
En el extremo noroeste de la provincia de Salta, donde la geografía se vuelve desafiante y el silencio de la montaña se impone sobre cualquier ruido moderno, se encuentra Poscaya, una pequeña comunidad que parece suspendida en el tiempo.
Ubicada a 3.350 metros sobre el nivel del mar, esta localidad del departamento Santa Victoria es mucho más que un punto en el mapa: es un testimonio vivo de la cultura kolla, de la resiliencia de los pueblos originarios y de la belleza agreste del norte argentino.
Llegar a Poscaya no es tarea sencilla. A pesar de estar a solo 60 kilómetros de Santa Victoria Oeste, el trayecto exige atravesar dos abras que superan los 4.500 metros de altura, por caminos vecinales que más se asemejan a huellas de piedra que a rutas convencionales. La vía más accesible es desde La Quiaca, en la provincia de Jujuy, lo que convierte a este viaje en una verdadera travesía para los amantes del turismo de aventura y la exploración cultural.
Poscaya es el primer poblado que aparece en la ruta que une Nazareno con Santa Victoria, y se encuentra bajo la jurisdicción del Municipio de Nazareno, siendo su segunda localidad en importancia. El pueblo se extiende a orillas del Río Grande, en cercanía de otras pequeñas comunidades como Campo La Cruz y el propio Nazareno.
El paisaje que rodea a Poscaya es imponente: cerros de tonos ocres y rojizos, cielos diáfanos, y un aire puro que parece contener siglos de historia. El pueblo está conformado por un puñado de casas de adobe, construidas con materiales del entorno y técnicas ancestrales que resisten el paso del tiempo y las inclemencias del clima. En el corazón de la comunidad se encuentran la Escuela Albergue N° 656, el Centro Vecinal y la Iglesia Santiago Apóstol, espacios que funcionan como núcleos de encuentro, educación y espiritualidad.
La vida en Poscaya transcurre con un ritmo distinto. Aquí no hay red eléctrica permanente, aunque los vecinos cuentan con agua potable y un grupo electrógeno que funciona durante dos horas al día. Esta limitación, lejos de ser un obstáculo, refuerza el vínculo comunitario y la autosuficiencia de sus habitantes, quienes han aprendido a convivir con lo esencial.
La comunidad es mayoritariamente kolla, y su economía se basa en la cría de ovejas, llamas y cabras, actividades que no solo garantizan el sustento diario, sino que también preservan prácticas culturales milenarias. La lana de llama, por ejemplo, es utilizada para confeccionar tejidos artesanales que reflejan la cosmovisión andina y que, en ocasiones, llegan a ferias regionales o a manos de viajeros curiosos.
Visitar Poscaya es adentrarse en un mundo donde la conexión con la tierra, la memoria y la identidad se sienten en cada gesto. No hay señal de celular ni internet, pero sí hay historias, hospitalidad y una riqueza cultural que se transmite de generación en generación.
Los visitantes que llegan hasta aquí —pocos, pero decididos— suelen quedar impactados por la calidez de su gente, la autenticidad de sus costumbres y la majestuosidad del entorno.
El turismo en Poscaya aún es incipiente, pero tiene un enorme potencial para desarrollarse bajo un enfoque sustentable y respetuoso. Las caminatas por los cerros, la participación en actividades rurales, la observación del cielo nocturno y el intercambio con la comunidad son experiencias que no se encuentran en los circuitos tradicionales. Aquí, el lujo no está en la infraestructura, sino en la posibilidad de vivir lo esencial, de escuchar el silencio y de mirar el mundo desde otra perspectiva.
El desafío para los próximos años será encontrar un equilibrio entre la apertura al turismo y la preservación de la identidad local. Para ello, será clave el acompañamiento de políticas públicas que respeten los tiempos y las decisiones de la comunidad, y que promuevan un desarrollo que no implique renunciar a lo que hace de Poscaya un lugar único.
En tiempos donde lo auténtico se vuelve cada vez más valioso, Poscaya se presenta como un destino para quienes buscan algo más que paisajes: una experiencia transformadora, un encuentro con lo ancestral y una lección de vida en las alturas del norte argentino. Porque en este rincón escondido de Salta, la naturaleza y la cultura caminan juntas, y el viaje no solo es geográfico, sino también interior.
