En las charlas de café, en las reuniones de amigos, en las tardes familiares, se nota cierto cansancio por las malas noticias que venimos recibiendo en los últimos años, un fenómeno que no se limita a nuestro querido país, sino que crece y se desarrolla a escala global.
Por Pablo Borla
Y no es que los años anteriores hayan sido soplar y cantar, pero como consecuencia de las decisiones tomadas (o las que se han dejado de tomar) en los últimos cincuenta años, el panorama de lo que viene aparece, cuando menos, difícil de sobrellevar.
El presidente del Banco Mundial, David Malpass, afirmó que “La COVID‑19 ya ha afectado gravemente el crecimiento de los ingresos y la reducción de la pobreza en las economías en desarrollo. Y las consecuencias de la guerra en Ucrania intensifican los desafíos que enfrentan muchas de ellas. Se espera que estas economías crezcan un 3,4 % en 2022, apenas la mitad de la tasa de 2021 y muy por debajo del promedio registrado entre 2011 y 2019”.
Según la entidad que preside, el crecimiento mundial se desacelerará 2,7 % entre 2021 y 2024. Esto implica más del doble de la registrada entre 1976 y 1979.
Por otro lado, la activista climática Greta Thunberg afirmó, ya hace un par de años en una cumbre de acción climática de la ONU en Nueva York, que “La gente está sufriendo. La gente está muriendo. Ecosistemas enteros se están derrumbando “. Y remarcó que “Estamos en el comienzo de una extinción masiva y de lo único que se puede hablar es de dinero y cuentos de hadas de crecimiento económico eterno“.
Es suicida no relacionar el modelo productivo actual con la crisis climática. En su libro “Úselo y tírelo”, Eduardo Galeano advertía que “La civilización confunde a los relojes con el tiempo, al crecimiento con desarrollo. También confunde a la naturaleza con el paisaje, mientras el mundo, (…) se dedica a romper su propio cielo”.
En otro orden, vemos que en los países de ingresos bajos y medianos, se estima que el 70 % de los niños de 10 años no pueden comprender un texto simple al leerlo. Recientemente, el Ministerio de Educación de la Nación publicó los resultados de las pruebas Aprender 2021. A nivel nacional, entre 2018 y 2021 el porcentaje de estudiantes de primaria con buenos resultados en lengua registró una caída de casi el 20 %. En matemática, en tanto, hubo un retroceso del 2,6 %. Y esta brecha es mayor o menor dependiendo del nivel socioeconómico del alumno.
No creo que al reunir estas alarmantes señales me convierta en una suerte de abanderado del pesimismo. Por el contrario, estoy convencido de que, ante esas perspectivas negativas, debe haber una voluntad de la gente y sus diferentes líderes sociales y culturales de solucionarlas, ya que existen varias alternativas posibles, pero una sola manera de abordarlas: juntos. Porque de las soluciones individuales o selectivas, solo emergerá un mundo cada vez más segmentado, fragmentado y tipificado en estratos productivos, ampliando la brecha entre una minoría cada vez más rica y una inmensa mayoría cada vez más empobrecida y con escasa movilidad social. Es decir, un mundo más injusto e inequitativo.
Es cierto que, de estos tiempos de crisis, a la par de personas más conscientes, también emerge la estupefacción -esa especie de estupidez que inmoviliza- y la confusión.
La incertidumbre respecto del futuro produce tanto conservadores como revolucionarios. A veces solo queremos que se vaya lo que está, lo que nos está provocando el malestar, a cualquier precio. Pero, frecuentemente, estos costos son demasiado altos e implican finalmente más perjuicios que beneficios. La tentación de las soluciones fáciles siempre está. En ello, por ejemplo, se incluye el resignar diferentes derechos fundamentales que han costado tiempo y vidas el conquistar.
En el mundo han surgido una serie de dirigentes políticos y religiosos -cuando no ambos- que se están caracterizando por ofrecerse como la encarnación viva del triunfo de la capacidad del individuo, por sobre la del conjunto de la comunidad. Y, desde allí, predican salidas que implican que la mayoría de las personas pierdan derechos en el ámbito laboral e individual.
Cuando se refieren a ellos, los hacen culpables del atraso y la pobreza. Y los enumeran de tal manera, que los presentan como un delito contra el bien común.
Aquellos líderes o aspirantes a líderes que proponen que las soluciones a problemas nacionales o globales se deben buscar exclusivamente en la iniciativa privada, en el instinto de supervivencia o, peor, en la supremacía del más fuerte, simplifican los problemas y parecen olvidar que los avances más significativos que la Humanidad realizó a lo largo de su historia, fueron fruto de la combinación del ingenio individual y del esfuerzo colectivo.
Esto ha sido así porque los seres humanos somos gregarios; seres sociales y solidarios que dependemos unos de otros para nuestra supervivencia; y esto, aún más, en un mundo en el que la tecnología acortó las distancias y lo hizo más pequeño.
No deberíamos dejar que triunfen quienes aprovechan diferentes crisis del devenir humano para avanzar sobre derechos conseguidos, porque desde allí, a la vigencia de cualquier clase de totalitarismo, hay un paso demasiado pequeño para dar y un precio muy alto que pagar.