Por Pablo Borla
En la soleada California funciona la Universidad de la Singularidad, una institución académica creada para «reunir, educar e inspirar a un grupo de dirigentes que se esfuercen por comprender y facilitar el desarrollo exponencial de las tecnologías (…) para resolver los grandes desafíos de la humanidad».
Sus creadores la han denominado de esa manera en referencia a la singularidad tecnológica y forma parte del Centro de Investigación Ames de la NASA en Mountain View.
Su lema es “Preparando a la humanidad para acelerar el cambio tecnológico”.
No es una universidad como tal, sino un complemento de las tradicionales y ofrece cursos de vanguardia, muy solicitados, para entrenar a los líderes mundiales en el uso de las nuevas tecnologías que resuelvan desafíos en la ciencia y la salud, pero también en las finanzas y la política, entre otras tantas disciplinas.
Además de la NASA, es auspiciada e impulsada por Google y otras empresas y personalidades destacadas.
Juan Martínez-Barea, reconocido experto internacional en innovación, tecnologías disruptivas y futuro, dijo sobre esta iniciativa: “Imaginen un híbrido entre la NASA y Teresa de Calcuta, y obtendrán Singularity University. Tecnología a lo bestia, inmensa ambición, el famoso think big estadounidense e idealismo y altruismo a raudales”.
Parece una maravilla y lo es, sobre todo porque tiene que ver con una manera de pensar, investigar, proponer y accionar que rompe los paradigmas tradicionales.
La singularidad tecnológica es el advenimiento hipotético de la inteligencia artificial general.
No pasarán muchos años para llegar a crear inteligencias superiores a la nuestra. Y cuando eso pase, la historia humana habrá alcanzado una especie de singularidad y el mundo irá mucho más allá de nuestra comprensión actual en su configuración, relaciones sociales y tecnología.
Parece de ciencia ficción -y de hecho es un tema recurrente en ella - pero está cerca. Es fruto de una evolución indetenible y hay personas inteligentes y destacadas que ya están trabajando bajo esa premisa.
En un mundo hiperconectado, la iniciativa personal y los pequeños grupos de trabajo pueden tener acceso a datos y experiencias que, sumadas, implican un impulso y una capacidad que hasta hace un par de décadas solo le estaba permitida a los estados nacionales o las grandes corporaciones.
Hace un par de años, esta universidad ha realizado una presentación en Argentina.
En nuestro país, han surgido empresas innovadoras que se han convertido en lo que en el ambiente bursátil se denomina “unicornios” y sus acciones están cotizando en las principales Bolsas del mundo.
Son firmas del ámbito digital, con valor de mercado superior a los mil millones de dólares, y se las denomina así por su rareza. Son once las empresas de origen argentino que se convirtieron en unicornios.
La más conocida es Mercado Libre, pero hay otras que ofrecen servicios financieros por fuera del sistema bancario tradicional, o tiendas virtuales a comercios de todo tipo que tuvieron un gran crecimiento por las limitaciones propias de la pandemia.
Asimismo, hay unicornios dedicados al minado de criptomonedas, a intermediar la compraventa o para conseguir vuelos y hospedaje más económicos.
El nivel científico en Argentina, el de sus emprendedores y de universidades como la Universidad de Buenos Aires -elegida como la mejor en Iberoamérica- nos propone pensar en un país diferente y en el lugar que deben tener la educación y el impulso de las iniciativas entre las prioridades nacionales.
Más allá del indiscutible requerimiento de la atención urgente de la pobreza, ya vimos los resultados de apostar a políticas como las del período 2015-2019, que bajaron la inversión en Ciencia del 1,46% del Presupuesto 2015 al 1,06% en 2019.
Los ministerios de Ciencia, Tecnología e Innovación Productiva y Salud pasaron a tener rango de Secretaría, a pesar de las promesas de Mauricio Macri, en el debate contra Daniel Scioli, afirmando que "Vamos a duplicar la inversión en ciencia y tecnología". La suspensión de la construcción del satélite ARSAT 3 también contradijo esa afirmación.
En 2018, la entonces gobernadora de la provincia de Buenos Aires, María Eugenia Vidal, se preguntó si era justo “llenar la provincia de universidades públicas, cuando todos sabemos que nadie que nace en la pobreza llega a la universidad”.
Evidentemente, la educación de los argentinos no estaba entre sus prioridades políticas.
La importancia de la educación pública, de la innovación; la intención de impulsar el talento de los argentinos también debiera ser uno de los motivos que lleven a los votantes a elegir a quien nos gobierne.
Eso nos dejará muy lejos o muy cerca del futuro que ya viene.