Dio comienzo oficial la actividad electoral que definirá el futuro próximo de los salteños, que hoy no parecen mostrar demasiado interés en movimientos electorales, más preocupados por cómo llegar a fin de mes, algunos y en cómo conseguir el pan del día para su familia, muchos otros.
Por Pablo Borla
No es grato iniciar una columna así, pero la realidad muestra -en la sola charla cotidiana en las reuniones, en los diálogos de ocasión o en el seno familiar- la preocupación por el futuro.
En ese sentido, vale apreciar que el gobernador Gustavo Sáenz supo reconocer que, siendo la provincia una víctima más de malas decisiones centenarias y sucesivas, el salteño está dispuesto a hacerse cargo de sus asuntos y que para ello debía crear las condiciones necesarias para el crecimiento y el progreso, aún en medio de tanta incertidumbre.
Y es que, ante esa falta de certeza, hay una que sí lo es: por estos suelos no carecemos de ganas, de voluntad de trabajo y de creatividad, pero sí de oportunidades. Y es ahí en dónde el Estado aparece para crearlas. Y lo debe hacer de una manera moderna, para no nacer viejos.
El mundo actual precisa y valora la especialización y la capacidad de poner habilidades al servicio del sistema productivo.
Necesitamos seguir teniendo gasistas, pero también programadores. Siempre son útiles los plomeros, pero las empresas que se radican en Salta requieren de técnicos capacitados en habilidades específicas: mineras, industriales, agroganaderas, de marketing y administración.
Sáenz entendió que formar a los salteños para que accedan con mayor facilidad al mundo del trabajo, era una relación ganar-ganar, tanto para el Estado como para las empresas y los trabajadores: el Estado, porque evita seguir absorbiendo o subsidiando mano de obra supernumeraria, un fenómeno que tenía varias décadas de crecimiento; las empresas, porque es más práctico contratar mano de obra local capacitada, no sólo por lo que significa trasladar técnicos desde otras latitudes sino también porque una empresa se valoriza con el arraigo de gente que la siente suya, que la cuida porque es un factor de empleo y crecimiento económico para su región. Y las personas -en particular la juventud, que ve difícil el acceso a su primer empleo- porque evita el desarraigo de su núcleo familiar primario.
Décadas de políticas contrarias a esta estrategia de gestión han creado pueblos semifantasmas; localidades de muchos viejos y pocos jóvenes y concentración de población en las urbes mayores, que no estaban preparadas, ni con sus viviendas ni con su infraestructura, para recibir de golpe tanto inmigrante y sus demandas.
Y la otra decisión virtuosa del gobernador fue el impulso de la iniciativa emprendedora, que se vio reflejada nuevamente en la última feria POTENCIA, que cuenta con el apoyo del Gobierno salteño. Hay ideas, hay ganas, hay esperanzas. Faltaban apoyos concretos, créditos accesibles y programas de estímulo y guía, porque cada emprendimiento que crece es un potencial creador de empleos. Hay muchos países, como Italia- por citar uno de ellos-, que enfrentaron crisis durísimas y que salieron delante de la mano de la fuerza de sus microempresas, que movilizaron su economía y brindaron expectativas a una población que muchas veces ve su futuro con angustia y temor.
Hoy las encuestadoras han perdido bastante credibilidad. No parecen ser un parámetro confiable. Sáenz lo sabe y palpa la calle, en persona. Se mueve como pez en el agua entre la gente, a fuerza de carisma, pero también de obras para mostrar.
De vez en cuando, recibe latigazos, que soporta con paciencia. Él sabe que la gente sabe, aunque se descargue o haya alguna protesta por encargo, que ha tenido que afrontar no sólo una mala herencia sin beneficio de inventario, sino también pandemias, incendios; la mayor sequía de los últimos cien años; una economía nacional que no termina de acertar los caminos y últimamente el dengue, como hace mucho que no se veía.
Al frente, como rivales en la oferta electoral, aparece un rejunte. Una ensalada extraña, de esas que se pretenden exóticas en restaurantes exclusivos. Que mezcla lechugas con frutillas, bananas con batatas y que más bien parece una mezcla oportunista y ocasional, una hidra de mil cabezas que terminan devorándose a sí mismas.
Para los salteños, la elección aparece clara: el piloto de tormentas o la tormenta.