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Por Pablo Borla
Recientemente, el Gobierno Nacional otorgó al expresidente uruguayo José “Pepe” Mujica la máxima condecoración con que la República Argentina puede distinguir a una persona: el Collar de la Orden del Libertador San Martín.

Merecido, sin duda, por múltiples razones. Pero también oportuno, en estos días en que -quizás sin saberlo- los argentinos estamos, como canta el cumpleañero Charly García, “Buscando un símbolo de paz”.

Mujica confunde un poco a quienes se quedan con su actual imagen de anciano apacible y bonachón. No tanto porque no lo sea sino porque detrás de su habla parsimoniosa se percibe aún el fuego de convicciones profundas, que en su momento lo llevaron a integrar el Movimiento de Liberación Nacional Tupamaros (MLN-T) una alianza variopinta de fuerzas políticas de extrema izquierda que, inspirados en la entonces reciente Revolución Cubana, creyó -allá por inicio de los años 60 del siglo pasado- que la lucha armada sería el medio adecuado para imponer sus ideas.

El tiempo -ese juez inclemente- demostraría después que estaba equivocado. La lucha era desde la política.

Devenido eventualmente en una fuerza política integrante del Frente Amplio, el MLN-T terminó por ser derrotado como fuerza militar. Luego de pasar durísimos años en la cárcel desde 1973, Mujica fue liberado con el advenimiento de la democracia en Uruguay en 1983 y el ala política tupamara que integraba formó parte del Frente Amplio a través del Movimiento de Liberación Nacional (MLN).

Después de desempeñarse en diferentes e importantes funciones políticas, Mujica resultó el candidato triunfante en las elecciones uruguayas de 2009, por el Frente Amplio, con más del 50% de los votos.

Carismático e inteligente, Mujica optó junto con su esposa, la exvicepresidenta y actual senadora Lucía Topolansky, por un estilo de vida sencillo y campesino, despojado de bienes, el que no es percibido como una impostura sino como la elección de una pareja de líderes coherentes con su pensamiento político.

Los argentinos, en general, no se han expresado en forma negativa sobre Mujica sino que, más bien, parecen desear para nuestro país el modelo que él expresa: el de un dirigente pragmático y amigo del consenso; de convicciones firmes pero no empapadas de necedad, que con su vida hace un testimonio de sus convicciones.

Lo elogiamos y quien elogia, también busca una identificación, un parecido.

Mujica siempre se ha proclamado como un amigo de la Argentina, a quien, según expresara al recibir el Collar de la Orden del Libertador San Martín, no considera un país hermano sino “Algo más. Nacimos de la misma placenta, de un parto doloroso de descuaje de una misma nación.”.

El expresidente uruguayo -retirado de la vida política pero no de la militancia- nos ha pedido a los argentinos que “nos quieramos más”(SIC).

Y parece que eso pasa. Que nos queremos poco. Los unos a los otros y tampoco nos queremos como un conjunto, en este país ancho y largo, en el que conviven tantas personalidades -como en una especie de esquizofrenia- todas ellas tan distintas que no logran ponerse de acuerdo, sino que tratan de imponerse a los gritos, a la fuerza. Y que ya no soportan, siquiera, el ruido de sus propios pensamientos, como esas parejas eternas, desgastadas, unidas no por el amor sino el espanto, como escribía Borges.

Estamos buscando, desesperados, cansados, (más bien hartos), un símbolo vivo detrás del cual unirnos.

Y lo encontramos en aquellas personas que, en general, queremos todos.

Porque nos brindan momentos de comunión a través del amor y del arte, que son dos de las fuerzas más poderosas de unidad.

Nos unimos en Charly García y en él nos celebramos.

Y también en Maradona, por lo menos en su versión futbolera, porque de las otras facetas siempre hay y habrá polémica.

Y también en Favaloro. Y en Alicia Moreau de Justo. En San Martín y en Belgrano.

El escrito mexicano José Emilio Pacheco recitaba, respecto de México “"No amo mi patria. Su fulgor abstracto es inasible. / Pero (aunque suene mal) daría la vida por diez lugares suyos, cierta gente, puertos, bosques de pinos, fortalezas, /una ciudad deshecha, gris, monstruosa, / varias figuras de su historia, montañas / y tres o cuatro ríos".

En medio de tanta polémica, de tanta grieta, de tanto odio, no es un mal camino seguir buscando un símbolo de paz.