Mientras la mayoría de los argentinos lucha por el pan de cada día, por el deterioro del poder adquisitivo de sus salarios; mientras las pymes y las microempresas tratan de sobrevivir en un mar de impuestos y más de una docena de variantes del dólar; mientras que al mismo tiempo los indicadores muestran que el sector industrial lleva 27 meses seguidos de crecimiento del empleo formal y la actividad económica muestra una expansión; mientras todo ello pasa: lo bueno, lo regular y lo malo, alguna dirigencia juega cómodamente -como en la popular serie- su Juego de Tronos, que se ha vuelto un Juego de Cronos, como llamaban los romanos al dios del tiempo.
Por Pablo Borla
Es que ha comenzado la cuenta regresiva de las elecciones, tanto en el ámbito nacional como en las provincias.
En el Juego de Cronos, el tiempo es rey, dios y soberano. Define cuándo, e influye mucho en el quién o quiénes.
Es tan importante que una de las cualidades más aspiracionales de un dirigente político es el ser “tiempista”, término extraído del lenguaje futbolero y que define a un jugador que siempre llega antes que los demás a la posición requerida en el campo de juego.
Tanto en el oficialismo como en la oposición, los líderes nacionales se esfuerzan por ser tiempistas, adivinando y forzando, tarea difícil en un país en el que todo es una montaña rusa en la que, si no estás bien agarrado, te caés. Y sabemos que la mayoría, no lo está.
El presidente Alberto Fernández busca los tiempos, especulando con que un repunte de la economía lo posicione como candidato a la reelección; con que la época de las definiciones lo nutran de un peso político propio que alguna vez pareció tener, pero que hoy extraña, aunque sea como sensación. Mira el Trono de Hierro con ganas de seguir sentado, aunque esté rodeado de espadas filosas y de encuestas en donde la desaprobación de su gestión de gobierno supera al 70%, mientras que su aprobación bajó del 20%.
Mientras tanto, debe gobernar porque, a diferencia de la frase de la famosa serie que dice que “El invierno se acerca”, por estas latitudes ya está, aunque en forma de metáfora.
Un invierno extraño, por cierto, no solo por el calor sino porque los salarios se deprecian, pero el empleo formal crece, los estadios se llenan y el Previaje agota sus cupos.
Cristina, por su parte, busca sus tiempos y los tiempos del país, en la conciencia de su capacidad de influencia en ellos. Sabe que sus silencios hablan tanto como sus discursos y juega al Juego de Cronos con esas cualidades. Se despega del Gobierno y habla desde la distancia de no sentirse parte de él, sino solo del Frente que lo sostiene, lo que es raro y un poco incomprensible, ya que en todo caso es “la madre de la criatura” y no debería limitar sus aportes a la crítica, a la puja interna.
Es que, en el Juego de Cronos del Frente de Todos, el tiempo del desgaste de la figura presidencial, ha arribado.
El viernes pasado, la vicepresidenta habló en público por segunda vez desde que intentaron asesinarla. Antes, en modo místico, junto a los Curas Villeros y de Opción por los Pobres, pero sin evitar bajar línea política y económica. Ahora, luego del del triunfo de Lula y rodeada de sectores sindicales afines. En el medio, lanza escuetos y filosos dardos desde sus redes sociales, marcando el ritmo del tiempo político y sabiendo que lo escaso, cotiza.
El resto del oficialismo sigue los tiempos de Cristina, que marca el compás, no solamente a su espacio sino también a la oposición.
En ese sentido, Mauricio Macri parece más aleatorio en la oportunidad de sus declaraciones, no siempre adecuadas para favorecer las aspiraciones de su sector. Funciona como un principio de reacción a la acción, a lo externo que sucede.
Quizás interprete que es cuestión de tiempo y el partido ya está ganado, pero se juntó a comer medialunas para tratar de ordenar la tropa, antes de viajar a Qatar. De ello salió el tiempo de tres precandidatos, pero no el suyo, que está en suspenso hasta su regreso.
Ambos líderes saben de su peso específico y enfrentan dificultades para imponer su pensamiento, pero Macri se acomoda más a los vientos que a los tiempos: aparece como un pragmático que se corre a la derecha lo más que puede, si ve que es la tendencia, porque para él -que por formación es más un empresario que un político- no se trata de ideología, sino de poder. Y de marketing y ventas.
También jugando el Juego de Cronos, por la oposición, el salteño ajujeñado Gerardo Morales busca su momento y juega con el avance de los días y las circunstancias, para forzar el liderazgo de la pata radical en Juntos por el Cambio, buscando el enroque con respecto a un 2015 que los dejó a los de la boina blanca en modo usar y tirar.
El Juego de Cronos suspenderá el tiempo y el espacio durante el Mundial de fútbol. El tiempo será el de los partidos y el espacio será Abu Dabi.
Pero el reloj volverá con su avance, inexorable, fatal, en la época navideña, en donde el hambre, ya urgente, se volverá exigencia, protesta e inmediatez.
Y en cada provincia -en las que, en su gran mayoría, los gobernantes buscan alejarse de las peleas nacionales, pero sobre todo de los tiempos- el juego de Cronos comenzará a acelerar su marcha en marzo.
El tiempo de algunos dirigentes no es el mismo que el de la gente. Es como un universo paralelo y autorreferencial.
Como en la exitosa serie, el pueblo no participa del Juego de Tronos ni tampoco del de Cronos, sino que espera, ajeno y ya casi indiferente.