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Somos todos hermanos de diferentes padres. Esta afirmación, que bien podría tener cierta identidad con la de Humanidad, se vuelve muy concreta en una Nación, y aún más en lo que, con cariño, llamamos “la patria chica”.

Por Pablo Borla

Parafraseando a Atahualpa Yupanqui (que lo decía de los amigos), un hermano es también verse a uno mismo con otro cuero.

Cuando algunas (miles, millones de) personas comparten un territorio, forman una Nación. Y lo hacen en una superficie que los congrega compartiendo una cultura, tradiciones, un pasado, un futuro posible. En suma, una historia.

Pero también miles (millones) de personas que comparten un territorio pueden ser solamente una suma de individualidades que, por herencia, por azar o por destino comparten un territorio.

Desde el principio de nuestra historia nos ha resultado difícil establecer una identidad nacional y ello ha sido fruto de numerosos y sesudos estudios, al tratar de determinarla.

Partamos desde el nombre que nos identifica: “Argentina”, que parece una derivación -por su etimología- del Río de la Plata con que nos denomina Martín del barco Centenera a principios del Siglo XVII. Una reafirmación de la aspiración de riqueza en la búsqueda de plata, en los nuevos territorios invadidos por España y otras potencias europeas.

Pero esta denominación luego se relacionó con la ya por entonces hegemónica Buenos Aires y no gustaba a todos y recién se utilizó oficialmente con la sanción de la Constitución de la República Argentina de 1826.

¿Cómo podemos ser hermanos en un territorio tan extenso, tan dispar, que se fue desgranando, uniendo y separando, con los años y las luchas?

San Martín lo soñó y nos encargamos de que su destino sea el exilio.

Hay sucesos en la historia nacional en el que por un momento –generalmente breve- nos sentimos hermanados. Malvinas, por supuesto, y más banalmente, con la Selección de Fútbol.

Así y todo, Malvinas no logró –a las manifestaciones de mucha gente, especialmente jóvenes, me remito- una unánime adhesión y, por ejemplo, Macri dijo en su momento que recuperar las islas “sería un fuerte déficit adicional para la Argentina” y la hoy candidata a presidente Patricia Bullrich propuso canjear el reclamo histórico de soberanía por vacunas de un laboratorio. Y los cito porque es importante escuchar, atender y recrear lo que afirman nuestros líderes, porque hacia ahí vamos, dado el caso.

Hace rato que no se habla de la grieta. Será que ya no se ve, de tan honda, de tan firme, de tan nuestra.

Una grieta que no es una sola, sino varias, de diferente tamaño e importancia. Algunas de ellas, centenarias, han definido nuestro perfil como Nación y nos han llevado a un desarrollo poco equitativo y escasamente estratégico.

Pero también, en esto de ser o no hermanos, inciden algunos valores que los argentinos y argentinas hemos definido como prioritarios y aspiracionales, entre ellos, la viveza.

Esto nos brinda un perfil moral y determina no sólo hacia dónde vamos, sino también que caminos elegimos recorrer. Y eso es muy importante.

Cuando una nación tiene en su escala de valores a la viveza antes que a la honestidad o al trabajo, nos hace saber que la salida es individual, no colectiva. Porque el vivo piensa solamente en sí, saca ventaja, hace la más fácil, elige el camino más corto, pega primero.

Lo que le pasa al otro, me afecta. Y, en ello, es difícil salvarse solo.

Hay que tener cuidado con los líderes que decidimos seguir.

Sobre todo, con el que milita la ley de la selva, del “sálvese quien pueda”, del que se olvida de la solidaridad, del interés de la mayoría, pero también de las minorías.

Ese líder viene a separarnos y a sacar ventaja de eso, en tiempos de confusiones, de grietas y decepciones.

Podemos reclamar, exigir, indignarnos. Podemos castigar, podemos decepcionarnos.

Pero no podemos darnos el lujo de desconfiar de nosotros mismos; de olvidarnos que somos un pueblo y darle el poder de definir nuestro destino a una persona cuyo único mérito parece ser el haberse podido poner el disfraz de la indignación y lograr fingir que se te parece.

Porque cuando tenga la banda y el bastón, se sacará la careta y se verá que solo vino a salvarse a sí mismo, a su hermana y a sus perros.

Y a unos cuantos vivos que siempre –esté quien esté- caen parados.