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En el corazón de la Quebrada del Toro, donde la tierra se alza desafiante y los colores de las montañas narran historias milenarias, se esconde un pequeño tesoro precolombino: Santa Rosa de Tastil.

Apenas un puñado de casas bajo la sombra de un cerro rocoso y escoltado por cientos de cardones y otros tipos de cactus, este pueblo es un portal a la historia ancestral, donde el viento susurra los ecos de un pasado glorioso.

La ruta que une Salta con San Antonio de los Cobres sigue el mismo sendero por donde, siglos atrás, los mercaderes incas cruzaban los Andes en busca de intercambio. Hoy, los rieles del Tren a las Nubes recorren el mismo camino, trazando una línea entre la modernidad y la memoria, entre la velocidad de los tiempos actuales y la inmovilidad de una historia tallada en piedra.

A más de 3.100 metros sobre el nivel del mar, los paisajes comienzan a transformarse: los verdes de los valles quedan atrás y el terreno se vuelve áspero, majestuoso. La vegetación es mínima, pero los cardones, centinelas del altiplano, vigilan imperturbables desde las laderas. En los senderos polvorientos, los niños pastorean rebaños de llamas con la misma paciencia con la que sus ancestros cruzaban la Puna. El aire es puro, pero también exigente, como si cada bocanada recordara que estamos en una tierra de supervivientes, donde solo aquellos que respetan su ritmo pueden quedarse.

 

05 25 tastil2Ruinas de Tastil

Santa Rosa de Tastil es humilde, su única calle condensa toda su vida. Pero lo que hace de este lugar un sitio extraordinario no son sus casas dispersas, sino la huella de una civilización que floreció hace más de 600 años. Sobre el peñón rocoso que domina el paisaje, descansan las ruinas de Tastil, una ciudad preincaica que supo ser el corazón comercial entre la Puna y el Chaco.

Lo que queda de ella es un laberinto de muros de piedra, vestigios de un trazado urbano inusual. No había calles, solo plazas, y los techos eran las puertas de entrada a los hogares. Las paredes eran gruesas, casi como fortificaciones, y hoy se extienden sobre 12 hectáreas, recordando la grandeza de una civilización que alguna vez habitó este rincón inhóspito.

 

El viento sigue soplando con fuerza, llevándose consigo los vestigios de una civilización que supo brillar. Pero Tastil se niega a quedar en el olvido: como un susurro entre los cerros, su nombre vuelve a resonar, atrayendo a quienes buscan más que un destino turístico: una conexión con lo eterno.

 

Desde 1967, arqueólogos de la Universidad de La Plata han trabajado en la restauración de algunas estructuras y en la recuperación de piezas que dan testimonio de la vida cotidiana de los antiguos pobladores. Fragmentos de cerámica, petroglifos y herramientas de piedra descansan en museos, donde el pasado se resiste al olvido.

 

05 25 tastil3Guardianes de un legado

A pesar de su pequeño tamaño, Santa Rosa de Tastil alberga dos museos, testigos del esplendor de su antigua civilización. Museo del Sitio de Santa Rosa de Tastil, donde se exponen objetos cotidianos hallados en las ruinas. Museo Regional Moisés Serpa, que guarda una colección más variada, con piezas que permiten adentrarse en la vida de los comerciantes y artesanos que alguna vez poblaron la región. Aquí se puede ver a la “doncella” anónima, que guarda un secreto y algo más.

Hoy, Tastil despierta con una nueva identidad: la de un destino para viajeros intrépidos, aquellos que buscan explorar la historia y desafiar la inmensidad de la Puna. Los senderos que recorren sus ruinas no son solo caminos de piedra, sino también puertas al pasado. Las montañas multicolores que envuelven el paisaje invitan al trekking y la fotografía. Aquí, la historia no solo se estudia, se siente en la piel.

Punto Uno formó parte del Fam Press del desafío Pedaleando en las Nubes, que se desarrolló la semana pasada, impulsado por la Comisión Vecinal de Santa Rosa de Tastil, integrando así el deporte, la cultura y el turismo, además de atraer la atención de medios nacionales.