05 22 hasslingPor Franco Hessling Herrera

El vínculo entre Theodore Hesburgh y Bob Anson se presenta como una enseñanza sobre periodismo para los editores y reporteros actuales, sobre política para dirigentes sin pignet como el presidente Milei y sobre construcción cívica para todos quienes debemos exigir de nuestros periodistas y políticos un mayor compromiso con el espíritu democrático.

Hace algunas décadas atrás ocurrió un hecho revelador entre dos miembros de la comunidad educativa de la Universidad de Notre Dame. El por entonces presidente de la mencionada institución, Theodore Hesburgh, quien permaneció en el cargo por más de tres décadas, tuvo un gesto durante la década del 60 con un estudiante que estaba entre aquellos que promovían la creación de un periódico universitario, The Observer, todavía vigente hasta nuestros días. Bob Anson -Robert Sam Anson- fue acreditado por el reverendo Hesburgh para ingresar y cubrir los actos administrativos más sensibles de la universidad.

Al contrario de asumir una actitud anuente, condescendiente y meliflua con Hesburgh, Anson se ocupó de ventilar más de una investigación sobre decisiones del rector que lo condujeron a situaciones tan caóticas que hasta hubo momentos en que se solicitó su dimisión como presidente de la Notre Dame University. Anson podría haber asumido una posición sumisa como agradecimiento de la apertura que el reverendo había demostrado, mientras que éste podría haber claudicado en su buena disposición luego de que el estudiante revelara aspectos incómodos para su gestión. El desequilibrio de poder entre uno y otro era evidente y Anson sólo pudo popularizar sus investigaciones porque Hesburgh entendió la importancia de los contrapesos, la información veraz y los debates.

Ni el estudiante periclitó su fervor de reportero juvenil, ni el principal referente de la universidad abusó de su poder cercenando lo que en principio había cedido -el acceso a expedientes, decisiones y reuniones de su mismísimo despacho rectoral-. Con idas y vueltas en su vínculo y tensiones tras ciertas publicaciones de Aston, ninguno cambió en su tesitura al respecto del rol que ocupaban, de lo que debían hacer y de la importancia que uno y otro tenían en la vida democrática de la universidad. No cambiaron pese a la relación de poder que atravesaba su vínculo.

Para aminorar los incordios que el periodismo de Anson le causaba, Hesburgh esperó pacientemente a que el estudiante concluyera sus estudios universitarios, abandonara el campus y trascendiera al periodismo de las grandes marquesinas. Como cronista de la famosa revista Times, Bob fue capturado por soldados nativos en Vietnam mientras cubría la guerra de la que Estados Unidos era instigador. Lo condenaron a muerte como trofeo de guerra. El todavía entonces rector de la Universidad de Notre Dame no salió a declarar “uno menos”, como hicieron cuando murió José “Pepe” Mujica los minúsculos intelectuales que suelen canturrear alrededor del presidente Javier Milei en las redes sociales.

Hesburgh se puso al hombro los llamados y contactos diplomáticos necesarios para que Aston fuera liberado. Llegó a contactar al por entonces papa Pablo VI para evitar la ejecución a la que los vietnamitas del norte habían condenado al intrépido periodista. Finalmente, se consiguió la liberación de Anson y el reverendo hasta bromeó con que habían logrado “sacar al diablo del infierno”. El reportero tuvo palabras de agradecimiento públicas y, sin zalamerías, aseguró que el rector de su vieja universidad había sido para él como un “ángel guardián”.

Al poco tiempo de su liberación, al regresar a su país y en particular a Indiana, Bob Anson publicó una nueva investigación que comprometía algunos armados indecorosos de la universidad en relación con sus equipos deportivos. Otra vez con Hesburgh en la mira, por supuesto. El presidente de la casa de altos estudios no salió a decir que el autor de la investigación era un ensobrado, ni un mandril, ni a fustigar su trabajo, pese a que otra vez una de sus revelaciones ponía en tela de juicio su probidad como administrador y referente de la institución académica. Anson publicó su investigación incluso luego de que el reverendo le abriera las puertas para consagrarse como editor universitario, después de que no le restringiera el acceso a la información tras sus primeras publicaciones en The Observer y después de que intercediera para salvarle la vida durante su cautiverio en Vietnam. La verdad estaba por delante de todo para el periodista.

¿Anson fue un ingrato? Probablemente es lo que muchos creerán hoy en día, con tanto desprestigio a las clásicas instituciones que cimentaron el espíritu democrático. Sin embargo, esa no fue la apreciación que tuvo el líder de la Notre Dame University, de acuerdo a lo que reseñó hace sólo algunas semanas, en una charla en tal institución, el editor del New York Times, A.G. Sulzberger. “Pero Hesburgh nunca perdió de vista el valor del periodismo, aunque desafiara a figuras públicas como él. «Eras un estudiante editor universitario», le dijo más tarde a Anson, con quien mantuvo una relación de por vida. «Todos los estudiantes que son editores universitarios son problemáticos… va con el oficio»”. En el fondo, el reverendo hacía ostensible que comprendía cabalmente que Anson debía ser “problemático” para el poder. Gajes del oficio, de uno y otro.