Por Pablo Borla
El informe del Banco Mundial acerca del balance del 2021 destaca cómo la aparición de la pandemia ha mostrado sin maquillaje la enorme desigualdad que existe en nuestro mundo.
Puede justificarse esa situación de muchas maneras y con variadas razones, pero ninguna incluirá en esos conceptos a la necesaria solidaridad o la empatía entre la Humanidad.
La globalización nos ha puesto a todos en el mismo bote. En épocas de menor cercanía, algunos países del mundo podían darse el lujo de cerrar fronteras y desentenderse del resto. Pero se ha alcanzado un grado de mutua influencia tan grande, que hoy por hoy, el estornudo de los países menos favorecidos también anuncia un posible resfrío en los más poderosos.
Hemos sufrido -comenzando a contar solamente desde 1929- las sacudidas mundiales bursátiles. En esos primeros tiempos, algunas de esas consecuencias no eran tan inmediatas, pero, como una piedra arrojada a un lago, las ondas de su impacto terminaban llegando con mayor o menor fuerza.
El Banco Mundial afirmó que “La COVID-19 ha tenido impactos desproporcionados en los pobres y vulnerables en 2021, que se traducen desde una recuperación económica dispar hasta un acceso desigual a las vacunas y desde el aumento de las pérdidas de ingresos hasta la disparidad en el aprendizaje”. Y enumera algunas cuestiones para destacar.
La primera de ellas es el acceso a las vacunas, pues poco más del 7 % de las personas en los países de ingreso bajo han recibido una dosis, en comparación con más del 75 % en los países de ingreso alto.
En ello, la situación desigual de la infraestructura sanitaria ha sido crítica. Muchos países africanos -por citar a un espacio de notoria inequidad- no tenían siquiera la infraestructura para afrontar crisis sanitarias en problemas para los cuales la solución ya hubiera sido conocida y sólo bastase aplicarla.
Nuestro país, que tiene una larga tradición de Salud Pública gratuita y universal, pero decadente, venía de un golpe presupuestario enorme cuando el gobierno de Mauricio Macri -quien hoy aparece dando consejos de cómo gobernar bien- bajó su rango de Ministerio a Secretaría, en un país con un nivel de pobreza tan grande que por lo menos la mitad de su población debe utilizar la asistencia pública.
La desigualdad también se da en la capacidad de resiliencia de los países. El Banco Mundial ha determinado que, “Al igual que en el caso del acceso a las vacunas, existe una brecha en la recuperación económica entre las economías de ingreso alto y las economías de ingreso bajo y mediano”.
Efectivamente, se espera que la economía mundial crezca un 5,6 % en 2021, en lo que será el mayor ritmo después de una recesión en los últimos 80 años, pero las economías de ingreso bajo crecerán solo un 2,9 % en 2021 -el crecimiento más lento de los últimos 20 años- con respecto a 2020.
El 40 % más pobre de la población mundial no ha podido recuperar sus pérdidas de ingresos y cerca de 100 millones más de personas que viven en la pobreza extrema. Esto se contrasta con la rápida recuperación que ostentan los países más desarrollados, sobre todo porque tienen un mejor acceso a la vacunación en segundas y terceras dosis, lo que pone en movimiento su economía.
Los países de ingresos medios a bajos venían teniendo una recuperación progresiva de su actividad comercial que la pandemia no sólo ha detenido, sino que hizo retroceder. Esto llevó también a mayores niveles de endeudamiento y la mitad de ellos ya estaban en una situación crítica al respecto antes de la aparición de la COVID-19.
Un mundo que interactúa implica que la pobreza de grandes masas de consumidores no se compensa con mayor poder adquisitivo de una menor cantidad de personas.
La desigualdad, la falta de equidad no es un buen negocio.
Si no es por un sentimiento humanitario, aunque sea por este motivo los países más desarrollados deberían ver más allá de su ombligo.
No pueden seguir ocultando basura bajo la alfombra, mudando factorías contaminantes fuera de sus fronteras y explotando recursos de países desfavorecidos bajo la simple ley del más fuerte.
La justicia, la equidad, la solidaridad debe dejar de ser una utopía o una entelequia para convertirse en una práctica ventajosa para el género humano.