El senador estadounidense Hiram Johnson, allá por 1917, dijo que "En la guerra, la primera víctima es la verdad". Esta afirmación devino de comprobar que en la Primera Guerra Mundial, los gobiernos mintieron sobre lo que estaba realmente ocurriendo, ocultando por ejemplo los estragos de la gripe española que mató a millones de personas.
Por Pablo Borla
Julian Assange, fundador de Wikileaks, cuando presentó casi 400 mil documentos secretos sobre la guerra en Irak, recordó también esta afirmación y dijo que los ataques contra la verdad comienzan antes de una guerra, continúan durante el conflicto armado y no terminan con él, sino que son utilizados durante mucho tiempo después.
El volumen de información que estamos recibiendo sobre el conflicto entre Rusia y Ucrania, es tan numeroso como difícil de manejar. Y en medio de todo, también está la mentira, o la verdad sesgada, utilizada como un arma más.
«En época de guerra, la verdad es tan preciosa que debería ser protegida de la mentira por un guardián», dijo Churchill en la II Guerra Mundial.
Ahora bien, ¿Quién será el guardián que pedía el primer ministro inglés? ¿Quién puede garantizar que la información objetiva llegue al consumidor de las noticias?
Es una aspiración difícil y hasta parece utópica. Si en 1940 no se podía, ¿Se podrá ahora, cuando todos, en mayor o menor medida, somos productores y difusores de información?
El consumidor actual de noticias tiene una vastísima variedad de fuentes.
Según sondeos de fines del año pasado, realizados por el Monitor Nacional de la consultora Taquion, la principal fuente de información de los argentinos son las redes sociales, con una preferencia del 39,2%. En su mayoría, son personas jóvenes.
El segundo medio más utilizado son los portales informativos de internet, con un 25,9%.
El 19,9% de los argentinos se informa a través de la televisión. El 11,1% de los argentinos utilizan para este fin a la radio; el 2,3% diarios o revistas impresas y el 1,6% dijo no informarse por ningún medio.
El método de recolección de datos de este relevamiento fue online por lo que las realidades variarán según la brecha tecnológica y la franja etaria.
Cuando se analiza parte de la nutrida información que nos abruma, encontramos pruebas concretas de que, más allá de la posición política o ideológica del medio o periodista, que siempre es respetable, algunos falsean la realidad con noticias inexistentes o equívocas.
No busquemos eufemismos al respecto. Conocidos canales de noticias, portales informativos y periodistas, han difundido imágenes de la guerra que correspondían a otros conflictos o situaciones; han realizado análisis sesgados o han mostrado solamente la realidad que se acomoda a sus pensamientos o intereses, lo cual es diferente a opinar desde un punto de vista.
Circula, con mayor intensidad desde hace un tiempo merced a la expansión de las redes sociales, un discurso de odio que muchas veces se ampara en el anonimato y que cobra relevancia e influencia cuando se viraliza de la mano de personas influyentes o líderes sociales.
La globalización que nos hermana con ventajas y desventajas, ha exacerbado los fanatismos nacionalistas, étnicos y raciales y, por ejemplo, en el conflicto entre Rusia y Ucrania algunos comunicadores en diferentes partes del mundo ni se molestan en obsequiarnos su hipocresía, sino más bien parecen exhibir orgullosos la convicción de que no es lo mismo un refugiado ucraniano de piel y ojos claros, que de otras nacionalidades que se les parecen menos.
Los consumidores de información debemos imponernos el rigor de no quedarnos con aquello que se acomoda con facilidad a nuestro pensamiento, sino también buscar otros puntos de vista y tratar de verificar la veracidad de los datos.
De no hacerlo, corremos el riesgo de ser meros instrumentos de intereses que nos utilizan y que lucran con la difusión de noticias parciales o falaces.
Además, algunos gobiernos y medios han impuesto acciones de censura a nivel global en ambos bandos, impidiendo el acceso o la difusión libre de las noticias tanto a uno como otro contendiente.
Aquella frase popular que dice que en una guerra no hay ganadores sino solo víctimas, es un alarde de ingenuidad frente a los grandes beneficios económicos que algunos sectores obtienen de ella, bañados en una sangre ajena y lejana, que no les importa.