Por Pablo Borla
“Los hermanos sean unidos porque esa es la ley primera. Tengan unión verdadera en cualquier tiempo que sea, porque si entre ellos pelean los devoran los de afuera”, escribía allá por 1872 José Hernández, en su libro “El Gaucho Martín Fierro”.
La frase, no por conocida y hasta remanida, deja de ser cierta, y aunque a muchos argentinos nos gusta ese libro y hasta Leopoldo Lugones calificó a este poema como «el libro nacional de los argentinos», no sólo estamos lejos de seguir la máxima al pie de la letra, sino que, como cantaba Gustavo Cerati, estamos “Entre caníbales” y nos tomamos el tiempo en desmenuzarnos.
La autosarcofagia -una denominación que representa una condición psicológica marcada por el deseo de comer partes del propio cuerpo- parece una especie de deporte nacional del cual, si no somos campeones mundiales, estamos entre los equipos de elite.
Dice la mitología griega que Etón, rey de Tesalia, fue condenado por la diosa Démeter para que nada saciara sus deseos de comer: cuanto más devorara, más crecería su hambre. Así, gastó su fortuna en alimentos y, convertido en mendigo, acabó devorándose a sí mismo.
En el campo político argentino, los proyectos nacionales parecen terminar derivando en un proceso de autodestrucción porque, aunque el pez grande se coma al chico -sea por glotonería o por no tener ya que comer- el ganador no siempre es el que triunfa y a veces ayuda a que lo logre el contrario.
Porque parece que es más importante el hecho de imponerse, que el de tener la razón, y en ello, los argentinos asistimos a una especie de suicidio que no se esconde en las sombras.
Quizás, alguna vez ese proceso fue discreto, pero hoy, las dentelladas se proclaman y no hay mordida que no venga precedida de muchos ladridos y aspavientos, la mayoría de las veces protagonizados por actores secundarios, que ven en la mediatización, la forma de destacarse y de mostrar a su superior la lealtad eterna, aunque sea por un ratito -valga el oxímoron- porque nada vale si no se expresa ante las redes sociales o los micrófonos de la prensa.
En la farándula y en la política -que se intersectan en apasionado abrazo- las peleas deben ser públicas. Ya no hay trapos sucios que se laven en casa, sino en algo parecido a la playa Bristol, uno de esos días sofocantes, con el balneario lleno y el condimento del espectáculo.
La autodestrucción nacional debe ser forzosamente dramática, llena de visajes, indirectas y directas, insultos velados y explícitos y los argentinos asistimos a esa función cual un juez que intermedia en un divorcio, viendo como los ex amantes promesados se disputan los restos de un amor que alguna vez parecía ser para siempre y hoy tiene -como canta el tango- “La vergüenza de haber sido y el dolor de ya no ser…”.
No hay grieta porque la autosarcofagia consume en la interna tanto a la oposición como al oficialismo, cada uno con sus soldados, sus medios de comunicación y sus militantes.
El acuerdo con el Fondo Monetario Internacional profundizó la vocación del Frente de Todos por auto devorarse. Dirán que no está mal la disidencia, que es parte de la convivencia y que -como dijo la vocera presidencial Gabriela Cerutti- "Las relaciones personales son personales y las relaciones políticas son otra cosa”. Pero eso suena más a una excusa para ganar tiempo antes de romper del todo.
Por el lado de la oposición, la autosarcofagia es un árbol que termina dando frutos inesperados y peligrosos como Milei y Espert, fundamentalistas mediáticos que siguen subiendo en la consideración de algunos votantes que, entre votar a los conocidos que han fracasado o vienen fracasando, votan a los que se parecen más a los panelistas de un programa de chimentos, que por lo menos, entretienen.
Pero lo cierto es que en el medio de esas relaciones que se tensan, estamos los argentinos, esperando que abandonen la manía de consumirse y que el oficialismo y la oposición se sienten a diseñar políticas de Estado y a sacarnos de este enorme problema en que nos han metido, con nuestro consentimiento, por supuesto.
Sepan, damas y caballeros, fanáticos promotores de la autosarcofagia, que ésta concluye cuando ya no queda nada que comer y que terminarán siendo condenados, sino no por la Justicia, por lo menos por el cruel olvido, atroz y merecido, porque casi nada está más en las antípodas de los Padres de la Patria que ustedes.
Pero, mientras tanto, hasta que ese día final suceda, nos devoran los de afuera.