abelcornejoPor Abel Cornejo

En la actualidad, la posverdad es un concepto vinculado con la distorsión de la verdad. O directamente con la no verdad. Más que una definición, es una aproximación muy atinada al concepto que nos interesa. O, por el contrario, preguntarnos si todavía la verdad reside en el acuerdo entre las palabras y los actos o acaso estamos asistiendo al fin de la verdad.

Así como Francis Fukuyama escribió en 1992 el Fin de la Historia y el Último Hombre, parecería que la verdad, intrínsecamente como valor supremo de una sociedad, ha dejado de ser tal. Particularmente en la comunicación política. Por cuanto, lo que se quiere instalar no es la verdad en sí, sino cualquier concepto falso o semiverdadero, sin importar realmente su autenticidad, sino simplemente si es útil para determinado propósito.

En el libro de Lee MacIntyre, titulado “Posverdad” se dice que esta palabra es distorsión deliberada de una realidad, que manipula creencias y emociones con el fin de influir en la opinión pública y en actitudes sociales “. En su versión inglesa "(post-truth)", el término se utilizó por vez primera en 1992, en el contexto de unas reflexiones críticas sobre célebres escándalos de las presidencias de Nixon y Reagan, y alcanzó su cenit en 2016, cuando coincidiendo con el Brexit y la victoria de Trump, el diccionario de Oxford lo consagró como "palabra del año".

Este libro trata de explicar cómo es posible que nos encontremos una situación en la que los hechos alternativos reemplacen a los hechos genuinos y los sentimientos tengan más peso que las evidencias palmarias. Para ello, el autor rastrea los orígenes del fenómeno hasta la década de los 50, cuando las tabacaleras estadounidenses conspiraron para ocultar los efectos cancerígenos del tabaco y se gestó la hoja de ruta del "negacionismo científico", cuyos hitos más conocidos son la puesta en cuestión del "evolucionismo" o la negación de la influencia humana en el cambio climático.

Se estudian también desde el punto de vista de la psicología empírica los sesgos cognitivos y de confirmación que fomentan la credibilidad de la gente para las más extravagantes supercherías y se analiza el papel de los medios en su difusión, poniendo especial énfasis en la subordinación a la política de la ética periodística, dice MacIntyre.

Parecería que la posverdad es uno de los grandes debates éticos que la sociedad deberá afrontar. En la mayoría de los países, ya que no es patrimonio de ninguno.

En diferentes grados de intensidad el concepto se ha sumergido en el imaginario colectivo y emerge en diferentes formas de expresión política de neto componente autoritario que pugnan por el poder y en varios casos ya se han aupado en él. Es el caso de muchas de las nuevas derechas y sus discursos disociadores, que lejos del altruismo, buscan en la destrucción del oponente al límite de la aniquilación como una razón de ser en sí misma. Las sociedades que eligen alejarse de la verdad, terminan por fagocitar a sus propios miembros. Y si no, basta recurrir a la historia del Siglo XX para persuadirnos de esta afirmación. Es como que el éxito justifica cualquier cosa y alcanzar el poder del modo más rápido, una razón por la cual la utilización de cualquier medio, es válido.

Aquella frase que Maquiavelo nunca pronunció: el fin justifica los medios, parecería ser el factor decisivo de la acción política, mientras que la ética colectiva solamente un vago recuerdo de lo que alguna vez fue una modernidad civilizada. Así se dicen falsedades con ropaje de hechos ciertos y mentiras con pretensión de verdades. No importa entonces sin son verdaderas o falsas. En definitiva, es también una negación de la lógica como ciencia, en la cual la suma de silogismos verdaderos es lo que a la postre da razón de ser a la verdad. Ahora parecería que es preferible la falacia.