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Por Antonio Marocco
Cada vez que llegan las fiestas el desafío es evitar volverse loco. El consejo no es mío, ni mucho menos literal. Se lo escuché a la doctora Josefina Medrano cuando hablaba del síndrome de fin de año.
Hay que tener cuidado con eso de sobreexigirse e imponerse a la fuerza erogaciones, balances o fines de ciclo que no necesariamente son tales. Las fiestas pasan y todo sigue. Lo digo por experiencia. En esta Argentina que parece no dar respiro, el objetivo es cambiar de aire sin ahogarse en el camino.
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Esta semana volvió a sesionar el Parlamento del Norte Grande. Fue en Jujuy y las 10 provincias de la región volvieron a ratificar una agenda de trabajo conjunto: políticas públicas y legislación comparada para enfrentar problemáticas comunes y transversales.
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Hace poco me crucé con un amigo al que no veía hace algunos meses. Nos pusimos al día y entre novedades poco felices me contó que su mamá, una señora ya grande, había tenido un accidente doméstico y se había caído.
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A medida que las sociedades se van desarrollando, los intereses y valores que direccionan su marcha van oscilando de manera cíclica.
Suele pasar que a las épocas en las que predomina la modernización y el individualismo les suceden tiempos en los que se impone una vuelta a la identidad y el humanismo.
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En los últimos días hemos sido testigos de algunos hechos que calaron fuerte en la agenda pública de los salteños. Los temas de la sociedad siempre se imponen y se interrelacionan con los temas de la política, de la economía y de la cultura. Al fin y al cabo somos antes que nada seres sociales.
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Hoy parece raro. Pero hubo un tiempo en el que no se podían decir ni hacer cuestionamientos con tanta liviandad y con tan poco rigor.
No fue una buena época —vale decirlo— porque se perseguía con violencia a los que pensaban, decían o hacían cosas diferentes a las que ordenaba el poder marcial. La verdadera barbaridad eran aquellos que habían tomado el gobierno por las armas y la fuerza ante la imposibilidad de conquistar la confianza de la ciudadanía y el voto popular.