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En Salta, la basura habla. Cada día, la ciudad produce 800 toneladas de residuos, y apenas 1 de cada 100 hogares separa los materiales reciclables. La foto es clara: el relleno sanitario crece, los costos ambientales y económicos se multiplican y la necesidad de cambiar hábitos se vuelve urgente.

La educación ambiental sigue siendo un tema pendiente. “No es una moda, es una necesidad cultural”, advierte Ramiro Ragno, responsable del área de Educación Ambiental de la Municipalidad de Salta a Punto Uno. “No alcanza con tener normas o camiones que recolecten. Si en casa no cambiamos la forma de consumir, separar y reutilizar, ningún sistema de gestión va a ser suficiente”.

El gran desafío está en los hogares. Mientras que la ciudad cuenta con un sistema de recolección diferenciada desde hace 27 años —los martes y jueves se retiran materiales reciclables—, la adhesión ciudadana es mínima. “Con solo separar en dos recipientes, uno para residuos orgánicos y otro para secos, el impacto sería enorme. Pero nos cuesta cambiar hábitos. Mucha gente sigue sacando la basura a cualquier hora y cualquier día, mezclando todo”, señala Ragno.

El problema no es solo ambiental, sino también económico. Los materiales que se podrían reciclar terminan en el relleno sanitario, mientras que cooperativas locales de recuperadores —donde trabajan más de 300 personas— deben clasificar manualmente toneladas de residuos que podrían llegarles limpios desde los hogares. “Enterramos plata”, resume Ramiro. “Cada botella, cada cartón, cada lata que no separamos es dinero perdido para la ciudad y para las familias que viven de ese trabajo”.

La educación ambiental no se limita a separar residuos: también implica repensar la producción y el consumo. Salta ya firmó convenios con empresas como Tetrapak y productores de mobiliario plástico, logrando que materiales que antes terminaban enterrados vuelvan a la industria.

El desafío es avanzar hacia una economía circular, donde los residuos se transformen en nuevos productos. Desde ecobotellas hasta muebles fabricados con plásticos duros y aceite usado convertido en biodiésel, las oportunidades están ahí, pero requieren conciencia y acción colectiva.

“Cada vez que alguien decide separar, está generando empleo, reduciendo contaminación y cuidando el futuro. Lo que tiramos puede volver a ser útil. La basura no es basura: es un recurso mal gestionado”, explica Ramiro Ragno.