Josefina Medrano
Va cayendo la tarde de domingo de invierno en Buenos Aires y a pesar de ser las 6, ya está oscuro. Aprovecho el momento y la oportunidad de poder conversar con uno de mis hijos, estudiante de ingeniería, en un ambiente calmo mientras disfrutamos de un chocolate de esos que le hacen bien al cuerpo y al alma.
Es entonces que en medio de los devenires de la conversación surge un tema muy actual y de preocupación mundial, el cual hace tiempo es de interés de este veinteañero, quien cada vez que pongo algo de plástico en el microondas me dice ¡Ma, yo no quiero comer microplásticos!
Entonces es necesario darle una mirada y poner sobre la mesa, como quien diría, la importancia del impacto en la salud de los microplásticos. Problemática que por su sutileza o dificultad de verla, se nos escapa de las discusiones diarias entre colegas y de las agendas de trabajo.
Los microplásticos no son más que la fragmentación en partículas diminutas del plástico. Ese plástico que nos hemos acostumbrado a usar en todas sus formas y que resulta tan amigable en todos sus usos. Tal vez muchos de nosotros ignoramos o invisibilizamos esta realidad del destino final de estas partículas que no desaparecen del todo con el paso del tiempo y que van de alguna manera contaminado el medio en el que vivimos. El agua, el aire, los alimentos, etc.
Imaginemos si les dijera que el agua que consumimos puede contener estas partículas, que de alguna forma pueden terminar en nuestro cuerpo y a lo largo del tiempo enfermarnos. ¡Bueno, no es solo imaginación, es real!
En el último tiempo, frente a la lectura de artículos referentes a temas de salud, es una constante la aparición de esta problemática. Donde se pone en evidencia las investigaciones realizadas en el último tiempo sobre los depósitos de estos en el cuerpo humano. Hay diversos estudios que han detectado microplásticos en sangre humana, en placenta y en tejidos pulmonares, en el hígado y a nivel cerebral. Y aunque la ciencia aún investiga los mecanismos exactos de daño, ya hay suficientes indicios como para preocuparnos seriamente por este tema.
Inflamación crónica, alteraciones hormonales, estrés oxidativo y potenciales efectos en el sistema inmunológico como una eventual relación con problemas mentales. Otra investigación publicada en Nature Medicine sostiene que los microplásticos encontrados en el cerebro eran equivalentes a casi una “tarjeta de crédito”. Así mismo, la revista Brain Medicine expone su preocupación por que la barrera hematoencefalica, considerada una línea de defensa anatómica, ha sido cruzada no pudiendo evitar el paso de estas partículas del torrente sanguíneo al cerebro.
A pesar de las series de estudios publicados, es bueno saber que todavía queda mucho por investigar para tener certeza del impacto de los mismo en la salud, pero sí está claro que ya tenemos microplásticos en nuestro cuerpo, cosa que no debería ser y es por eso que debemos empezar a ocuparnos del tema para que no vaya a mayores. A estas alturas valdría la expresión ¡ya están dentro de nosotros!
Como profesional de la salud, me siento en la obligación de advertir: este problema no es una exageración ni una moda ecologista como muchas veces pensé con los decires de mi hijo.
Es evidente la necesidad de realizar cambios de conductas profundos y sostenidos que nos permitan disminuir la exposición a los microplásticos. Como usar vidrio y acero, no calentar comida en plásticos, filtrar el agua y reducir el uso diario del plástico.
Es una real crisis sanitaria silenciosa. Estamos ante un enemigo invisible, pero presente en nuestras rutinas más básicas. Es sin duda un nuevo gran desafió para la salud pública identificar, reconocer y abordar la existencia del impacto de los microplásticos en la salud de las personas.
Ponerlo en las agendas de trabajo con cierta prioridad sería adecuado. Conformar equipos con otros sectores, sumamente oportuno para el desarrollo de políticas públicas que abarquen la problemática planteada desde una base inicial de prevención, por lo menos para estos pasos iniciales, hasta que tengamos más certeza sobre el daño real que producen en la salud.