07 04 hesslingFranco Hessling Herrera

Sangrientas reacciones del gobierno keniata de Ruto contra protestas por el ajuste fiscal nos devuelven a un debate vigente porque los argumentos del africano en mucho se parecen a los del gobierno argentino. El fisco existe y define los modelos de sociedad que cada administración proyecta. Entre la empatía fiscal con los magnates y la equidad impositiva.

Durante los últimos días hubo movilizaciones en Kenia que derivaron en una violencia estatal truculenta, donde hasta la semana pasada se calculaba un saldo de por lo menos 60 manifestantes muertos, con un centenar de heridos y una batahola de secuestros y torturas.

Las protestas vinieron al conmemorarse un año desde los escenarios de caos generados también contra el gobierno de William Ruto, quien en 2024 había decidido implementar un plan fiscal muy perjudicial contra las grandísimas mayorías de la población keniata, aduciendo que la economía que había heredado era un desastre y que debía restaurar el orden de las cuentas con ajuste fiscal. Cualquier parecido con la Argentina de Javier Gerardo Milei no es pura coincidencia. De hecho, además de cumplirse un aniversario de aquellas protestas sangrientas contra Ruto, en este 2025 el presidente que asumió en 2022 quería introducir más asfixia económica para la población vernácula bajo el argumento de que es necesario que el país no caiga en default por dejar impaga deuda que su propia administración tomó antes. Cualquier parecido con la gestión de Luis “Toto” Caputo -primero ministro de Mauricio Macri y ahora de Milei- no es pura coincidencia.

La semana pasada describíamos aquello que hemos llamado la moda de “empatía fiscal con los magnates” y que Alejando Bercovich definió en su reciente libro como “populismo magnate”, caracterizando el gobierno de Milei en general. Hablábamos de ese tipo de empatía comparando la iniciativa de incentivo para las inversiones a las grandes fortunas que ya está vigente en Argentina, el RIGI, y el proyecto del Reform UK sobre “Britannia card”. La cuestión fiscal, al fin de cuentas, está en el centro de la polémica contemporánea y perfila de modo ostensible los horizontes, las prioridades y los enfoques de un gobierno. Para quién se gobierna, a quién se protege y cómo se recauda y redistribuyen los beneficios.

Nada más lejano, entonces, que el adagio mileista del “NO HAY PLATA”. Al fin de cuentas, en las haciendas de los estados siempre hay plata. El asunto está en escudriñar cómo se la junta y de qué modo se la prorratea luego, a quienes se grava y sobre quiénes se ajusta, cuáles son los resortes que sostienen el fisco. Destruir el estado, entonces y como siempre, es un engaño delirante, porque el fisco, la justicia, la seguridad policial y militar, se sostienen y engrosan durante las administraciones que más prometen recortar. El recorte, en realidad, se enfoca en la asistencia social, en la contención de masas, en la inversión educativa, científica, sanitaria y en todo lo que se relacione con la soberanía y el desarrollo económicos. Por ejemplo, el primer mandato de Donald Trump o la administración de Jair Bolsonaro en Brasil, incrementaron el gasto público en las fuerzas y en defensa. Cualquier parecido con las compras delirantes de aviones inútiles de Luis Petri no es pura coincidencia.

Lo describe muy atinadamente y con sobrada evidencia el teórico francés que estudia el neoliberalismo, Loïc Wacquant, quien pese a que encuentra diferencias entre los gobiernos de ese tinte en Europa y los Estados Unidos, demuestra que en todos los casos el estado no se achica, se reorganiza. En Argentina también hay teóricos que lo han planteado, como Santiago Marino, Guillermo Mastrini y Martín Becerra, quienes analizando las regulaciones comunicacionales han corregido la idea de “desregulación” aseverando que lo que en realidad ocurre durante los ciclos neoliberales es una “re-regulación”. Una regulación que reorienta los intereses del estado, no lo retira de la toma de decisiones. Cualquier parecido con las facultades delegadas para Milei a través de la Ley Bases no es pura coincidencia.

El fisco es una clara evidencia de ello, de los procesos de “re-regulación”. El estado nunca se desarticula, se desdibuja en algunos de sus flancos y se engrosa en algunos otros. Y si bien la retórica libertaria prometía quitar todos los impuestos, ni el más entusiasta seguidor de Milei podría haber creído que eso era viable en toda su dimensión. No existen estados que no recauden, ni es posible desarticular una organización estatal sólo con caprichos mesiánicos y fanfarrias acompasadas por ladridos de canes clonados. Desde la antigüedad medieval, o en Sudamérica desde las organizaciones preincaicas, la recaudación tributaria ha caracterizado la organización social de las estructuras suprafamiliares. La tributación que Milei prometía quitar es sólo empatía fiscal con los grandes magnates, para nada una eliminación total de impuestos.

Lo contrario de esa línea fiscal que propone Milei, son el presidente de Kenia o el Reform UK británico con experiencias como el Impuesto Temporal de Solidaridad a las Grandes Fortunas (ITSGF) que implementó el PSOE español en 2022. Cualquier similitud con el “Aporte solidario y extraordinario para ayudar a morigerar los efectos de la pandemia” de la administración de Alberto Fernández no es pura coincidencia. Para mayor información sobre programas fiscales menos tibios y contingentes que los del progresismo de buenos modales del PSOE y el peronismo, planes fiscales que no sean “temporales”, que sean viables y estructuren otros modelos económicos pueden consultarse las propuestas de la campaña “Robin Hood Tax” (impuestos a las transacciones financieras, a los bancos y a las actividades económicas contaminantes, fundamentalmente).

La importancia fiscal para configurar los perfiles de administración de gobierno la ha reconocido en años recientes el premio Nobel de economía, también francés, Thomas Piketty. Un premio Nobel de economía de verdad, no auto-postulado y sin efectos ciertos como los laudos que se endilga a sí mismo el hombre de los perros clonados y las instituciones privadas de los Benegas Lynch -de dudosa rigurosidad académica-. El núcleo de la obra de Piketty se vuelca a centrar el problema del crecimiento ininterrumpido de la desigualdad desde los orígenes del capitalismo en la concentración de la riqueza. Así, una de las palancas que ha permitido esa mecánica, dice Piketty, es el triunfo de esquemas fiscales nacionales regresivos, desequilibrados y con enormes agujeros negros para los grandes acaudalados, los superricos. Precisamente el tipo de modelo fiscal que proponen los Milei, Trump, Reform UK y Ruto, vaya coincidencia. Vaya evidencia. Siempre del lado “Robin Hood Tax” de la vida fiscal. SÍ HAY PLATA, que se distribuya equitativamente.