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El novelista George Orwell publicó hacia mediados del siglo pasado su libro “1984”, en el que muestra un futuro distópico, con un Estado autoritario omnipresente y vigilante, uno de cuyos instrumentos de control y represión era la denominada “neolengua”, adaptación del idioma que se reduce y transforma el léxico, en la idea de que lo que no integra la lengua, no puede ser pensado.

Por Pablo Borla

El lenguaje se sintetiza al extremo y se fusionan términos. Así, el delito de pensar en contra del Partido que controla el Estado, se denomina “crimental”, una fusión de crimen y de mental (o pensamiento). Para estos fines, se crea una “Policía del Pensamiento”, que apoya de manera represiva el control general. Cuando el lenguaje se limita, el pensamiento también.

Desde hace una década ingresamos a un sistema de lenguaje sintético que prefiere la resolución urgente del concepto y no el desarrollo de los temas. Quizás sea el resultado del gran volumen de información de diferentes fuentes y temáticas que nos llega, vía redes sociales y aplicaciones de mensajería digital.

Algunas de ellas, como Twitter -que tiene un estimado de más de 300 millones de usuarios mensuales, generando unos 65 millones de posteos diarios- inicialmente limitaba la cantidad de caracteres del mensaje a sólo 140 por posteo y, por presión de sus usuarios encorsetados, debió duplicarla.

Instagram, por su parte, es usada por 1.470 millones de personas cada mes y su algoritmo pone en desventaja a los posteos con texto, priorizando las imágenes y los videos.

Whatsapp, la aplicación de mensajería, nos acostumbró a ser breves para ser leídos por los destinatarios de nuestros mensajes y se han popularizado los “emoticones”, que son símbolos de convención universal, que buscan representar conceptos de orden emocional, que no suele ser sencillo expresar en la escritura sino mediante metáforas, imágenes o párrafos más extensos y de paso, para abreviar. Una especie de esperanto moderno que sigue la línea de otros símbolos viales u ordenadores que son comunes a los diferentes países.

Si bien puede evitar importantes errores de percepción en cuanto a lo que se quiso escribir, un único emoticón presenta una variedad de interpretaciones que solo pueden aclararse con el contexto y, aun así, confundir.

Según afirma el escritor y especialista en comunicación Daniel Colombo “Las palabras forjan las ideas y las ideas modelan tus pensamientos. Tus pensamientos generan emociones y esas emociones determinan los sentimientos con que te vas a relacionar, con las acciones concretas que vivís en la realidad. Si cambiás la forma de construir esta cadena, transformás el resultado.”

La autolimitación del lenguaje se agudizó desde hace dos décadas. La Academia Española de la Lengua afirmó que, mientras “un ciudadano medio utiliza entre 500 y 1000 palabras” para comunicarse, los jóvenes usan un 25%, “algo más de 240”, lo que es alarmante teniendo en cuenta que el castellano cuenta con casi 100 mil vocablos.

El querido Roberto Fontanarrosa dio un recordado discurso durante el Congreso de la Lengua de 2004, en Rosario. En él, dijo que “cuantos más matices tenga uno, más puede defenderse, para expresarse, para transmitir”.

El problema no son las palabras nuevas sino la complejidad del pensamiento, que resulta imposible de describir con un vocabulario limitado. En ello, una aclaración: el poema que un adolescente enamorado escribe a su amada, con intención artística, es tan literatura como lo es El Quijote de la Mancha. Ambos persiguen dar un barniz diferente, desde el arte, a la palabra. Pero en comparación, el libro cervantino es muchísimo más complejo y lleno de matices, y esa complejidad es valorada por el cerebro, que accede a una capacidad superior de disfrute.

En el periodismo, también ha desembarcado la síntesis en el análisis y son cada vez menos los lectores u oyentes que valoran una opinión que se expone cuidando su desarrollo y expresión.

Todo parece perentorio y breve y en esa urgencia por atender las necesidades del lector, como si fuera un infante apremiante, se pierden detalles importantes, porque el destinatario se aburre y se desalienta de entrada si ve un texto extenso.

De hecho, el esquema comunicacional de un medio noticioso digital promedio pone mucho énfasis en el título de la noticia y en un breve copete, que resuma lo mejor posible lo que considera incitará al lector a continuar con la lectura.

Fuera de cualquier suspicacia machista actual (consideremos el contexto), el gran escritor Julio Cortázar manifestó que le interesaba especialmente el “lector macho” en cuanto a receptor comprometido y activo, a quien le daba la tarea de terminar la obra con su interpretación.

Creo que, afortunadamente, y aunque sean menos, seguirán existiendo quienes disfruten de un buen contenido, de una idea expresada con orden y cuidado, de la elección adecuada de los epítetos, de los párrafos conceptuales, plenos de ideas que nos estimulen intelectualmente y nos inciten al pensamiento y a la reflexión.