quien mira la política en términos electorales podrían resultar contradictorias: primero, una mayoría legislativa convalidó el acuerdo con el FMI que propuso el Gobierno Nacional a través de un DNU. Luego, en la misma Cámara y en contra de los intereses del oficialismo, se logró crear la comisión investigadora sobre el caso $Libra.
No todo es blanco o negro, victoria o derrota: la oposición no debe erosionar la gobernabilidad de la misma manera que el gobierno no puede limitar las funciones legislativas de control. Me anima pensar que el Poder Legislativo no sea en la práctica una escribanía oficialista ni tampoco un impedimento de gestión.