07 02 hessPor Franco Hessling Herrera

El presidente Milei transita sus mejores semanas desde que se mudó a la Quinta de Olivos.

Sin embargo, ya sin grandes pretextos para esgrimir, en los próximos meses podría ratificar definitivamente su liderazgo o, por el contrario, dilapidar cualquier esperanza que hasta ahora hay en su programa de gobierno.

Aunque la creatividad de los políticos en general y de los libertarios en particular suele ser muy profusa si de excusas se trata, podríamos decir que en las próximas semanas ya no habrá tantos pretextos verosímiles para el oficialismo nacional.

Ocurre que finalmente en días pasados el gobierno obtuvo los votos nacionales para conquistar la sanción de sus dos primeras leyes desde que están en la Casa Rosada: la Ley Bases y el paquete fiscal.

Una y la otra han sido definidas en estos meses, en reiteradas oportunidades y por diversas voces del oficialismo, como iniciativas legislativas trascendentales para poder llevar adelante el gobierno. Lo curioso de ese relato es que contrasta, entonces, con los logros que el gobierno se ha venido atribuyendo en estos meses, en los cuales, paralelamente, acusaban a “la política” de no darles las herramientas necesarias para poder gobernar.

Entonces, ¿la baja del déficit fiscal y de la inflación no han sido méritos del programa de gobierno, que no se ha desplegado aún puesto que no tenían las herramientas? Esa parecería ser la lógica incoherente más sensata si se confía en las afirmaciones del propio oficialismo: cuando las cosas van bien es gracias a nosotros, cuando se presentan obstáculos o desinteligencias es culpa de los otros, normalmente, de “la política” a la que llaman casta, aunque nunca antes ningún otro presidente en la historia se atrevió a ser tan casta de designar a su propio hermano o hermana en un cargo de la Presidencia.

El gobierno, entonces, se queda ahora con una significativa victoria política en el Congreso -pocos presidentes con tan pocos votos propios pueden conseguir lo que Javier Gerardo Milei acaba de lograr- y sin una de sus grandes muletillas de excusación sobre sus límites, deficiencias y trapisondas: la política, la casta, no actuó obstaculizando las herramientas que el gobierno decía necesitar para poder gobernar. Ya no hay ninguna culpa que endilgarle a la casta, ni a la pesada herencia.

Sin embargo, este gobierno ha sido muy creativo para eludir responsabilidades y ha reunido tanto blindaje mediático que todo podría seguir viento en popa, incluso ya sin sus mejores argumentos de culpabilidad contra la casta. No hay que dejar de señalar la complicidad de las grandes empresas mediáticas: todas, salvo el Grupo Indalo, han sido muy herméticos con las acciones de corrupción del gobierno, con una actitud complaciente y comprensiva, lejana a la encomiable desconfianza que guiaba sus pasos periodísticos hasta hace sólo unos meses atrás.

Un ejemplo ilustrativo ha sido la cobertura que mereció la corrupción del Ministerio de Capital Humano con respecto a un tema tan sensible como la repartición de alimentos. En ese aspecto, los medios cubrieron las cosas cuando fueron estrictamente inocultables, dado que la Justicia ya intervenía, y rápido dio vuelta la página. Algo similar viene ocurriendo con el caso Loan, donde ninguna voz mediática de los grandes grupos carga contra la inacción estatal del gobierno nacional, o contra la permisividad que la dialéctica individualista permite para este tipo de cuestiones -recuérdese que el presidente Milei se mostró a favor de la venta de órganos-.

Sin más pretextos contra la casta a la vista y con un blindaje mediático que hasta el propio Mauricio Macri envidia, Milei transita sus mejores meses desde que es presidente. De aquí hasta fin de año podría consolidarse su liderazgo y el impulso de la fuerza libertaria en Argentina, confirmando que llegaron para quedarse. O, por el contrario, la hojarasca de relatos insolventes podría definitivamente removerse haciendo que la imagen pública de Milei caiga en picada y que las esperanzas en un programa pro-mercado se tornen delirantes.