Soñar, no cuesta nada. E ilusiona. Podemos soñar con un país en el que tengamos alguna seguridad acerca de lo que va a suceder mañana, más allá de los imponderables meteorológicos o las guerras y las cotizaciones ajenas.
Por Pablo Borla
Uno en el que tengamos menos cantidad de impuestos y los que haya, sean sencillos de pagar. Y que vuelvan en obras y servicios.
Un país con menos intermediarios entre el que produce y el consumidor final.
Aquel en el que se gane más trabajando, que especulando.
Este sueño es casi como elaborar un Credo, una enumeración de convicciones.
Podemos soñar con ser una nación verdaderamente federal, en la que el desarrollo sea equitativo en todas sus regiones.
Integrados al mundo, pero no solamente a una parte, bailando danzas ajenas a nuestros propios intereses.
¿Por qué no permitirnos soñar con una educación pública de calidad? a través de la cual puedan crearse oportunidades de progreso, con una salud pública en la que los más desfavorecidos, los que nacieron en condiciones más humildes, puedan sanar sus males, aunque no tengan el dinero.
Un país solidario, en el que el otro importe, realmente, porque es nuestro hermano y porque lo que le pasa, nos repercute a todos, de una u otra manera.
Un espacio para la democracia, y no sólo en la política. Porque cumplimos 40 años y merecemos un proyecto democrático de país, en el que estén todos.
Un lugar común para pensar un futuro conjunto. Con líderes humildes y honestos. Con funcionarios eficientes y comprometidos.
Aquel en el que se valorice el trabajo y el esfuerzo y no la viveza.
Usted, que llegó hasta aquí, pensará que es una utopía, un imposible.
Yo le diré que podemos lograrlo, si realmente queremos hacerlo.
Todo comienza en un primer paso. En una decisión. Y es la suma de la tarea de todos.
Para lograrlo, necesitamos buenos líderes y buenas opciones, Porque el camino es difícil y duro, pero el hacerlo juntos nos dará fuerzas.
Necesitamos, también, saber que tenemos un gran país, no un país de mierda. Con gran calidad de personas, inteligentes y creativas, que han aprendido a remar en la tormenta y sobrevivir.
No hay fórmulas mágicas ni logros inmediatos. Hay un camino y se necesita un plan consistente para esa ruta.
No lo recorreremos enemistados. Tampoco, con líderes desaforado y fundamentalistas, que no tengan flexibilidad en sus opiniones e incapacidad de aceptar las propuestas ajenas.
No lo lograremos si se privilegia a unos pocos afortunados y se abandona a su suerte al resto.
Es imposible llegar a una meta si los ideales se olvidan, con tal de lograr el poder.
Porque mantener la palabra –que parece una costumbre vetusta- no es solamente una cuestión de honor personal sino también el reaseguro de metas cumplibles, de programas de trabajo realizables y de convicciones sólidas.
Usted me llamará idealista. Yo prefiero considerarme el soñador de un país posible, el que nos merecemos.
Un país en el que no todo se ate con alambre y que improvisar sea una cualidad y no una característica.
Todo comienza en un primer paso. El próximo balotaje está cerca.
Equivocarse, es perder definitivamente el rumbo y quizás la esperanza.