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Por Pablo Borla
Jorge Luis Borges en su “Oda al Sesquicentenario” expresaba “Nadie es la Patria, pero todos lo somos. / Arda en mi pecho y en el vuestro, incesante, / ese límpido fuego misterioso.”

Por cierto, nadie es la Patria ni puede arrogarse el serlo, aun cuando hayamos visto numerosos ejemplos históricos, aquí y más allá, de líderes o grupos políticos que han pretendido representar sus intereses, que se parecían extremadamente a los propios.
El ser patriota no siempre tuvo buena prensa y, de hecho, durante largos períodos de la historia, el amor a la Patria fue considerado un rival del amor a la Iglesia y condenado en su rústica humanidad.
Si la Iglesia fuese ecuménica, si las formas del amor y el apego a Dios y sus normas fuesen unánimes, podríamos encontrar una Patria común allí, porque ese sería el lugar en donde nos encontremos todos, en donde coincidimos desde la fraternidad, que no es la que confiere el suelo, sino aquello que nos iguala en nuestra humanidad más básica.
Las semblanzas iniciales del concepto de patria y patriotismo se concentran en el amor a la tierra y a su historia; a la comunión entre personas que comparten -aunque sea en algunos aspectos- un destino propio, singular entre pluralidades.
Se expresa materialmente en símbolos: la bandera, un escudo, un himno. Y en hazañas que destacan a personas dando lo mejor y más valioso de sí mismas para defender esa comunión de destinos y suelos.
Es, desde ello, un espacio de abnegación que merece nuestro respeto y veneración.
Aunque a veces confundamos el patriotismo con el nacionalismo, que deja de ser una reafirmación pública del derecho de tener una nación, para confundirse con el apego a lo que ella representa como si fuera indiscutiblemente superior a otras.
El mundo avanza, los virus se globalizan y cabe preguntarse si existe una suerte de patriotismo universal.
Esto es, ¿Cuándo somos patriotas del mundo?

En una historia de ciencia ficción los representantes de la Tierra luchan contra invasores de otras latitudes universales, pero ello no deja de ser una amplificación del fenómeno patriótico local y por ahora no ha sucedido.

¿Los astronautas que han pisado la Luna son patriotas del mundo o héroes de alcance local? ¿Quién nos representa como Humanidad?
La dimensión ética del patriotismo puede superar las barreras artificiales que imponen los límites políticos.
Una de las características de la Patria es también la influencia y el impacto que tienen las acciones de nuestros compatriotas, estén en donde estén y de ello, la globalización ha construido una Patria Grande en la que estamos cerca, aunque físicamente lejanos, influyéndonos mutuamente. Todos juntos bajo la misma atmósfera.
Sucede que, si bien la naturaleza de los sentimientos patrióticos ha sido seguramente igual en el tiempo, los objetos del patriotismo han permutado dependiendo de la progresiva evolución de las organizaciones sociales.
Fuimos familia, tribu, comunidad, región, país.
Estamos vislumbrando la construcción de un nuevo patriotismo planetario que abarca la defensa de principios y derechos de alcance global, como la defensa del ambiente, el feminismo, la lucha contra la inequidad y la pobreza.
Sus defensores aún no tienen un símbolo en común y muy probablemente la bandera de las Naciones Unidas no los represente.
En medio de ese proceso, recrudecen esfuerzos regionales, separatistas y líderes nacionalistas, como anticuerpos surgidos de una tendencia que parece ser inexorable.
La Humanidad se impone en defensa propia.
Todavía no tenemos palabras para definir esas nuevas circunstancias y en vista del poder transformador del lenguaje, seguramente será necesario inventarlas.
La Patria Grande es, como dijo Carl Sagan al ver una fotografía de la Tierra tomada por la sonda espacial Voyager 1 desde una distancia de 6000 millones de kilómetros, apenas “…un punto azul pálido. (…) un escenario muy pequeño en la vasta arena cósmica.”
Una Patria común para amar y defender.