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Por Franco Hessling

El gobierno consiguió ya completar los elementos administrativos, legales y políticos para consolidarse y congraciarse con los aliados con los que Milei no se comporta como un león, si no como un gatito mimoso.  

La madrugada del pasado 9 de julio finalmente el oficialismo nacional obtuvo su acto simbólico con los suficientes aires fundacionales que tanto han pregonado. Las evocaciones a Juan Bautista Alberdi, la idea de cambiar la estructura legislativa argentina de la noche a la mañana, el hecho de que nunca antes ha habido un gobierno libertario (aunque sí muchas veces gobiernos liberales, ortodoxos económicamente y conservadores, igual que éste), demuestran que esos aires fundacionales son fundamentales para la estrategia de comunicación de la Casa Rosada.  

A nivel administrativo, la cosa ya venía en marcha desde el mismísimo diciembre, a través de un instrumento que finalmente nunca se anuló, el mega DNU con el que Milei inauguró su estancia en la Quinta de Olivos. A nivel legal, la conquista refundacional se alcanzó hace pocas semanas, cuando en la Cámara de Diputados se convirtieron en ley tanto una versión muy disminuida de la Ley Bases como el paquete fiscal.  

Pero, en términos políticos, si bien la aprobación legislativa de las mencionadas leyes significó cierta conquista, muy matizada, lo cierto es que hacían falta más señales que ratifiquen los prometidos aires fundacionales. Así lo exigía el propio relato de los libertarios, que se pretenden una experiencia sui-generis en la historia política argentina, como por requerimiento de sus aliados internacionales, como el propio FMI, que exige apoyos políticos concretos para confiar en el ambicioso programa libertario. 

En ese sentido, las fotos con dirigentes opositores, la consignación del frustrado pacto de mayo, el involucramiento de dirigentes no necesariamente oficialistas era una muestra de músculo político que se venía haciendo esperar desde la asunción de Javier Gerardo Milei como presidente de la Nación. Y la foto llegó, el pacto se firmó y varios dirigentes conversos animaron la celebración. Sin embargo, al mercado doméstico no le hacen falta esas señales y sigue pasando facturas con la devaluación del tipo de cambio paralelo, sujeto ello más a los anuncios del ministro Luis Caputo que a las señales políticas del oficialismo.  

El gobierno tuvo que corregir su libreto original apenas un ápice -que el pacto se firmara el 25 de mayo, tras la aprobación de la Ley Bases y el paquete fiscal, en una provincia gobernada por algún dirigente peronista del interior-. El flamante pacto se firmó en Tucumán, no en Córdoba donde se había anunciado originalmente, e involucró a casi la totalidad de gobernadores del país, varios de ellos del peronismo no kirchnerista. Los ausentes fueron los miembros de la Corte Suprema de Justicia de la Nación.  

La conquista política que ratifica los aires fundantes de la retórica del gobierno tuvo todos los componentes que se habían preparado. Si bien se aplazó la fecha, entonces, podríamos decir que el oficialismo terminó gestionando bien el asunto y arribando a un acuerdo, con firma, acto, pompa, discurso presidencial y fastuosidad. El show, a lo que el gobierno parece muy abocado tal cual ha reconocido el propio presidente al asumir gustoso el mote de showman, salió a la perfección.  

Se inaugura formalmente, entonces, no una nueva república ni un nuevo estado, un no-estado, como prometen los aires fundadores que sólo son asimilados por púberes sin demasiados conocimientos de historia, por ortodoxos de la derecha más rancia del país y, en general, por todo aquel al que bien le quepan los zapatos de aquel que Jauretche llamó “medio pelo argentino”.

La etapa que se inaugura es la de la mayor tensión: cuando más profundo quiere avanzar el gobierno y cuando menos paciencia empieza a cultivarse en los bolsillos argentinos.