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El calendario, engaña. Nos dice que, con las fiestas de fin de año, se inician las tradicionales licencias para los trabajadores en relación de dependencia, que se distribuyen en su mayoría hasta fin de febrero.

Por Pablo Borla

Comienza la Feria Judicial que casi paraliza la actividad de la Justicia durante enero, mes en el que muchos profesionales independientes y autónomos –a no ser que sean heladeros, vendan productos estivales o no puedan darse el lujo de detener su trabajo- también optan por el necesario descanso.

Los medios de comunicación comienzan con sus programas de verano -normalmente con un contenido que invita menos a la reflexión y más a la diversión- y alguna parte de la dirigencia política también migra su locación, pero no su actividad: las elecciones están cerca y se hace política siempre. En el parador de la playa, en bermudas; con una cerveza en la mano y un sombrero piluso protegiendo del sol, continúan las conversaciones, los contactos, las alianzas.

Pero, en este país taquicárdico en el que los bolsones navideños deberían incluir un desfibrilador, la vacaciones fueron entre el 20 de noviembre y el 18 de diciembre, más un par de días de festejo y un extraño feriado nacional.

Porque en las vacaciones -se supone- uno lo que hace es tratar de despejar la mente de los problemas cotidianos. “Resetear” las neuronas. Bajar la presión arterial. Disfrutar del tiempo en familia, si tiene la dicha de tener una. Cambiar de aire. Tener lecturas de orden más superficial. Salir de festejo. Juntarse con amigos. “Defender la alegría como una trinchera”, como decía Mario Benedetti.

Todo eso ya lo hicimos. Durante un mes milagroso e inolvidable, casi todos nos fuimos de vacaciones sin salir de la ciudad, del pueblo.

El espectáculo no estuvo en los teatros sino en los televisores. Hicimos rafting emocional. Nos subimos a una montaña rusa, después de haber comenzado el parque de diversiones en el Palacio del Terror, a pura angustia, con unos monstruos con uniforme verde que gritaban en una lengua extraña y algunos viejos fantasmas que aparecieron.

El viaje lo organizó la FIFA, el hotel lo puso la AFA y la diversión, la Selección Nacional, que nos llevó de paseo por Arabia Saudita, México, Polonia, Australia, Croacia, Holanda y Francia. Excursiones llenas de emoción y aventura; con momentos de amor, terror, lágrimas, festejo y gloria. No faltó ni el vendedor de churros.

Ni bien terminaron las vacaciones, la política nos devolvió a la realidad.

Digo la política porque el fallo de la Corte por la coparticipación porteña tuvo ribetes que exceden a lo exclusivamente jurídico.

Nos devolvió de un cachetazo a una realidad que nos atravesó el 90% del año. Desencuentros, discusiones, grietas, especulación, insultos y agravios, temores financieros. Volvió hasta el COVID, que se fue por un rato, pero que estaba, agazapado, esperando a que termine el Mundial.

En medio de las vacaciones, un fallo de la Corte condenó a la vicepresidenta Cristina Fernández, que reaccionó con un renunciamiento a futuras candidaturas que movilizó mucho al tablero político, pero no impactó de manera trascendente en la mayoría de los argentinos.

Porque en esa condena no estuvo implicado Messi ni se lesionó el Dibu Martínez, que era lo que más nos importaba. Casi lo único, me atrevo a exagerar.

Porque Scaloni es un tiempista, pero los miembros de la Corte, también. Y todos tratan de que gane su equipo.

Que cada cual saque sus propias conclusiones acerca de cuál es el equipo de la Corte.

Se ha expresado que el incremento de la coparticipación a la Capital Federal no implica una reducción de la coparticipación a las Provincias.

Que alguien le avise a la Corte que el chanchito es uno solo y que, si bien no se girará menos dinero coparticipable a las otras jurisdicciones, el monto para la administración de Rodríguez Larreta deberá salir de algún lado; ya sea de nuevos impuestos o de menos obras para las provincias, que ya veían como el PBI porteño se parece al de un país desarrollado y el de algunas provincias productoras apenas alcanza para pagar el funcionamiento del Estado.

También, las Fiestas llegaron a la Argentina con aumentos de hasta 150% en la canasta navideña.

Hubo menos pirotecnia. No sé si por mayor conciencia de lo perjudicial que resulta; por la menor capacidad adquisitiva o porque ya la gastamos en el Mundial.

Así que, las vacaciones ya las tuvimos y las pasamos bien. Algunos en hoteles de lujo y otros en la carpa del camping, pero las tuvimos. Algunos con champagne y la mayoría con sidra, pero contentos, que es como se deben pasar las vacaciones.

Hoy, hacemos un simulacro de vacaciones y el fantasma de la realidad nos seguirá -por lo menos a la gran mayoría- allí donde vayamos: a disfrutar de paisajes maravillosos, de precios abusivos y de filas para almorzar.

Los jugadores, salvo Armani, volverán a los países en donde están sus equipos.

Nosotros nos quedamos aquí, cansados, hartos, pero siempre peleándola. Porque si terminaron 36 años de sequía mundialista, seguramente, algún día, un líder o una lideresa nacional nos podrá marcar un camino, nos hará jugar en equipo, nos mostrará que se puede.

Porque la esperanza, es lo último que se pierde.