Por Pablo Borla
Con el acuerdo o quizás con la indiferencia de la mayoría de los consumidores, la comunicación, la política, el comercio y el entretenimiento han adquirido códigos circenses, pero no de los buenos (culto del esfuerzo, del trabajo, de los hábitos necesarios para una vida en comunidad), sino los del chiste fácil de la cachetada del payaso, del efectismo del lanzallamas, del querer parecer el Circo Romano, encubriendo una triste, añeja y parchada carpa de lona.
El siempre polémico educador Peter Mc Laren, afirma en su libro “Multiculturalismo revolucionario: pedagogías de disensión para el nuevo milenio”, que “Las palabras no son signos para las cosas, sino más bien las cosas son signos para las palabras, ya que no existe una realidad social que no sea experimentada por medio de una matriz social de discurso”.
O sea, frente a los mismos hechos, podemos tener una u otra lectura por ostentar otra matriz social de pensamiento.
La construcción de un discurso dominante, aceptado ampliamente y a todas luces exitoso comercialmente no es azarosa ni arbitraria. Pensar eso sería una postura de inocencia peligrosa.
Estamos frente a la globalización, la influencia del modelo comunicativo de las Redes Sociales; la inmediatez como regla y el contenido efímero.
Desde allí, la forma es más importante que el fondo. El efecto, más relevante que la causa. Y en ese culto a lo efímero y en la conciencia de que la marea informativa es tan contundente que cada afirmación equivale a arrojar un bollo de papel al Paraná -así de breve su transcurrir-, las barbaridades, las injurias, los agravios y las mentiras están a la orden del día: lo importante es causar un efecto comercial o político y sacar rédito de ello.
La estrechez a la que condena a la expresión del pensamiento el encuadre de las Redes Sociales se traslada a los medios tradicionales: el lector/oyente/televidente promedio no está dispuesto a dedicar mucho tiempo a una información si ésta no lo conquista desde el primer momento -desde su título- y lo sigue enganchando y seduciendo en la sucesión de los detalles de la información. Nos convertimos en lectores perezosos y de aburrimiento fácil y si bien hay un porcentaje de receptores de la información que aún disfruta de un buen análisis, constituye un núcleo duro y minoritario, que si bien está dispuesto y acostumbrado a análisis más extensos, también responde positivamente a los estímulos párrafo a párrafo.
En su libro “Cómo escribir para la Web” el periodista Guillermo Franco menciona experimentos realizados utilizando la tecnología del EyeTrack, que busca conocer los patrones de lectura. “En el año 2006 Jakob Nielsen encontró lo que denominó un patrón en forma de F, con tres componentes: un movimiento horizontal en la parte superior del área de contenido; un segundo movimiento horizontal un poco más abajo, pero más corto que el anterior; finalmente, un movimiento vertical en la parte izquierda de la pantalla”.
Esto lleva a conquistar al lector -frente a la enorme oferta informativa- desde el título y el copete de la información pero puede elegirse hacerlo ya sea despertando el interés o movilizando la curiosidad.
Predominio del efecto. Métodos de clickbait que explotan la curiosidad del lector, con un título que queda a medias, a no ser que se ingrese a la nota completa, y así generar que el contador de visitas lo registre, a la hora de mostrar a los auspiciantes cuán efectivo y rentable es anunciar en el sitio web.
Al ritmo de las redes, vemos a periodistas en medios centrales y en horarios de prime time tomar Dióxido de Cloro de una botella como panacea contra la ciencia; escuchamos a una exministra denunciar coimas sin pruebas; leemos y escuchamos a grandes medios decir verdades a medias, de tal manera que parezca que sí, pero no -para cubrirse de una demanda- y lograr un efecto que apoye a sus intereses políticos.
Total, la desmentida vendrá -si viene- allá en el fondo, como al pasar. Goebbels, feliz.
La promoción estilo circense no es novedad y con ella se han vendido miles de botellas de tónicos milagrosos que brindaban esperanza a los enfermos, entre otras variaciones.
Lo novedoso es la dificultad de distinguir a los charlatanes de feria de los periodistas serios, que investigan, que emprenden el dificultoso camino de buscar fuentes, corroborar datos, obtener testimonios y exponer hechos.
“En el mismo lodo, todos manoseaos”.
Existen movimientos mundiales que abogan -y se están organizando lentamente- por un retorno a la seriedad, a la certeza y a la confianza.
Su éxito depende del compromiso de los consumidores de noticias, que pueden querer información cierta y exigirla migrando hacia medios que la brinden o de que se imponga la intención de ser simplemente entretenidos.
Y que lo demás, no importe.