Gobierno de Salta
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Por Pablo Borla
Cuando en 2019 asumió Alberto Fernández, luego de 4 años de un macrismo devastador para la gran mayoría de los argentinos, su vicepresidenta, Cristina Fernández de Kirchner, le aconsejó públicamente, en la celebración posterior frente a la Casa Rosada: "Confíe en su pueblo, nunca traiciona, son los más leales, sólo pide que los defiendan y representen”.

Las elecciones de medio término -en este caso las Primarias Abiertas Simultáneas y Obligatorias- siempre dejan matices interesantes para el análisis.

Suelen ser complicadas para el oficialismo, en todas partes del mundo, ya que son una oportunidad para que los votantes envíen un mensaje. Este siempre es una fotografía y no forzosamente una película. De la lectura y las acciones que realicen los sectores de la contienda puede reiterarse, atenuarse o revertirse.

El domingo 12 de septiembre hubo una demostración clara de que la mayoría de la ciudadanía no está satisfecha con la manera como el Gobierno está llevando a cabo la tarea de lograr que sea abran los caminos para la felicidad y la prosperidad del Pueblo, que debe ser el principal objetivo por el que encamina sus políticas.

No es excusa válida que la mayoría de los oficialismos en el mundo perdieron las elecciones realizadas en tiempos de pandemia.

No fue magia, dijo el kirchnerismo alguna vez. Efectivamente, con magia no se construye ni se avanza.

Seguramente no fue la falta de memoria sobre los niveles de endeudamiento y pobreza que dejó tras de sí el macrismo lo que llevó a Cambiemos -en sus diferentes expresiones- a recobrar protagonismo.

Los argentinos estamos acostumbrados a operar sobre la coyuntura y nos hemos vuelto pragmáticos. De poco sirven los ideales soberanos y las grandes consignas cuando el hambre es urgente.

El Gobierno nacional enarboló como una bandera una gestión sanitaria que, vista hacia atrás, fue muy buena -manchada innecesariamente por privilegios indignantes- pero que no estaba en la agenda de la gente: “la Salud Pública es una obligación del Estado, pero llenar la olla es una cuestión mía” habrán pensado muchas personas que vieron como continuaron subiendo los índices de pobreza y de inflación y se le dificultó el acceso al trabajo a los jóvenes.

El voto castigo no se refleja tanto en los guarismos conseguidos por Cambiemos y sus diferentes aliados como en los importantes niveles de voto en blanco -en alguna provincia superior al 9%- y en el ascenso de fuerzas que se consolidan, como los partidos de izquierda y los autodenominados libertarios.

Podría resultar paradójico que gran parte de los ciudadanos -en su mayoría trabajadores- hayan votado por referentes de un partido que unos días antes habían propuesto eliminar las indemnizaciones por despido o con líderes estrafalarios como Javier Milei, cuyas propuestas han tenido matices fascistas y racistas.

Un capítulo especial para Milei. Oportunista, se ha mostrado como la expresión más acabada de la línea antipolítica, antisistema, antiestatista y antiderechos, captando sobre todo a jóvenes desencantados de su propio país, que se sienten limitados para su progreso personal y económico y parecen desinteresados de lo que les pueda pasar a los demás.

En una entrevista reciente, el economista y politólogo argentino Nicolás Dvoskin afirmaba que "Identifico el avance de estos movimientos como parte de un proceso global que se da desde hace unos 10 años, que tiene que ver con la construcción de sentidos de pertenencia sobre la base de la canalización de frustraciones. En algunos países, se manifiesta en racismo y movimientos en contra de la inmigración, en otros, con una reacción contra las agendas del feminismo y las de inclusión propias del progresismo".

Los discursos de odio se apropiaron de las redes sociales y dejó de importar ser políticamente correcto: una parte de la población canalizó sus frustraciones personales en un discurso que los liberaba de responsabilidades sobre su situación, achacándoselas al prebendarismo o a la asistencia social por parte del Estado.

El avance en la popularidad de Milei obligó, inclusive, a derechizar aún más las propuestas de Cambiemos, temerosos de que la parte más radicalizada de su electorado se vaya tras el líder emergente.

El presidente Fernández asumió la derrota. TODOS intentó mostrar una imagen de unidad ante un revés inesperado y prometió escuchar a la gente y generar los cambios que interpreta se le está pidiendo.

Si nos guiamos por el avance de ciertas tendencias políticas, no es precisamente la moderación que caracterizó sus primeros dieciocho meses de mandato lo que puede llevar a recuperar la confianza perdida por el Gobierno, sino el demostrar con medidas concretas que puede lograr que los argentinos vayan recuperando su calidad de vida.

“Es la economía, estúpido”, le habrá recordado alguien, rememorando el lema utilizado durante la campaña electoral de Bill Clinton en 1992 contra George W. Bush. Y la comunicación también, agrego.

El kirchnerismo perdió las elecciones de medio término en 2009, estando como candidato a diputado de la provincia de Buenos Aires Néstor Kirchner. Después Cristina Fernández revirtió la derrota con su reelección en 2011.

Vimos la fotografía. Del Gobierno dependerá como sigue la película.