Hacia fines de abril del 2020, el presidente Alberto Fernández vivía, entre cadenas nacionales y “filminas” -como él llamaba al respaldo multimedia que daba soporte a sus informes- un momento soñado por cualquier político profesional; aún más él, que supo acompañar a Néstor Kirchner y a Cristina Fernández como Jefe de Gabinete.
Por Pablo Borla
Es decir, un hombre útil, avezado en el laberinto de la política, pero sin la posibilidad de encabezar uno propio -a pesar de haber creado el Partido del Trabajo y la Equidad (ParTE)- con un altísimo nivel de aprobación.
En el inicio de la pandemia, Fernández, que había prometido “Poner de pie a la Argentina”, se mostró como un conductor sereno y un piloto de tormentas, hasta que la tormenta perfecta del COVID y de la lucha interna se lo empezó a llevar puesto.
Para los votantes, la herencia recibida es un contexto y no una excusa. Pero en su afán pacificador, en su perfil de hombre acostumbrado a buscar la conciliación y el acuerdo entre partes en conflicto, no supo dejar muy en claro que Macri y compañía (llámense partes integrantes de CAMBIEMOS y el mismo Fondo Monetario Internacional) había dejado tierra arrasada.
A veces, los políticos viven en un microclima informativo. El Frente de Todos y su militancia activa tenía bien en claro lo que recibían. Posiblemente una gran parte del resto de los argentinos, no tanto. Sí, sabían que el Gobierno de Macri los había desilusionado y empobrecido y no lo querían más.
Y esa omisión, ese gol servido en el área que no se hizo; esa conciliación que se parecía a una tibieza, transmutó culpas ajenas en propias. Y el nuevo Gobierno se hizo cargo de ese hijo no querido ni concebido.
La gestión de un economista prestigioso como Guzmán casi quedó solo en el prestigio. La demora en los acuerdos con el FMI colocó a la Argentina en una posición de negociación desventajosa frente a quienes habían sido parte del problema: el directorio del Fondo sabía que había prestado una suma inviable para sostener en el poder a un presidente también inviable, pero amigo de los intereses de EE. UU., principal socio del FMI.
La recesión local e internacional que produjo la pandemia fue un viento de frente para una economía ya en recesión. La guerra en Ucrania agravó los males.
Los desacuerdos internos fueron el golpe de gracia para una gestión cuyo presidente se negó al doble comando, un modelo político inútil en un país fuertemente presidencialista, que no tolera liderazgos compartidos.
Y en la búsqueda del poder, el kirchnerismo muestra el lado más impiadoso del peronismo, un movimiento que está acostumbrado a la verticalidad y en el que no sobreviven los delegados.
Si algo sabe el peronismo del poder, es qué hacer con él. Y, también, que no se comparte.
La decisión de Fernández de no buscar la reelección es un reconocimiento de su actual falta de poder, bombardeado con crueldad desde adentro y afuera. También, de las dificultades que enfrenta el país y una muestra de realismo que llega más tarde de lo aconsejable.
Sólo el presidente sabrá a qué se debió su tozudez de permanecer como un potencial candidato cuando las encuestas y el pulso de la calle le estaban diciendo otra cosa, y a los gritos.
Quizás, la necesidad de evitar el conocido “Síndrome del Pato Rengo” que afecta a los líderes sin continuidad futura. Si Fernández no puede mantener el control del gobierno en los próximos meses, la lucha por el poder dentro del Frente gobernante puede aportar una mayor incertidumbre política en el país, que se traducirá en más pobreza y más inflación.
Oficialismo y oposición deben ser responsables. Suena un poco a utopía, es cierto. Pero de sus decisiones dependerá la estabilidad política y económica de Argentina en los próximos meses. El oficialismo debe lograr la unidad interna y encontrar un candidato con posibilidades de ser apoyado por los votantes. La oposición, evitar la tentación de aprovechar la debilidad del Gobierno y ofrecer propuestas concretas.
Los tiempos son vertiginosos. Las noticias importantes, un bollo de papel arrojado a un río correntoso. Hoy nos apura el dólar nuevamente, de la mano de las variables económicas, pero también de las políticas.
Y ante el desconcierto, aparecen como viables las bravuconadas sofistas de Javier Milei.
Y si llega a la presidencia, el 90 % de los argentinos recordará como un paraíso la situación actual, cuando tengan dólares en sus manos y una inflación muy baja, pero no tengan escuelas, ni universidades, ni salud gratuitas para ellos y sus familias; cuando el Estado casi desaparezca y no contenga; cuando sea el “sálvese quien pueda y como pueda” ; cuando su nuevo presidente les diga que si no tienen dinero vendan sus órganos; cuando el peso cruel del cambio recaiga en las espaldas de los que ya casi no pueden más.
No hay infierno encantador. Sólo hay infierno. Aún podemos ir al purgatorio.